Prof. de la Cátedra
de Parques, Jardines y Floricultura de la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional
del Comahue
Mientras que en algunos vecinos se
observa una preocupación importante en mejorar su entorno y aspectos que hacen
a su calidad de vida, entre los que el arbolado de calles y avenidas ocupa un
lugar importante, otros desconocen el rol social que el arbolado cumple, no lo
conciben a escala de la ciudad e ignoran el carácter integrador que este puede
aportar a su barrio, no le reconocen valor como generador de un ambiente
agradable en la vereda, que invite al encuentro entre vecinos y que favorezca
la vida social del barrio.
En la mayoría de nuestras ciudades se observan barrios
desiertos en los que el árbol está casi ausente o, en los que aún estando, se
halla representado por individuos que no reciben riego, mutilados,
sobreviviendo en espacios reducidos o afectados por plagas. Es decir que
numerosos problemas impiden que los árboles de vereda cumplan el rol que se
espera de ellos.
La situación que se
plantea revela planes de actuación erróneos, desconocimiento de las funciones
que el árbol cumple, del manejo que debe recibir en el ecosistema urbano y el
rol poco participativo que asume la comunidad.
Se considera que nuestro accionar como ciudadanos será
distinto a partir de tener un acabado conocimiento del efecto benéfico que
ejercen los árboles en el ambiente urbano y en las veredas de nuestros barrios.
En una ciudad como Mendoza, ejemplo
en nuestro país del tratamiento que deben recibir las arboledas públicas ya el 26 de septiembre de 1883 se establecía tal
como aparece en una publicación de esa Municipalidad (Municipalidad de la Ciudad de Mendoza, 1998)
que “Los que destruyan los árboles de las calles, plazas y otros paseos
públicos o los dejen morder por animales, son responsables del año…” Quienes
así lo hicieran deberán reponer el árbol y pagar una multa”. El resultado de
esta preocupación mantenida a lo largo de los años ha llevado a que Mendoza en
el año 1998 disponga de 48000 ejemplares de distintas especies, lo cual
equivale a un bosque de 300 Has (Municipalidad de la Ciudad de Mendoza, 1998)
con el consiguiente efecto sobre la calidad de vida de sus habitantes.
En este sentido cabe consignar que diversos autores han
desarrollado este tema en distintas publicaciones: Decourt, 1978; Fundación
Biosfera y FCAyFUNLa Plata, 1995; Ros Orta, 1996. Estos coinciden en que el
árbol de alineación es un elemento esencial por su valor como mejorador de la
calidad del medio ambiente, como elemento estético que forma parte de la
expresión del paisaje urbano; en el plano psicológico y social, por tener una
acción sedante y calmante sobre el hombre e invitar a la reunión bajo sus copas
y desde el punto de vista patrimonial, por su longevidad, se convierten en
testigos vivientes de la historia.
Durand, R (1998) afirma que el entorno de muchas
ciudades y barrios periféricos suelen ser torres de viviendas que no son más
que muros de cemento sin árboles donde la gente vive en un ambiente inhumano,
sosteniendo que el hombre no puede vivir sin el elemento vegetal y que esto
contribuye a la explosión social.
Cambiar la situación actual, mejorar
las condiciones del arbolado urbano requiere de la participación de todos, así
lo expresa Roberto Mulieri (2002) quien considera que los nuevos paisajes
urbanos o rurales, o de la interfase urbano rural, deben ser planificados como
fruto de procesos democráticos participativos desterrando todo modelo
burocrático administrativo, para sí plantear proyectos que valoricen los
recursos naturales, humanos y culturales, haciendo posible la sustentabilidad
de los mismos y generando espacios que favorezcan el encuentro social y
estimule la solidaridad.
También Sonia Berjman (sonia.berjman@fibertel.com.ar)
(2002), como historiadora urbana e investigadora del Conicet, se manifiesta en
este aspecto reconociendo que en nuestras ciudades derivadas de la cultura española,
árabe e indígena, se usaba la calle como un espacio de encuentro entre vecinos,
en el que los chicos jugaban a la pelota, a la rayuela, andaban en bicicleta a
la sombra de los árboles.
Hoy los chicos en muchas ciudades ya no viven la vereda, las relaciones
sociales entre vecinos han ido desapareciendo. Sostiene que los problemas de
seguridad han hecho que la calle y aún la plaza del barrio hallan ido perdiendo
sentido y que la solución debería pasar por hacer que las plazas y las calles
dejen de ser tierra de nadie y vuelvan a ser tierra de todos, para lo
cual por sobre todo hace falta educar.
Si bien es responsabilidad de los poderes locales
proteger el patrimonio arbóreo de las ciudades y velar por su correcta gestión,
al mismo tiempo la protección de este patrimonio por los ciudadanos
contribuye a desarrollar el sentimiento de pertenencia y el compromiso de
éstos respecto de su propia comunidad, a la vez que la colaboración entre el
sector público y los habitantes de las ciudades constituye un componente
importante del crecimiento y desarrollo armónicos de éstas.
Generar espacios de trabajos
compartidos es nuestra responsabilidad, la de los poderes locales, la de la Universidad , la de las
asociaciones no gubernamentales, la de las juntas vecinales. Todos aprendemos
con este modo de trabajo a enfrentar y resolver conflictos, a respetar la
diversidad, a descubrir capacidades propias, a establecer redes de
participación.
Avanzar en este sentido, uniendo esfuerzos será avanzar
en una sociedad más sostenible fundada en el respeto hacia la naturaleza, según
lo expresado en la Carta
de Río o carta de la Tierra
1997: ”La capacidad de la
recuperación de la comunidad de vida y el bienestar de la humanidad dependen de
la preservación de una biosfera saludable y de nuestra comprensión del
significado de sustentabilidad”.
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