Luego de cursar sus estudios primarios y secundarios en
Santiago del Estero, cursando su carrera de Medicina en la universidad de
Buenos Aires. Fue tan brillante en sus estudio que obtuvo en 1929, la Medalla
de Oro al mejor alumno de su promoción. Desde estudiante se orienta hacia la
neurología y la neurocirugía, colaborando con el Dr. Manuel Balado, eminente
neurocirujano de la época, con quien realiza sus primeros trabajos científicos.
Obtiene una beca universitaria para perfeccionarse en Europa en su especialidad.
Allí, trabaja e investiga junto a los más destacados especialistas del mundo,
entre ellos Cornelius Ariens Kappers. Regresa a Buenos Aires en plena “Década
Infame”, donde puede vivenciar el sistemático saqueo y destrucción que sufre
Argentina, en un periódo caracterizado por la decadencia moral de la
dirigencia, donde se impone la corrupción, el negociado, la enajenación del
patrimonio nacional y el empobrecimiento de una gran mayoría poblacional.
Adhiere entonces al pensamiento nacional que toma auge en aquella época.
Complementa su educación científica con ideas políticas y formación cultural.
Se vincula con hombres como Homero Manzi, claro representante de nuestra
cultura y de las nuevas ideas, y la escuela neurobiológica argentina activa en el
Hospicio de las Mercedes y el Hospital de Alienadas, luego hospitales Borda y
Moyano. Durante esos años se dedica a la investigación y a la docencia, hasta
que en 1939 se hace cargo del Servicio de Neurología y Neurocirugía del
Hospital Militar Central. Este cargo le permite conocer con mayor profundidad
la realidad sanitaria del país. Toma contacto con las historias clínicas de los
aspirantes al servicio militar, procedentes de toda la Argentina, y puede
comprobar la prevalencia de enfermedades vinculadas con la pobreza, sobre todo
en los aspirantes de las provincias más postergadas. Lleva a cabo estudios
estadísticos que determinan que el país sólo contaba con el 45% de las camas
necesarias, además distribuidas de manera desigual, con regiones que contaban
con 0,00% de camas por mil habitantes. Confirmó de esta manera sus recuerdos e
imágenes de provincia, que mostraban el estado de postergación en que se
encontraba gran parte del interior argentino. En 1942, con sólo 36 años, gana
por concurso la titularidad de la cátedra de Neurocirugía de la Facultad de
Ciencias Médicas de Buenos Aires. Brillante era su carrera en el mundo
científico y académico. Sin embargo, los sucesos históricos harían cambiar
radicalmente el destino de su vida y de sus pasiones. Son precisamente estos
hechos los que harían que la figura de Carrillo tome dimensiones trascendentes.
Grandes cambios se producen en el país: en 1943 es derrocado el régimen de
Castillo y asume un gobierno militar. En este contexto conoce en el Hospital
Militar al Coronel Juan Domingo Perón, con quien comparte largas
conversaciones. Es precisamente el Coronel quien convence al Dr. Carrillo de
colaborar en la planificación de la política sanitaria de ese gobierno. Luego
Perón llegaría a la presidencia, por vía democrática, y confirma al Dr.
Carrillo al frente de la Secretaría de Salud Pública, que posteriormente se
transformaría en el Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social de la
Nación. Difícil es enumerar la prolífera obra del Dr. Carrillo frente a esta
cartera. Lleva a cabo acciones que no tienen parangón hasta nuestros días. Esta
revolución sanitaria, diseñada y llevada adelante por Ramón Carrillo, aumentó
el número de camas existentes en el país, de 66.300 en 1946 a 132.000 en 1954,
cuando se retira. Erradicó, en sólo dos años, enfermedades endémicas como el
paludismo, con campañas sumamente agresivas. Hizo desaparecer prácticamente la
sífilis y las enfermedades venéreas. Disminuyó el índice de mortalidad por
tuberculosis de 130 por 100.000 a 36 por 100.000. Terminó con epidemias como el
tifus y la brucelosis. Redujo drásticamente el índice de mortalidad infantil
del 90 por mil a 56 por mil. Todo esto, dando prioritaria importancia al
desarrollo de la medicina preventiva, a la organización hospitalaria, a
conceptos como la “centralización
normativa y descentralización ejecutiva”. Sin embargo el legado más
importante que dejó el Dr. Carrillo fueron las ideas, principios y fundamentos
que acompañaron este accionar. A decir de sus palabras, citamos, las siguientes:
“Los problemas de la Medicina como rama
del Estado, no pueden resolverse si la política sanitaria no está respaldada
por una política social. Del mismo modo que no puede haber una política social
sin una economía organizada en beneficio de la mayoría.”; “Solo sirven las conquistas científicas sobre
la salud si éstas son accesibles al pueblo.”; “Frente a las enfermedades que genera la miseria, frente a la tristeza,
la angustia y el infortunio social de los pueblos, los microbios, como causas
de enfermedad, son unas pobres causas.”; “Si yo desaparezco, queda mi obra y queda la verdad sobre mi gigantesco
esfuerzo donde dejé mi vida.“ Este hombre formado en el pensamiento
científico renunció al prestigio que podía brindarle su carrera para dedicarse
al desarrollo de la medicina social, lugar desde donde podía realizar y
concretar sus ideas sobre salud. Muere a los cincuenta años, pobre, enfermo y
exiliado, recibiendo por correo aportes de un amigo.
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