El anuncio aplaudido y celebrado en el día de ayer (11/02/25015) cuando la
presidenta Cristina Kirchner confirmó en cadena nacional la creación de una la
planta que producirá potasa cáustica para la elaboración de agroquímicos y que
permite la producción de glifosato para sustituir su importación, al menos a mí
me puso la piel de gallina.
Ahora vivo en Mendoza, pero vengo de criarme en esa zona que
llaman "la pampa húmeda",
en ese lugar donde cuando era chiquita veía campos con girasoles, trigo,
sorgos, maíces y veía vacas por supuesto y donde ahora solamente veo una
inmensa alfombra verde de soja.
El glifosato es el agroquímico por excelencia que la soja
transgénica necesita para desarrollarse. No es extraño sentir su olor
penetrante una tarde en algunos de esos pueblos perdidos entre el campo y la
nada.
Primero fueron algunos sembradíos, pero luego la soja
invadió todo, hasta las banquinas. Y las fumigaciones, pese a las ordenanzas,
se hacen por la noche, se hacen a escondidas, pero se hacen. Porque el olor se
percibe, porque al rato medio pueblo anda rascándose por la alergia o con ardor
en los ojos y eso es apenas un botón de muestra.
Nunca me voy a olvidar la desesperación de mi madre el día
en que me contó como un avión fumigador había pasado por encima de todo el
pueblo. La impotencia de apenas decirle "no salgas de casa".
Apenas a dos cuadras de la casa donde me crié, en plena zona
urbana hay un depósito de glifosato. Lo denuncié cientos de veces con las
autoridades de medio ambiente del municipio, pero casi tomándome el pelo me
dicen que no lo encuentran.
“La complicidad y la ambición por los dólares verdes mas verdes que
nunca que dejan la soja, tapan todas las bocas”.
Después del día de la fumigación, casi no había persona que
no se rascara frenéticamente. Un médico, demasiado valiente como para ser
aceptado por las instituciones públicas, me explicó por teléfono que dentro de
poco “esto va a ser un desastre”.
También me dijo que los abortos espontáneos habían aumentado, que la gente tenía
más que nunca consultas por irritaciones que jamás había visto en su vida en la
piel y en la vista, “no hace falta que
pasen por encima, el glifosato vuela con el viento y no se va con la lluvia”.
Me quedé preocupada, mi madre me decía que no aguantaba la
picazón en la nariz. Y me seguí preocupando: mi prima me contó que su mejor
amiga había perdido el tercer embarazo. Cuando el médico, ya sin respuestas, le
pregunto donde vivía, entraron todos en pánico. Ella y su esposo vivían en el
campo, el glifosato lo guardaban a metros de su casa. No sabían de su
peligrosidad.
Y ya no fue preocupación, fue bronca, cuando otra vez por
teléfono, me avisan que un nene de 11 años se estaba muriendo de cáncer. Yo
conocía a ese nene, en los pueblos, nos conocemos todos. “Esto va a pasar cada vez más seguido”, volvió a decirme por
teléfono el médico.
Un tóxico que tiene la capacidad de deformar el ADN de una
célula humana estaba haciendo desastres en el pueblo que me vio crecer y en el
que viven muchísimos afectos.
Después de 15 años de fumigaciones sistemáticas, los equipos
de salud de los llamados "pueblos
fumigados" detectan un cambio en el patrón de enfermedades: “Los problemas respiratorios son mucho más
frecuentes y vinculados a las aplicaciones, igual que las dermatitis crónicas;
de la misma manera, los pacientes epilépticos convulsionan mucho más
frecuentemente en época de fumigación, son más frecuentes la depresión y los
trastornos inmunitarios. Se registran altas tasas de abortos espontáneos (hasta
del 19%) y aumentó notablemente las consultas por infertilidad en varones y
mujeres. Los rebaños de cabras de los campesinos y originarios registran, en
algunas zonas, hasta un 100% de abortos vinculados a la exposición con
pesticidas. Se detecta también un aumento de trastornos tiroideos y de
diabetes. Cada vez nacen más niños con malformaciones, especialmente si los
primeros meses del embarazo coinciden con la época de fumigaciones”, señala
un informe de la Red de Médicos de Pueblos Fumigados. Son poblaciones de La
Pampa, Salta, Jujuy, San Luis y Catamarca y casi en su totalidad en Chaco,
Santiago del Estero, Córdoba, Santa Fe, Buenos Aires, Corrientes y Entre Ríos.
“Los pueblos fumigados también presentan un cambio en sus causas de
muerte. “Según los datos de los registros civiles a los que hemos podido
acceder, encontramos que más del 30% de las personas que mueren en estos
pueblos fallecen por cáncer, mientras que en todo el país ese porcentaje es
menor a 20%”, consigna el trabajo firmado por el doctor Medardo Avila Vázquez”.
En el informe señalan que en los últimos diez años, la
frontera agrícola se ha expandido casi en un 60 por ciento. En ese marco, se
aplican cantidades cada vez mayores de agroquímicos en un territorio donde
conviven con los cultivos transgénicos más de 12 millones de personas.
La inconsciencia que hay en torno al tema es inmensa y ayer
los pibes para la liberación aplaudían contentos la fabricación made in
Argentina de un producto que mata.
Entre tanto aplauso, me volví a acordar del nene de San
Jorge. De cómo mi madre lloraba por el nene muerto. “Era alumno mío, le pedía al padre que le sacara eso que tenía adentro”.
Clarisa Ercolano / Fuente: www.mdzol.com
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