“Yo me he enterado cuando la topadora ha venido y me ha
volteado el cerco. ¡Pare, pare!, le gritaba al chico topadorista”, cuenta
indignada Amelia Bustamente, que vive en la zona hace 39 años, criando animales
y produciendo panificados típicos. Sus hijos extraen ripio del río, como muchos
habitantes de la zona. Algunas personas ancianas viven allí desde su
nacimiento, como don “Yuda”, que sufrió una descompensación en su salud a causa
del conflicto y se encuentra internado.
Por su parte, las reparticiones del estado involucradas no
realizaron ninguna consulta previa con los pobladores. La legislatura
provincial sancionó dos leyes de expropiación (números 7.110 y 7.111) el 18 de
diciembre de 2012, pero sólo en los últimos días llegaron funcionarios a
algunas casas ofreciendo dinero para que se retiren del lugar. “Yo no me quiero
ir de aquí, pero nos dicen que sí o sí hay que salir, que me busque un lote en
otro lado”, explica doña Amelia, que tiene título de propiedad de su terreno.
Mientras tanto, las máquinas siguen rompiendo alambrados y arrasando con el
monte.
Este proyecto forma parte de un amplio proceso de
transformación del territorio urbano, que en los últimos meses avanzó a pasos
agigantados, con obras como la instalación del megaestadio de fútbol y de un
“tren turístico” sobre terrenos de la Reserva Natural Urbana y Jardín Botánico,
en una decisión ampliamente cuestionada.
Fuente: colectivo la voz de la pacha
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