El fotógrafo Pablo Piovano ganó el primer lugar
en la categoría profesional en el Festival Internacional de la Imagen (FINI)
por su trabajo “El costo humano de los agrotóxicos”. En entrevista con ANCCOM,
cuenta cómo fue la experiencia.
(Advertencia, las imágenes pueden afectar la sensibilidad de
las personas)
A los 33 años, Pablo Piovano no parece ser un hombre al que
le guste llamar la atención. Por su profesión, está acostumbrado a estar del
otro lado de la cámara. No obstante, lo que impacta cuando se presenta es su
mirada. Pablo mira directo, a los ojos, transmite una sensación muy concreta de
presencia.
El punto de encuentro es la redacción del diario Página/12,
su lugar de trabajo desde los 18 años. Este año (en marzo) publicó el
fotorreportaje “El costo humano de los
agrotóxicos”, un proyecto personal que llevó a cabo durante dos viajes que
realizó por Chaco, Entre Ríos y Misiones. Su labor le valió el primer lugar en
la categoría profesional en el Festival Internacional de la Imagen (FINI) y el
tercer puesto en la categoría “Carolina
Hidalgo – Vivar el medio ambiente” del POY Latam, uno de los concursos más
grandes e importantes de Iberoamérica.
“Elegí un tema del
cual se hablaba poco y mucho menos se hablaba en cuestión de imágenes. Hay muy
pocas fotos, muy poco trabajo sobre un escenario trágico, que tiene muchas
víctimas, y que amerita ser contado”, explica mientras prepara unos mates
que circularán hasta el final de la entrevista.
¿Cómo empezaste a
involucrarte con el tema de agrotóxicos?
engo una relación personal con la tierra. Supe que había
cifras estremecedoras que las estaba dando la Red de Médicos de Pueblos
Fumigados. Ellos estaban oficiando de comunicadores porque los medios de
comunicación concentrados son cómplices de esta situación. Estamos hablando de
370 millones de litros de glifosato fumigados anualmente sobre el 60% del
territorio argentino cultivado: una cifra muy alta. Según la Red de Médicos de
Pueblos Fumigados, hay 13.400.000 personas afectadas directa o indirectamente.
Habla de un costo humano altísimo. Entonces, siendo comunicador, me parecía que
era un tema que no podía obviar. La relación con la tierra para mí es sagrada y
lo que se le está haciendo a nuestros alimentos merecía involucrarse e ir a ver
qué estaba pasando. De todo esto surgió este registro fotográfico que por sobre
todas las cosas es una denuncia.
¿Cómo llegaste a los
lugares y a las familias que formaron parte de este registro?
Primero hablé con algunos pocos periodistas que están
relacionados con el tema. Uno es Darío Aranda; otra Silvina Heguy que, con un
fotógrafo español, estuvieron en el territorio donde yo estuve. Empecé a trazar
una línea de un posible trabajo: primero me fui a Entre Ríos, a Basavilvaso,
adonde está Fabián Tomasi. Fabián se declara un ejemplo vivo del impacto de los
agroquímicos. Es un hombre que trabajó en el campo, con agroquímicos, y ahora
está en una situación de salud muy grave, está muy flaco -piel y hueso-, y
padece una polineuropatía crónica tóxica irreversible (n.d.r.: un síndrome
neurológico que incluye un conjunto de enfermedades inflamatorias y
degenerativas que afectan al sistema nervioso periférico). Fabián tiene una
lucidez increíble y ha levantado la causa de una manera muy noble, muy honrosa.
Yo me quedé viviendo en su casa varios días, me hice amigo de él. Él también me
ayudó a trazar la línea de trabajo. De ahí me fui a San Salvador, donde me
encontré con una situación oncológica muy grave. He visto que hay, por ejemplo,
19 casos de cáncer en cuatro cuadras, algo que resulta ilógico: está por encima
de la media nacional tres veces. Recién ahora se hizo un relevamiento sanitario
-lo realizó la Universidad de Rosario-, y ya lo había hecho la Universidad de
Córdoba, en Monte Maíz. Las cifras son escandalosas. De ahí me fui al Chaco,
donde visité varios pueblos que también están en una situación complicada. Y
luego seguí para Misiones.
¿Y qué te pasó
internamente cuando te acercaste a estas familias? ¿Cómo convivieron tu parte
humana y tu trabajo profesional?
Es muy delicado cuando uno trabaja y enfrente está el dolor
del otro. Hay una línea muy fina en donde sobre todo tiene que estar el
respeto, la humanidad, y la mayor compresión intelectual posible en el momento
emocional. Los que portamos una cámara y tenemos la posibilidad de comunicar
sabemos que contamos con una herramienta poderosa que puede tener un destino
victorioso, que puede tener un destino que aporte y que ayude a despertar la
conciencia. De alguna manera la cámara funcionaba así y había un propósito y
una causa que iba por encima de lo individual. Es imposible no sentir dolor, es
imposible no estremecerse, pero siento que tiene que haber un eje desde donde
nos podamos conectar con lucidez para resolver el problema de la mejor manera.
¿La gente que está
ahí cómo lo sobrelleva?
Lo sobrelleva como puede, están en una situación de
indefensión muy alta. Son fumigados de manera aérea, de manera terrestre y por
todos lados. Para mí el glifosato es como pequeñas gotas de bombas. El ministro
de Ciencia y Tecnología, Lino Barañao, dijo vergonzosamente que era agua con
sal, pero la Organización Mundial de la Salud hace un mes tuvo que declarar
-después de veinte años de silenciamiento- que el glifosato era probablemente
causante de cáncer y que podía romper el ADN humano. Por primera vez, un
organismo como la Organización Mundial del Comercio dice lo que algunos médicos
comprometidos estaban diciendo: sobre todo Andrés Carrasco, un biólogo que
estudió la conexión entre los anfibios y el impacto del glifosato y que
superaba obviamente las investigaciones científicas que Monsanto ponía en la
mesa. Monsanto decía que el glifosato es inofensivo pero el estudio que realizó
está hecho durante cuatro meses. Carrasco lo continuó por dos años y comprobó
mucho tiempo atrás que el glifosato es nocivo para la salud. El Ministerio de
Salud se tendría que tomar el tiempo de hacer un relevamiento oficial para
poner en práctica algunas medidas que cuiden la salud humana y la continuidad
de la vida porque acá estamos hablando de la tierra, del agua, recursos
sustentables que son sagrados y que no podemos contaminar. La gente está
cayendo, los pobladores, nuestros hermanos, trabajadores rurales se están
hundiendo. Algo tenemos que hacer.
¿Los protagonistas de
las fotos pudieron ver tu trabajo final?
Sí, hice dos viajes. Hice un primer viaje con Arturo
Avellaneda, un hermano militante, un hombre que tiene mucha conciencia
biológica. Se subió al auto y dijo: ‘Te acompaño, te banco’. Y en el segundo
viaje lo llamé a Carlos Rodríguez que es un periodista de larga trayectoria,
muy respetado, y sobre todo un amigo, para que escriba sobre lo que yo había
visto en mi primer viaje. Fuimos a visitar a cada uno de los retratados para
que Carlos pudiera escribir: así el trabajo cobró cuerpo y fuerza. En ese viaje
yo fui con las fotos, llevándole su foto a cada uno de los que había retratado.
En algunos casos iba a las casas y me encontraba con que ya no estaban. Estaban
muertos.
¿Siempre te interesó
la fotografía documental?
Sí, siempre. En el último trabajo que hice estuve siete años
fotografiando a un hombre de la calle, que venía a la puerta del diario. Fue un
trabajo documental pero que no una denuncia como la del glifosato, porque era
un tema que ya había sido contado. En cambio, los agrotóxicos son un
Chernobyl en la Argentina. Me fui antes
de la declaración de la Organización Mundial del Comercio y, cuando volví, me encontré con esta noticia
que ayudó a que el tema salga en medios oficiales, como Télam. Hasta ahora el
silencio era total, recién está empezando a salir a la luz, aunque sea en la
agenda no oficial. Es un tema a discutir. Dentro de la militancia de La
Cámpora, del Kirchnerismo, la discusión está por abajo. No está en agenda por
una cuestión de tiempos políticos pero estoy seguro de que lo va a estar porque
la realidad existe.
¿Por qué elegiste el
blanco y negro para las fotos?
Porque el blanco y negro no da lugar a la distracción. En un
momento tuve una contradicción, porque entiendo que este tema es de una
actualidad muy contundente: por ahí el blanco y negro te lleva a otro espacio,
a otro momento, te remite a una memoria que quizás no es con la actualidad.
Sentí que funcionaba. También lo podría montar en color, creo que
intelectualmente no estaría mal en color.
¿Cómo te sentís con
los premios internacionales que recibió este trabajo?
Nunca mandé a ningún concurso, pero viendo que los canales
de comunicación están sellados, no me quedó otra opción que mandar a concurso
para que se visualice el tema. Lo del FINI lo mandé el último día en el último
minuto. También necesito plata para continuar el trabajo, gasté mucho dinero,
si sacás la cuenta de los kilómetros que hice, solo en nafta es un billetón. De
alguna manera ese premio me permite
continuar, comprarme una cámara que no tengo:-este trabajo lo hice con
un equipo prestado del diario. Enterarme que una fotógrafa tan reconocida como
Mary Ellen Mark fue parte del jurado que premió mi trabajo es otro regalo: que
tremenda fotógrafa haya visto y posado su mirada sobre mi trabajo me honra.
¿Esta experiencia te
transformó?
Sí. Me cambió políticamente, por ejemplo. Porque así y todo,
con los errores que veo, he apoyado siempre al gobierno en muchas cosas pero en
esta causa me toca estar de la vereda de enfrente. Me toca estar en soledad,
porque lo que yo vi no me lo puedo quitar.
Pablo no es parte de ninguna organización ni partido
político. Para realizar este trabajo, juntó todos sus ahorros y sus días de
vacaciones y emprendió un viaje que surgió, en palabras de él, de “un acuerdo con la tierra”. Su filosofía
de vida se traduce en acciones y pensamientos con una fuerte carga política,
porque la utilización es una lucha que se dirime en ese campo: “A Monsanto lo han echado de 74 países y
ahora nos toca a nosotros. En ese sentido es un compromiso: no quiero a
Monsanto en el país, no quiero que nuestros alimentos se hagan en un
laboratorio, no quiero que nuestros hijos tengan que comer maíz transgénico. La
tierra nos da los alimentos, nos da la medicina para curarnos, nos da la
energía vital de todos los días. Ver que hay hermanos de nuestra tierra que
están contaminándose con el agua me parte el corazón, me parece que ahí se pone
en juego la continuidad propia de la vida. Si no somos respetuosos con esos
seres sagrados dadores de vida como son el agua, la tierra, el fuego, el
viento, el aire, ¿qué podemos esperar? De alguna manera este trabajo lo siento
como un aporte para recuperar la memoria ancestral de la relación con todo eso”.
Escrito por Noelia Pirsic // Fotos de: Romina Morua
Fuente: anccom.sociales.uba.ar
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