Una grave
sequía agrava la situación de dos comunidades que llevan décadas castigadas por
la miseria y el más alto índice de cáncer de cuello de útero que se tenga
registrado en el mundo. Postales de una Argentina que no aparece en los avisos.
Cada año, el otoño se las arregla
para pasar de largo y ni siquiera tocar las calles desangeladas de Juan José
Castelli, la ciudad chaqueña que se vende en guías de turismo como “Portal del Impenetrable”, el bosque
mítico que sigue de pie sobre las tierras duras del nordeste argentino. Es
junio y hace mucho calor en Castelli, la ciudad que también es –aunque esto no
lo dicen los folletos de las agencias de viaje– el portal de ingreso al
territorio qom.
Invisibles. Los qom, antes
llamados tobas, no son fáciles de encontrar si uno se queda caminando por las
zonas céntricas de esta ciudad de casi 50 mil habitantes. Hay un aborigen
fornido, vestido apenas con un taparrabos y con los abdominales pintados de
verde cemento sobre la avenida principal, junto a un gaucho y a un inmigrante
igual de verdes, pero más abrigados; todos componiendo un acrisolado monumento
a la raza.
También hay tres placas, dos de
hierro y una de mármol, que destacan “el
profundo reconocimiento al aborigen chaqueño”. Las placas están adheridas a
una copia miniaturizada del obelisco porteño que, supuestamente por error del
correo o del ferrocarril, llegó a esta ciudad en 1936. La otra Castelli, a la
que habría ido dirigido el obelisco, en provincia de Buenos Aires, se quedó
esperando el regalo. También hay una aborigen, con sus pechos grandes al aire y
un jarrón cerámico en la cabeza, que no tuvo más opción que permanecer parada
todos los días, exhibiendo su piel de madera en la entrada del municipio.
Pero, los qom de verdad, ¿dónde están? No se los ve piloteando los
centenares de motitos que avanzan en cardúmenes por las calles de la ciudad. No
se los ve administrando locales comerciales, vendiendo ropa o comidas en la
calle, o trabajando de mozos en los bares.
Llegar hasta donde están sus comunidades
originales no es sencillo. Están a sólo media hora en auto desde la ciudad,
pero encontrarlos es un desafío porque no existe ningún cartel de Vialidad que
indique cómo llegar, o las distancias hasta ellos. No hay una sola mención
rutera que indique que las comunidades están ahí, que existen. Los mapas
instalados en los sistemas de GPS se ponen en blanco al entrar en la zona, que
tampoco está cubierta por alguna empresa de telefonía celular. Y los mapas
políticos de la provincia dibujan los ríos, las ciudades, pero ninguno
visibiliza estas comunidades.
Un río que se fue. Las dos
comunidades qom cercanas a Castelli son El Salado y Pampa Argentina. Ambas
crecieron junto al río Salado, un brazo ancho y generoso en peces que integra
el sistema fluvial del Impenetrable y que ha sido el principal sustento para
los qom de esta zona.
Pero, ayudado por la sequía
general que castiga la zona y sin previo aviso, el río comenzó a secarse a
mediados del año pasado. Para fin de año, los qom vieron cómo el cauce, de unos
100 metros de ancho y de cinco metros de profundidad en algunas zonas, se fue
convirtiendo en un arroyo primero, en una serie de charcos después y, al final,
en un paisaje de tierra resquebrajada, como se lo puede apreciar en la
actualidad.
Los qom de estas comunidades del
Chaco, silenciosos como son y encerrados en el monte como viven, llevan medio
año muriendo lentamente sin que alguien, todavía, se haya enterado. Los que
aparecen habitualmente por televisión, acampando en Plaza de Mayo y pidiendo entrevistas
con la Presidenta, son sus parientes de la provincia de Formosa, no son estos.
Luego de perdernos en dos
ocasiones, tratamos de comunicarnos con alguien que nos orientara. Para eso,
nos acercamos a árboles y lomadas donde, según nos dijeron algunas personas que
pasaron en moto, a veces suele haber unas ráfagas de cobertura telefónica. No
tuvimos suerte. Luego de varias vueltas, pasamos por una tranquera con un
cartel pequeño, escrito con letra vacilante, que decía “comunidad qom”. Era aquí.
Casas de avisos. La comunidad qom
de El Salado ha quedado reducida a nueve familias, de las 22 que eran hasta que
el río seguía con agua. Un anexo escolar funciona en el centro, que consiste en
una pieza construida con ladrillo, apuntalada por un mástil con la bandera
argentina y una multicolar wiphala. Las pocas casas alrededor, donde se
amontonan varios grupos familiares, son plásticos de publicidades comerciales y
políticas envueltos alrededor de cuatro palos clavados que fungen como
viviendas.
Uno de los hombres, Eusebio
Canducho, se ofrece a mostrarnos cómo hacen ahora para conseguir agua. Salimos
hacia el río seguidos por 10 chicos sonrientes y 6 perros flacos. Bajamos la
barranca que da al lecho del río. Es como estar parados en el centro de un
estadio vacío, rodeado por tribunas llenas de quebrachos colorados, itines,
palos santos. Y en el centro, nada. Apenas queda un solo charco verde,
putrefacto, donde dan sus últimas boqueadas dos o tres viejas del agua,
rodeadas por una multitud de esqueletos y pescados panza arriba, a medio
pudrir. Serán quizá los últimos peces con vida que quedan en el Salado. Con
unas horas de vida.
Subimos la barranca de la vera
contraria. Caminamos 200 metros entre una vegetación cerrada. Llegamos a una
perforación, de 13 metros de profundidad, en donde colocaron un caño que
termina en un pedazo de neumático que sirve como batea. Al lado, están cavando
un pozo que recién va por los dos metros y medio. “No podemos cavar todo el día, como quisiéramos. No comemos bien hace
mucho y no hay tanta fuerza”, dice Eusebio. Los chicos persiguen al
fotógrafo y luego se cuelgan de una liana desde la cual, en días más felices,
se arrojaban a la profundidad del río.
“Ese rastrón lo hicimos tirando de la cola de un yacaré, que se nos
metió en la batea”, cuenta Eusebio. Un chico de unos 14 años dice que, con
otro amigo, hicieron que el yacaré mordiera un palo y, tirando del palo, lo
arrastraron como 50 metros para que no les rompiera la perforación. Unos
minutos después, los más chiquitos encuentran otro yacaré, pequeño. Con una
horquilla le sujetan la cabeza y otro, de 6 años, lo arrastra de la cola. El
yacaré está seco como un pergamino, parece un palo. “Sin pescados, no tienen comida. Se están muriendo”, nos explica uno
de los chicos.
El agua no llega más por el río.
Nadie sabe por qué. Si por la falta de lluvias o porque construyeron alguna
obra río arriba que la detuvo. Tampoco llega el agua que debería enviar el
municipio de Castelli para que los qom no se mueran. Un camión tanque debería
ir una vez por mes a llenarles un aljibe y algunos piletones. Pero a veces no
va. Como ahora, que lleva más de cinco semanas sin aparecer.
Las cosas están peor todavía en
la otra comunidad, Pampa Argentina, que también está reduciendo su tamaño a
pasos rápidos por la falta de agua. Y por un enemigo más feroz que la sequía:
las condiciones de vida han hecho de esta zona de la Argentina la región del
mundo con más alto índice de cáncer de cuello uterino. Las mujeres se mueren a
puñados. Mueren jóvenes y dejando muchos hijos.
Pero los qom chaqueños mueren
como viven. En silencio. Encerrados en un bosque impenetrable e infinito.
Ningún grito de agonía alcanza a escucharse, ni siquiera en Castelli, la ciudad
más cercana y que rinde un extraño tributo a sus “valientes pueblos originarios”. Fuente: lavoz.com.ar
No hay comentarios:
Publicar un comentario