Una empresa productora de alimentos está dispuesta a
invertir millones de dólares para salvar a los bosques. Parece una labor
altruista. No lo es. Es una decisión de negocios que busca, sobre todo, evitar
el riesgo. Unilever, la multinacional presente en más de 190 países y dueña de
400 marcas, estima que pierde 300 millones de dólares al año por los impactos del cambio climático.
Paul Polman, su presidente, afirma que, de seguir las cosas como van, producir
alimentos puede dejar de ser rentable en los próximos 30 a 40 años.
¿Puede el clima
impedir que haya comida para la cena?
Actualmente, mil millones de personas se van a la cama con
hambre, a pesar de que producimos suficientes calorías para alimentar 10.000
millones de seres humanos. La seguridad alimentaria, un objetivo de desarrollo,
sigue siendo una ilusión. La razón principal es que la distribución y
repartición de comida se hace de forma inequitativa. Y además, ¡se desperdicia!
La población global ya sobrepasó los siete mil millones de
personas y se proyecta que superará nueve mil en 2050. Para ese entonces habrá
que incrementar la disponibilidad de comida en un 50% a un 70% (suponiendo
aumenta el consumo de proteína animal). Eso no significa expandir la frontera
agrícola. Significa saber dónde y cómo producir, y tener sistemas mucho más
eficientes y equitativos.
Alimentar una población que crece a pasos agigantados
necesita una estrategia integral y más si se le suma un gran desafío: el cambio
climático que ya tiene y tendrá impactos en dónde y cómo producimos la comida.
La capacidad productiva agrícola disminuirá en muchas regiones del mundo lo que
será un riesgo para el suministro. La CEPAL, por ejemplo, estima que la
producción de cultivos básicos en América Latina podría disminuir entre el 12%
al 50% en 2100, bajo escenarios de cambio climático. Los más afectados serán, como siempre, los más pobres y vulnerables.
El suministro de alimentos estará en riesgo.
Pero hay una fórmula para disminuir el riesgo: ponerle el
freno a la deforestación y manejar los bosques como parte de una estrategia de
adaptación y mitigación. Los bosques, que talamos casi con indiferencia, están
íntimamente relacionados con los riesgos climáticos y la seguridad alimentaria.
En el plano territorial, sabemos el papel que juegan los
bosques: brindan agua, regulan el clima, disminuyen el viento, mejoran los
suelos, atraen a los polinizadores, protegen de las avalanchas, inundaciones y
las plagas. Y también: son un bien económico indispensable para los seres
humanos ya que de ellos se extraen materias primas como la madera, leña,
frutos, y aceites esenciales.
Los bosques juegan un papel determinante en el clima. Su
deforestación es responsable del 12% de las emisiones de gases efecto
invernadero que causan el calentamiento global. Además, la pérdida de ellos
puede afectar los patrones de lluvias: los bosques amazónicos regulan el clima
de importantes zonas productivas del sur de continente.
Curiosamente, la agricultura de productos básicos de consumo
es responsable del 70% de la deforestación de los bosques tropicales y
subtropicales. En lugar de crear un sistema agrícola que integrara a los
bosques y aprovechara sus servicios, deforestamos y dejamos los cultivos a la
deriva e impactado muchos ecosistemas.
Si seguimos con este modelo de desarrollo descontrolado,
produciendo a costa de la naturaleza, para 2050 habremos perdido 232 millones
de hectáreas de bosque, seremos más de nueve mil millones de personas y
estaremos sufriendo los impactos del cambio climático, por haber cruzado el
límite de 2 grados de calentamiento en relación con la temperatura
preindustrial. Ese es un camino, aunque sea un contrasentido elegirlo.
El otro camino es tomar medidas ambiciosas y urgentes. Por
ejemplo, comprometernos a cero deforestación neta en 2020, y buscar producir
mejor, con mayor eficiencia, protegiendo los bosques y los suelos que también
almacenan importantes niveles de materia orgánica y carbono. Si se cumple esa
meta, para 2050 solo se habrá perdido 50,5 millones de hectáreas de bosque,
suponiendo que no se llevan a cabo actividades de reforestación y recuperación
de los ecosistemas. Se habrá reducido más del 10% de las emisiones globales y
estaremos más cerca de garantizar un escenario climático al que nos podemos adaptar.
Es la fórmula para garantizar seguridad climática y alimentaria (además de
seguridad energética, hídrica, entre otros servicios).
Y además: ¡es posible! Brasil, que había sido responsable de
una cuarta parte de la deforestación global, logró disminuir la tala en un 70%.
Otros países también se han comprometido a metas ambiciosas de reducción de la
deforestación en alianza con los sectores productivos.
La mayoría de países boscosos están en vía de desarrollo y
quieren proteger sus bosques, pero no pueden hacerlo solos. El mensaje que han
enviado a la comunidad internacional en los últimos meses es que están
dispuestos a hacer más si trabajan en colaboración.
En la Declaración de Bosques de Nueva York que se adoptó en
la Cumbre del Clima de Ban Ki-moon, gobiernos, empresas, comunidades y ONG se
comprometieron a tomar medidas para detener la deforestación. Hay otras
iniciativas en las que las empresas, el sector agropecuario y financiero han
avanzado para mejorar sus prácticas productivas asumiendo retos como reducir la
deforestación en la cadena de suministro.
Y sobre la misma senda, en plena Conferencia de las Partes
de la Convención Marco de Cambio Climático (COP 20), 14 países en desarrollo
lanzaron el Desafío de Lima. Mediante esta iniciativa, los países aseguraron
que estarían dispuestos a aumentar su ambición para combatir la deforestación y
el cambio climático, y cuantificarla. Siempre y cuando, esto se haga en alianza
con los países desarrollados y con apoyo financiero.
Los bosques tienen que estar en la agenda de los
gobiernos, de las empresas, de la sociedad civil. Y no porque salvarlos sea una
misión altruista. Es porque no podemos vivir sin ellos. Eso es un hecho
incuestionable. Con ellos combatimos el cambio climático, con ellos aseguramos
nuestro futuro, con ellos combatimos el hambre. Fuente: elpais.com
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