A la
física Vandana Shiva le han dicho fanática, oscurantista, que no tiene rigor
científico y prefiere un pueblo muerto de hambre a uno alimentado con
transgénicos. A pesar de que sus ideas se conviertan en slogan para hipsters y
veganos, su discurso es político, lúcido y popular. Ochocientas cincuenta
personas asistieron a una de sus conferencias en Buenos Aires. Natalia Gelós la
siguió, hablo con ella, con sus antiguos y nuevos seguidores e indagó en los
argumentos de sus adversarios.

Sentada ahí, en la mesade este
hotel, algo inclinada sobre la pantalla de la laptop, con su rodete entrecano
sostenido por un broche, la ruana derramada sobre el hombro izquierdo, se la ve
como una mujer ajena a lo que pasa a su alrededor. Al idioma de quienes la
rodean y la miran con respeto mientras lanzan un susurro reverencial. Así,
sentada, por unos segundos, parece una señora más, enredada en sus
pensamientos. Volverá a esa posición varias veces. En el intervalo de cada
entrevista, volverá a conectarse. Hablará de sus temas con sostenido
entusiasmo: ecofeminismo, alimentos transgénicos y su consecuencia en la vida y
en la tierra; Monsanto como la corporación que envenena al planeta. Días antes
de fijar un record de público para una charla académica, con 850 personas en la
sala, enfatizará sobre la necesidad de crear un nuevo mundo.
Un mundo cuyo secreto se esconde
en la fuerza de las semillas de los agricultores orgánicos. Con cada periodista
se transformará en una oradora didáctica de sonrisa afable y argumentos filosos
y, en cada recreo, volverá rápido a su computadora y se conectará con su
actividad alrededor del mundo. Esta mujer de 64 años es Vandana Shiva y, aunque
la invitan a hablar desde varios países y la han señalado como una de las
personas más influyentes en materia ambiental, mantiene su hogar y su base de
operaciones en India, en el mismo rincón donde hace más de treinta años empezó
una lucha que la convirtió en uno de los rostros de la resistencia frente a las
corporaciones agroindustriales.
Criar hijos y cocinar, no resulta productivo para el actual
patriarcado capitalista, dice Vandana Shiva.
—El ecofeminismo ve eso y es la
ventana para entender es una falsa construcción.
Su voz se desparrama por la sala
del hotel. Es como si el domingo frío y soleado de la tarde hiciera una pausa,
y la cara real y atroz del mundo se corporizara en el aire. Hay algo musical en
su voz que se reconoce en videos multiplicados por la web de sus cientos de
conferencias en todo el planeta que terminan, casi por unanimidad, con los
presentes de pie para aplaudirla. No hay que confundir esa calidez con
ingenuidad. A pesar de que algunas de sus ideas tal vez se conviertan en slogan
repetido por hipsters distraídos, veganos fashionistas y comunicadores
gritones, su discurso es político y lúcido. Por eso se ha convertido en una
referente universal, sin pruritos para decir, por ejemplo, que Bill Gates es un
ladrón disfrazado de filántropo. Sus fans la han comparado con la Madre Teresa
y con Gandhi. Otros tomaron de manera peyorativa esa relación: el diario inglés
The Independent ha dicho que ella, al igual que el líder pacifista, es esclava
de una visión romántica que poco tiene que ver con la realidad. En The New
Yorker han resaltado su pertenencia social, ubicándola como parte de la casta
de los brahmanes.
Mueve sus manos llenas de
anillos. Debajo de la ruana lleva un sari verde. Más de una vez tocará su
bindi, el punto rojo dibujado en su entrecejo. Vino a Argentina para el 3er
Festival Internacional de Cine Ambiental (FINCA). Antes estuvo en México como
invitada de honor en la Pre audiencia del Tribunal Permanente de los Pueblos
donde se debatió sobre la contaminación transgénica del maíz nativo. El futuro
es una semilla y Vandana Shiva es su guardiana: visita cada lugar en el que se
libra una batalla para resistir las modificaciones genéticas.
***
La foto los muestra sonrientes en
Mar del Plata. Es 1998. Vandana lleva anteojos, por aquel entonces tenía 46
años, y algunos kilos más que ahora. La misma ropa tradicional, hecha por
artesanos con fibras naturales. El poeta y periodista Alberto Pipo Lernoud la
acompaña junto a otros activistas como María Calzada, pionera en la promoción
de alimentos orgánicos, Lucas Chiappe, periodista que desarrolló hace décadas
un proyecto sustentable en el sur, y León Gieco. Fue Lernoud quien los convocó
a todos. Dos años antes, el entonces presidente Carlos Saúl Menem había
autorizado la primera soja transgénica en un trámite de 81 días: tomó como
estudios preliminares los realizados por Monsanto. Empezaba entonces un avance
a dentelladas del proceso de agricultura industrial y una resistencia tímida
pero firme se concretó en 1998, con el primer Congreso en Argentina de IFOAM
(Federación Internacional de Movimientos de Agricultura Orgánica). La foto y un
par de documentos quedan como registro.
—En aquel momento empezaba la
ingeniería genética – dice Lernoud-. Felipe Solá como ministro de agricultura
acababa de permitir el uso de plantas de la primera soja transgénica. Nosotros
decíamos que era un peligro. Hicimos una declaración y Vandana la firmó, junto
a otros, como León Gieco.
El nombre de Shiva empezaba a
volverse leyenda. En 1993 le otorgaron el premio Right Livelihood Award, que se
conoce como el Premio Nobel Alternativo. Se lo dan en Suecia a aquellos que
“trabajan en la búsqueda y aplicación de soluciones para los cambios más
urgentes que necesita el mundo actual”. (Edward Snowden lo recibió en 2014).
Desde su Fundación de
Investigación para la Ciencia, Tecnología y Ecología había demandado a Monsanto
por ensayar ilegalmente sobre terreno indio con la producción de algodón con
tecnología Bt. Y ganó por un rato: la empresa no pudo comercializar sus
semillas hasta el 2002. Shiva sabía de lo que hablaba y cuando empezó a contar
su lucha cautivó a todos. Lernoud dice:
—La imagen era muy fuerte.
Hablaba científicamente y con potencia. El problema de los transgénicos y la
corporativización de la agricultura y los temas subsidiarios de las
corporaciones que han tomado el control de la industria de alimentos no tenía a
nadie que hablara como ella.
Lernoud dice que, al contrario de
los académicos enfrascados en las universidades, ella le habla “a la gente, con
solidísimos argumentos”. Y destaca su trasfondo espiritual: debemos entender
que somos parte de la tierra.
Siguieron en contacto. Lernoud la
vio algunas veces vio cuando ella padecía problemas de riñones. “Es que no para. Es como una rock star. Todos
quieren tocarla, le quieren mostrar cosas”. Su amigo la ha visto discutir
de igual a igual con Ministros de distintos países. “Da su vida por esto”, dice.
Cuando conoció su chacra en India
se sorprendió al ver cómo su discurso se volvía tangible; eran unas cinco hectáreas
plenas de acción. Una reproducción de lo que hoy significa Navdanya: campesinos
en pleno movimiento de un lado a otro entre la tierra, entre las plantas,
haciendo algo que es pura posteridad: el cuidado del alimento de la mano de las
semillas y su crecimiento. Hoy son 750 mil trabajadores en varias provincias de
India. En aquellos años no eran tantos, pero el fervor que veía el periodista
argentino era el mismo. La tarde de la charla en el Aula Magna de la Facultad
de Medicina, Shiva nombró a Lernoud como “su
amigo”.
***
Un valle al pie del Himalaya; una
región de bosques y ríos. Ese fue su primer paisaje. Nació en 1952 en Dehradun,
la capital del estado de Uttarakhand, en el norte de la India. Se crió entre
los árboles que custodiaba su padre, un conservacionista, y entre las
enseñanzas de su madre. Ella había dejado su trabajo en educación para vivir en
el campo. De ella aprendió el valor de las mujeres y la sagaz lectura política
del mundo. Más de una vez, Vandana Shiva se reconoció como privilegiada, porque
pudo estudiar, y estudió. Primero, física, luego un doctorado en filosofía en
Canadá. Mientras ella avanzaba en sus estudios, aquel paisaje inicial fue
cambiando y con esas alteraciones algo empezó a revolverse en su interior; algo
que terminó de explotar cuando tomó contacto con el movimiento Chipko, que
nació en 1977. Chipko significa “abrazar”,
y eso era lo que hacían los campesinos y los artesanos para impedir el avance
desaforado de la industria maderera. En especial, las mujeres tomaban las
riendas de esa protesta que nacía entre la furia y el gesto amoroso. Y eso,
junto al legado de su madre, comenzó a mover inquietudes que había tenido desde
siempre. En 1982, creó la Fundación de Investigación para la Ciencia,
Tecnología y Ecología. En 1988 publicó su primer libro, Staying Alive. Escribió
más. Pasó los veinte títulos. Algunos, los más importantes: Abrazar la vida:
mujer, ecología y desarrollo (1995), Ecofeminismo. Teoría, crítica y
perspectivas, junto a Maria Mies (1997), Monocultivos de la mente (2008).
Libros que se subrayan, se marcan y discuten.
Hombres y mujeres se ponen de pie
para aplaudirla donde se presente. Sea en un pueblo árido de África, sea en la
sala de convenciones donde se realizó la Conferencia de las Naciones Unidas para
el Desarrollo Sostenible en Río de Janeiro en 2012.
—Creemos que las semillas tienen
libertad. Las semillas son vida y la vida es libertad. Los agropecuarios tienen
la libertad de guardar semillas. Las leyes de Monsanto no se interpondrán en el
camino de nuestra libertad y por eso fundé Navdanya— dice ahora y los
asistentes vitorean como si hubiera terminado un hit. Navdanya es la Fundación
que ella creó para luchar por los derechos de los agricultores frente al avance
del corporativismo en general y del ingreso de semillas de algodón BT (que
tienen en su gen una bacteria que funciona como plaguicida) de la mano de
Monsanto en India, en particular.
Con Navdanya armó un movimiento
nacional en 1991 y se dedicó a proteger desde allí la diversidad de recursos y
de granos, a cuidar la agricultura ecológica, a promover el comercio justo.
También fundó una escuela, Bija Vidyapeeth, que promueve la vida sustentable.
***
Entra en la sala y todos se ponen
de pie, aclaman, aplauden. Ella se queda junto a la mesa y aplaude también al
auditorio. Ochocientos cincuenta personas se anotaron para escucharla en el
Aula Magna de la Facultad de Medicina de la UBA. Como parte del FINCA, antes de
que empiece la entrevista pública que le hará Soledad Barruti, la autora de
Malcomidos, el libro que desnuda los secretos de la industria alimentaria
nacional, se acomodan en unas sillas para ver un documental breve y bello que
se llama Semillas. Muestra el modo en el que llevan adelante sus cultivos unos
productores rurales del sur de Brasil: comparten y siembran semillas criollas,
ancestrales, utilizadas desde siempre por sus familias.
—Cinco minutos con ella es como
estar cinco minutos con el Papa–, dice Beatriz, una productora agropecuaria de
Lobos que enumera, como muchos en el aula, sus peleas para defender los
cultivos artesanales.
Detrás de la mesa en la que habla
Shiva, cuelga el cuadro enorme que pintó Antonio González Moreno: la ceremonia
de inauguración del Protomedicato en una de las salas del Cabildo en 1780. Se
ven hombres, el Virrey, un general del Ejército, un intendente… ninguna dama.
Muy diferente de lo que aquí ocurre, a los pies de la pintura: Vandana, Soledad
Barruti, Miryam Gorban, de la Cátedra Libre Soberanía Alimentaria, que minutos
antes invita a hacer un tribunal a Monsanto de parte de la comunidad antes del
tribunal de la Haya que será en octubre. En el cuadro de González Moreno no hay
mujeres como Gorban que dice: “Globalizar
la lucha para globalizar la esperanza. Por comer sano, seguro y soberano
estaremos todos juntos”. En el cuadro no hay Vandanas Shivas que digan lo
que dice ella, vestida en su sari rojo y naranja:
—Todo el que sabe es un
científico en el sentido auténtico— dice y mira la imponente sala donde algunos
días se dan clases, por ejemplo, de biofísica, y otros se alquila para
encuentros culturales–. Monsanto ha invertido millones de dólares para declarar
quiénes son los verdaderos científicos. Es un buen momento para el buen
conocimiento, la buena ciencia, y para oponer resistencia a la propaganda. Sólo
hay que desenmascararlos.
***
Tuvo su primer banco de semillas
en su casa de la ciudad. Luego sus padres la ayudaron a comprar un pequeño
pedazo de tierra. Hoy es un rincón verde y voluptuoso donde pastan vacas
flacas, corren perros y la agricultura es tratada con la devoción de quien
reverencia un misterio.
En todos estos años, su nombre
comenzó a hacerse más fuerte en el mundo y en Argentina. La admiración por ella
creció en sintonía con los movimientos que comparten sus ideas.
***
Desde finales de la década del
noventa hasta la actualidad, un cambio rotundo y silencioso ocurrió en
Argentina. La soja transgénica avanzó: de seis millones de hectáreas pasó a
veinte millones en 2015. Y si bien se realizaron exportaciones millonarias (estudios
del Instituto Gino Germani hablan de 158 mil millones de dólares entre 2002 y
2013), se consolidó un modelo de agricultura que vino de la mano con el uso a
destajo de agroquímicos como el glifosato. En paralelo, investigadores
analizaron los efectos de ese modelo, agricultores apostaron por la producción
orgánica, algunas organizaciones iniciaron la lucha para cambiar el sistema.
Algunas cátedras de soberanía alimentaria en las facultades empezaron a abrir
la discusión.
La Facultad de Agronomía de la
UBA es, de por sí, una irrupción de aire de campo en plena ciudad. Árboles,
huertos; las llamas pastan junto a los caballos y las vacas y ven pasar los
colectivos con indiferencia. Ahí en 2011 se inauguró la Cátedra de Soberanía
Alimentaria a cargo de Carlos Carballo. Un espacio de reflexión donde se cruzan
diferentes miradas; proyectos de comercio justo y proyectos sustentables.
Según Carballo el discurso de
Shiva ha calado tanto en Argentina porque se está entrando en un profundo
debate nacional sobre las semillas y el rol de las transnacionales.
–Monsanto parece corporizar a ese
“enemigo” de los pueblos, pero atrás
están muchas otras e intereses mundiales que subordinan la vida a meras
especulaciones comerciales de corto plazo.
***
El Salón de la Provincias está
colmado. Afuera, en el Congreso, quedaron unas cincuenta personas que llegaron
demasiado tarde y no pudieron entrar. En la sala se agrupan embajadores,
senadores, organizadores, algunos productores agropecuarios y todo fluye con
mayor solemnidad que el día anterior, en la Facultad de Medicina. Pino Solanas,
Florencia Santucho, la directora del FINCA, Marie Monique Robin, documentalista
que desnuda el exterminio silencioso de los agroquímicos (y que alguna vez
dijo: “Si existe un país en el que
Monsanto haya podido hacer todo lo que le viniera en gana sin el menor
obstáculo, ese es Argentina”. Junto a ellos, en la larga mesa, Vandana
Shiva mira con interés el enorme vitral que corona el techo. Esta vez no hay
aplausos ni gritos, pero todos la miran atentos. El encuentro es parte de las reuniones de la
Comisión de Ambiente y Desarrollo Sustentable del Senado de la Nación. Pino
Solanas, su presidente, habla sobre la necesidad de pensar otro modelo
agropecuario, de prescindir de las semillas de manufactura genética y su
fumigación con tóxicos, y tira un dato tan simple como inquietante: “La lechuga que comés en la ensalada tiene
entre quince y veinticinco agrotóxicos encima. Nació con ellos. Están en la
estructura sistémica de la planta. No es algo que se vaya con lavandina o
vinagre”. Menciona un análisis de la Universidad de La Plata sobre la
lluvia que cae en las zonas rurales donde se utilizan agroquímicos: encontraron
glifosato en sus gotas. Vandana Shiva señala el vitral. Su discurso es más formal
que el del día anterior, pero mantiene su candor.
—Le preguntaba a Florencia
Santucho (la directora del Festival) qué significaba esa obra de arte – habla y
mira a todos, sonríe- . Me dice que tiene que ver con la independencia y la
libertad. Los alimentos hoy son fuente del colonialismo.
Esta vez hablará de las patentes,
de la piratería, de la soberanía alimentaria desde las legislaciones y los
modos de afrontar el tema por parte de los gobiernos.
***
No todos se fascinan con ella. La
revista Forbes la llama la celebrity anti transgénicos. En una nota de 2014
reúne las voces de quienes han criticado a Shiva a lo largo de su historia. Uno
de ellos, por ejemplo, es el periodista Mark Lynas, que ha venido a Argentina a
dar charlas y a defender el uso de transgénicos. Lo vinculaban con Greenpeace y
fue la propia ONG la que salió a despegarse: en el 2014 la organización hizo
circular un comunicado donde aclaraba que nada tenían que ver con Lynas, que
primero fue militante antitransgénicos y luego pidió disculpas públicas y pasó
al bando opuesto. A Shiva le han dicho fanática, oscurantista; le han dicho que
no tiene rigor científico y que prefiere ver un pueblo muerto de hambre a uno
alimentado con transgénicos (esto lo dijo C.S. Prakash, un profesor indio que
defiende ese tipo de industria de transgénicos). Varias páginas se dedican a
rastrear los vínculos entre esos defensores de los transgénicos y terminan por
vincular a los autores con las empresas que aseguran defender con objetividad.
En el 2014, por ejemplo, un
artículo sobre Shiva en The New Yorker, titulado Seeds of doubts (Semillas de
la duda), firmado por Michael Specter relativizaba varias de sus banderas.
Shiva se detuvo a responder cada una de las cuestiones que ponía en duda el
periodista. Tuvo un par de palabras para él y para todos quienes aseguran que
no es digna de ser llamada científica: “Mi
educación no se ajusta a su narrativa (…) A Specter y a la industria
biotecnológica (y a The New Yorker, por asociación) les gustaría identificar a
los millones de personas que se oponen a los transgénicos como no científicas,
románticas. Mi educación es, obviamente, una espina en su costado”. La
polémica siguió: el editor general de la revista, David Remnick, hizo otro
descargo.
Ahora, sentada en el living del
hotel en San Telmo, dice: “Son medios
pagos. Si alguien viene y me habla, yo espero que tenga integridad y dignidad.
El hombre del New Yorker de hecho me mintió. Me reuní con él unos quince
minutos en el encuentro de Naciones Unidas. Él no me conoció realmente. Claro,
The New Yorker fue comprado por Condé Nast, que tienen estrecha relación con
Monsanto. Entonces ya no sorprendió tanto”.
—¿Pasa en todos los niveles?
Lo que pasa con los medios pasa con la
ciencia. Y lo que pasa con la ciencia es lo que pasa con los gobiernos. Para
mí, ese es el gran desafío de nuestro tiempo. Yo no cuento con cinco días en mi
vida para venir a Argentina. Yo los creé. Los creé porque necesitamos
solidaridad. Estamos en tiempos donde la concentración de dinero está en pocas
manos y para ellos nada importa. Un 1% de poderosos está tomando las decisiones
sobre el planeta y están destrozándolo y destrozando nuestras libertades.
Tenemos que ver ese patrón en todos los niveles.
—¿Lo que come, lo que viste
también coincide con tus ideas en todos los niveles?
—Mi madre fue muy activa en la
independencia de India y me decía que cuando compraba ropa hecha a mano, una
mujer podía llevar comida para sus hijos. Este sari hecho mano, cada una de
estas prendas ha sido teñida a mano, usando la creatividad. Cuando uso ropa o
cuando se trata de alguna forma de apostar a la belleza, al conocimiento, y me
niego a pensar que esto (agarra su ropa, la mueve) es una mercancía. Creo que lo que usás y lo
que comés definen tu relación con el mundo.
—¿Hizo muchos sacrificios en
todos estos años de lucha?
—Dejé mi carrera académica, la
posibilidad de ser parte de una elite. Decidí ser una nadie. Venir aquí a
Argentina es un sacrificio, tomar este tiempo lejos de casa, de la familia, es
sacrificio. Pero lo hago.
Es la rock star de la tierra, la
papisa, la chamana, la científica. Shiva no le teme a los caprichos de quienes
levantan el dedo para decir quién es digno de la ciencia. Invita a poner en
crisis el concepto.Cuando tiene que discutirles, les discute.Pero, en general
hace camino entre los que no necesitan de pizarras impolutas y cócteles para
saludar a empresarios. En una charla con Daniel Viglietti, Atahualpa Yupanqui
decía en 1986: “El hombre es tierra
animada”. Lo recuerda Lernoud cuando habla de Shiva. Lo deja entender
Carballo cuando habla de su importancia. Hay un hilo, una red que atraviesa
fronteras y años. Ironías del lenguaje. “El
hombre es tierra que anda” ¿No es acaso una concepción ecofeminista? Como
sea es una invitación a las raíces, a la tierra, hacia ahí, donde Vandana Shiva
también mira. Ahí, donde brotan las semillas.
Fuente: www.revistaanfibia.com