En el equipo de Guillermo E. Ponce Campos, investigador
mexicano del Southwest Watershed Research del Departamento de los Estados
Unidos para la Agricultura (USDA según sus siglas en inglés) en Tucson
(Arizona, EEUU), llevan tiempo haciéndose preguntas de este tipo. Esta semana
la prestigiosa revista científica Nature les ha publicado un estudio en el que
dan respuesta a algunas de ellas (1). Estos autores se han preguntado hasta qué
punto los diversos ecosistemas del mundo tienen la capacidad de soportar periodos
de sequía mucho más largos de lo habitual manteniendo sus funciones más
básicas.
La respuesta a esta cuestión no es baladí, los años
2000-2009 ha sido los más cálidos del periodo de 130 años entre 1830 y 2009.
Durante este tiempo se han producido agudas sequías en distintas partes del
mundo, lo que ha ocasionado incendios y pérdidas de cosechas agrícolas. A lo
largo del siglo XXI se prevé un aumento de la incidencia de sequías
particularmente largas en África, Europa del Sur, Oriente Medio, la mayor parte
del continente americano, Australia y el Sudeste Asiático. Según algunos
modelos predictivos dichas sequías pueden provocar grandes cambios en la
vegetación de estas zonas, sin embargo, muy pocos estudios han documentado si
este proceso ya está ocurriendo. Uno de ellos, y hasta ahora uno de los más
amplios, es el del equipo de Ponce-Ramos.
Los autores de este estudio han estudiado el efecto de la
sequía de 2000-2009 en la producción primaria neta de distintos tipos de
ecosistemas en América y Australia. La producción primaria neta hace referencia
a la cantidad total de materia orgánica producida en un ecosistema a lo largo
de un periodo determinado y tiene una enorme importancia, pues es ampliamente
utilizada para evaluar la "salud" de los ecosistemas.
Para analizar el efecto de la sequía en los ecosistemas
estos científicos han utilizado los datos climatológicos y de vegetación
procedentes de varias redes de parcelas forestales experimentales y han
analizado los cambios en los mismos a lo largo de dos periodos; 1975-1998,
considerado "normal" y 2000-2009, considerado muy seco. Dichos datos
incluyen ecosistemas de muy distinto tipo; bosques tropicales secos y húmedos,
sabanas, áreas de matorral y estepas semidesérticas.
Los resultados del trabajo indican que la mayoría de los
ecosistemas estudiados poseen una elevada" resiliencia" o capacidad
de adaptación a la sequía; en ellos la mayoría de las plantas son no sólo
capaces de tolerar años con precipitaciones muy bajas sino que además
aprovechan enormemente aquellos en los que estas son mayores. Sin embargo, si
los periodos de sequía son excesivamente largos (más de siete u ocho años) esta
capacidad de adaptación colapsa, apareciendo una importante mortalidad. Y ello,
sorprendentemente, ocurre primero en aquellos ecosistemas que tradicionalmente
se han considerado como más resistentes a la sequía tales como las estepas
semidesérticas. En ellas, esta elevada mortalidad supone un umbral de
degradación a partir del cual el ecosistema pierde la capacidad de volver a su
estado original y se reorganiza totalmente, transformándose en algo muy distinto
a lo que era.
Es decir, la vegetación de la mayor parte de los ecosistemas
se adapta a la escasez de agua mejor de lo que pensábamos, pero hasta un
límite, y llegados a ése límite los "alumnos aventajados" en la
adaptación a la sequía son paradójicamente los que más sufren.
Las conclusiones de este trabajo son muy importantes porque
están basadas en datos de campo reales, no en modelos teóricos, y reflejan un
fenómeno que ya está ocurriendo, no que puede ocurrir. Sin embargo, los
autores, como buenos científicos, son cautos, y señalan que sus resultados
hacen referencia a tendencias a gran escala, no a escalas locales, en donde
tienen lugar muchos otros procesos a parte de la sequía, y en donde es mucho
más difícil saber qué es lo que va a ocurrir.
En similares términos se expresaba hace unos años Melanie
Harsch en un trabajo comentado por Víctor García en esta misma página (2) en el
que detectaba un importante avance de las líneas de arbolado en las montañas.
Sus resultados eran contundentes pero los expresaba de forma humilde,
reconociendo que aún nos quedaban muchas cosas por saber sobre el tema y que en
algunos casos las cosas podían no ser exactamente así. Este ejercicio de
honestidad profesional fue aprovechado por la página web negacionista española
Libertad Digital, de oscura financiación privada, para afirmar que las
conclusiones del estudio de Harsch eran las opuestas. En aquel caso quedó claro
que el reconocimiento de los límites de un trabajo no puede utilizarse para
deslegitimar el mensaje del mismo. Respecto al caso que hoy nos ocupa,
esperemos que no aparezca ninguna reseña periodística del artículo de Ponce
Campos durante los próximos días afirmando que los ecosistemas del mundo
resisten la sequía y que por tanto, esta última no tiene por qué ser un
problema, porque sería mentira y lo denunciaríamos igual que hicimos entonces.
Ecoportal.net
Notas:
(1) Ponce-Campos G.E., Moran M.S., Huete A., Zhang Y.,
Bresloff C., Huxman T.E., Eamus D., Bosch D.D., Buda A.R., Gunter S.A., Scalley
T.H., Kitchen S.G., McClaran M.P., McNab W.H., Montoya D.S., Morgan J.A.,
Peters D.P.C., Sadler E.J., Seyfried M.S., Starks P.J. (2013). Ecosystem resilience despite
large-scale altered hydroclimatic conditions. Nature 494: 394-352.
(2)
http://www.globalizate.org/global300809.html
Fuente: http://www.ecoportal.net
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