Las familias numerosas ya son una reliquia del pasado en América Latina y el Caribe, como consecuencia de la modernización y el crecimiento de la economía y de la fuerza laboral. Ahora, la región tiene como nuevos desafíos el mayor envejecimiento de la población y el movimiento migratorio.
En la región “la tasa global de fecundidad ha bajado de 5,8
hijos por mujer en 1950 a 1,8 en 2024. Ha tenido la mayor caída de la
fecundidad entre 1950 y 2024 (-68,4 % versus -52,6 % a nivel mundial)”, indicó
a IPS desde Santiago de Chile el director del Centro Latinoamericano y Caribeño
de Demografía, Simone Cecchini.
“Las mejoras en los niveles educativos, las condiciones de
vida, la urbanización, el empoderamiento de la mujer y su incorporación al
trabajo han favorecido la opción por reducir el número de hijos”, explicó
Cecchini, cuyo Centro forma parte de la Comisión Económica para América Latina
y el Caribe (Cepal).
Desde la ciudad de São Paulo, en Brasil, la educadora Martha
Marcondes cuenta a IPS cómo ha ido cambiando su familia en materia de hijos, en
lo que modela el comportamiento regional.
“Mi bisabuela tuvo 14 hijos, la vida era dedicarse a los
hijos; mi abuela pensaba diferente a su tiempo y solo tuvo cuatro; mi madre
tuvo tres, y grávida en una cuarta ocasión, optó por abortar”, explica.
Marcondes solo ha tenido una hija, pues “nos agradaba la idea
de un segundo hijo, pero mi marido y yo
nos sentamos a sacar cuentas y decidimos no tener más. Mi hija, con 22 años y
estudiante de Relaciones Internacionales, está enfocada en su carrera y en viajar
y no piensa tener hijos”.
La mayoría de los condiscípulos de su hija también son hijos
únicos o a lo sumo tienen un hermano. “Tener menos hijos es una forma de poder
proporcionar una vida mejor a los hijos que sí tienes”, sentencia Marcondes.
A esa conclusión llegaron también parejas como la de Tamara y
Héctor –prefieren no divulgar sus apellidos-, repostera ella y bombero él en
Ciudad Guayana, en el sureste de Venezuela, con una hija de 10 años.
“Con lo justo podemos pagar colegio y mantenernos, no tenemos
casa o carro (auto), cubrir los gastos en Venezuela es cada vez más difícil,
los ingresos son muy pocos, así que ya hace años le dije a Héctor: no más
hijos”, relata ella a IPS desde su localidad.
La demógrafa Anitza Freitez, jefa del Departamento de
Estudios Demográficos de la caraqueña Universidad Católica Andrés Bello,
confirmó a IPS que “sí, las experiencias analizadas en países en crisis
muestran que la situación de privación en estos contextos incentiva a evitar
los nacimientos”.
Cecchini apunta que “en la medida en que las personas cuentan
con más educación y bienestar, optan por tener menos hijos. Esa opción ha sido
posible gracias a un mayor acceso a la salud sexual y reproductiva y al uso de
anticonceptivos modernos, que también han permitido bajar la tasa de fecundidad
entre las adolescentes”.
Advierte que si bien en la región la tasa de fecundidad entre
las jóvenes adolescentes (de 50,5 hijos por cada 1000 mujeres entre 15 y 19
años de edad en 2024) ha bajado respecto al pasado reciente (2010, la tasa era
de 73,1 hijos), sin embargo, está muy por encima del promedio mundial (40,7).
Envejecimiento y
economía
La caída de la fecundidad causa fuertes cambios en la
estructura por edad de la población, con una disminución acentuada de la
proporción de niños y niñas y un aumento sostenido en la de adultos mayores.
Asimismo, se reduce el tamaño medio de los hogares, que según
datos de la Cepal para 20 países de América Latina pasó de 4,3 personas en el
año 2000 a 3,4 personas en 2022, y aumenta la longevidad.
La esperanza de vida al nacer para ambos sexos, en el
promedio latinoamericano y caribeño, era tan solo de 49 años en 1950 y ha
llegado a 76 años en 2024.
Como resultado del descenso de la tasa de fecundidad y el
aumento de la esperanza de vida, en América Latina y el Caribe en 2024 viven 95
millones personas de 60 años y más, que representan 14,2 % de la población
total. En 2030 serán 114 millones, 16,6 % de la población total.
Se proyecta, en particular, un fuerte crecimiento del grupo
de personas de 80 años y más, que pasarán de 12,5 millones en 2024 a 16,3
millones en 2030.
Cecchini expone que el envejecimiento de la población y la
reducción del tamaño de las familias están remodelando las economías y
sociedades, con su carga de desafíos y oportunidades.
El envejecimiento, dijo, “presenta retos para las políticas
públicas de protección social, salud, cuidados, así como de mercado de trabajo.
Todavía no se logra proveer cobertura universal de protección social o de
salud” y el aumento de la población de edad avanzada aumenta fuertemente la
demanda sobre esos sistemas.
También aumenta las necesidades de cuidados, y en particular
las de largo plazo. Como ya no es sostenible el tradicional modelo de cuidado
basado en el trabajo no remunerado de las mujeres, propiciado dentro de las
familias numerosas, “en este ámbito también se necesitan medidas de política
pública”, subrayó Cecchini.
Pero por el lado de las oportunidades, las personas mayores están demandando cada vez más productos y servicios, lo que puede presentar beneficios para los mercados.
La “economía plateada” –la enfocada en las necesidades y
demandas de las personas adultas mayores- conlleva oportunidades en campos como
turismo, entretenimiento, telemedicina, tecnologías de información y
comunicación, sistemas inteligentes para hogares, asistencia sanitaria, y
cuidados a domicilio, recuerda el experto.
“Nuevos puestos de trabajo en estos sectores, especialmente
en la salud y los cuidados, serán creados a raíz del envejecimiento
poblacional”, puntualizó.
Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), adoptados
dentro de las Naciones Unidas en la Agenda 2030, no marcan metas en cuanto a
tasas de fecundidad, pero pueden beneficiarse con la reducción, como la
disminución de la pobreza por un mayor número de personas en la fuerza de
trabajo al tener menos dependientes.
Bono demográfico y
migración
El envejecimiento de la población y la reducción de la tasa
de fecundidad impactan sobre el bono demográfico, la ventana de oportunidad
para el crecimiento económico y reducción de la pobreza debida al mayor
crecimiento de la población en la edad más productiva, entre los 15 y los 64
años, con respecto a la población dependiente.
Ese segmento de la población promedia 68 % del total en la
región, según cifras del Banco Mundial, con algunos países del Caribe
anglohablante, Brasil y Colombia por encima del promedio, y otros por debajo,
como Guatemala, Puerto Rico y Venezuela.
La duración previsible de ese bono es muy variada en la
región -la mayor en Bolivia., la menor en Uruguay-, pues depende del ritmo del
proceso de envejecimiento, determinado por la disminución de la mortalidad, la
reducción de la fecundidad y los procesos migratorios.
“Pero siempre hay que recordar que el bono demográfico
solamente es una oportunidad, que hay que aprovechar con políticas públicas
adecuadas, como por ejemplo la inversión en las capacidades humanas de los
jóvenes y la promoción de la igualdad de género en el mercado laboral”, subrayó
Cecchini.
En la región el aspecto migratorio impacta sobremanera a
países como Cuba, de donde han salido más de 800 000 personas en los últimos
dos años, o Venezuela, que en una década ha visto salir a más de siete millones
de sus nacionales.
“La disminución en la fecundidad en un país como Venezuela se
combina con un proceso migratorio, lo que se traduce en una pérdida del bono
demográfico y envejecimiento de la población”, expuso Freitez.
Destaca que ese proceso ocurre “en un país donde ese envejecimiento no figura en los primeros lugares de las políticas públicas. Un ejemplo es que las pensiones que reciben los adultos mayores no alcanzan siquiera mínimamente para cubrir algunas necesidades, y la salud pública es muy deficiente”.
Las pensiones de vejez en Venezuela están endosadas al
salario mínimo, que es de menos de cuatro dólares mensuales, aunque algunos
grupos de pensionados reciben ocasionalmente bonos por algunos dólares más.
“Toda la carga recae entonces sobre una familia cuya
estructura se ha transformado, pues más de un millón de hogares (de los poco
más de seis millones que hay en Venezuela) han experimentado la migración de
algunos de sus miembros, convirtiéndose en familias trasnacionales”, apuntó
Freitez.
Sea por esa dispersión, por la reducción de las tasas de
fecundidad, el avance de la modernización y el envejecimiento, las familias
numerosas que caracterizaron vida y tradición de América Latina ya hoy día se
han convertido en piezas de museo.Fuente: IPS
ED: EG
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