"Las mamás que
criamos con apego también nos cansamos". Así se titula un artículo con
el que me topo en las redes sociales, y que genera en mí la inmediata pregunta:
¿y cuáles son las madres que crían sin apego? ¿Las que trabajan? ¿Las que no
amamantan? ¿Las que no son parte del taller de tal o cual nuevo instructivo new
age para la maternidad?
Desde hace algún tiempo -y por supuesto que asumo que con
las mejores intenciones- ha aparecido está obsesión por los ¿nuevos? saberes
sobre la crianza. Y que en materia de apego, en instituciones relacionadas a
niños, claro que hay un tremendo aporte. Que se incorpore la idea de que un
bebé abandonado no requiere sólo alimento, sino que también brazos que lo
contengan, puede marcar una vida. Sin embargo, no deja de ser llamativo por qué
a tantas mujeres jóvenes las ha convocado -a algunas, con alegría, a otras, con
mucha ansiedad- la idea de acercarse a una especie de profesionalización de la
maternidad, donde se paga incluso por la incorporación de saberes sobre la
crianza. ¿Qué nos pasó? ¿Nuestras madres lo hicieron muy mal? ¿Qué queremos
evitar a toda costa con nuestros hijos? ¿Qué queremos programar en ellos? ¿Por
qué entendimos que hay que leer un manual para criar a un hijo? ¿No es la
comunidad en su conjunto la que también aporta al desarrollo de un niño y no
sólo una madre?
Lo complejo es que, en algún momento, la teoría del apego
pasó de ser un saber de la psicología del desarrollo a una obsesión que hoy se
está instalando como operador biopolítico. Lejos de negar la importancia del
apego como conducta, me preocupa el modo en que el concepto se instala, ahora
como un ordenador de madres: las de crianza con apego, y las otras, las
desnaturalizadas. Autodenominación que violenta la diversidad del ejercicio del
rol por cierto parcial- maternal de una mujer. Además, alude a una especie de
retorno a una naturaleza versus la alienación cultural; el problema es que
desconoce que este concepto de naturaleza está cargado de ideología, en este
caso a una que apunta a qué mujer ser, a cuál es la madre según la norma, el
padre según la norma, el hijo normal. Todo en un naturalismo de semblante
libertario, pero de corazón totalitario.
Lo peor es que ha provocado otra fractura más entre las
mujeres, y hay que reconocer que la fraternidad femenina nunca ha sido una
cuestión fácil. Ahora estamos las buenas y las malas madres. Sí, en pleno siglo
XXI.
Cada mujer puede resolver su maternidad de la mejor forma que
pueda, con o sin ayuda. Sin embargo, cooptar la idea de quiénes son las
portadoras del bien -llámese apego, crianza consciente o el nombre que se ponga
de moda- es una desfachatez respecto del saber que cada una de nosotras porta.
Fuente: www.huffingtonpost.es
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