Con casi 50% de los indígenas de América Latina
viviendo en entornos urbanos, Germán Freire, especialista en desarrollo social,
explica los desafíos que afrontan.
Si América Latina hubiera conservado el nombre que los
primeros pobladores le otorgaron, seríamos parte de la región “Abya Ayala”.
Así le llaman los indígenas Kuna de
Panamá y Colombia
desde antes de la llegada de Cristóbal Colón y los europeos.
Literalmente significa “tierra
en plena madurez” o “tierra de sangre
vital”.
Los siglos han pasado y esa tierra y la realidad de los
pueblos indígenas ha cambiado y mucho. Hoy son más de 42 millones de personas,
hablan más de 500 lenguas pero ¿cuánto realmente conocemos a estos
latinoamericanos, vecinos, colegas, amigos o simples desconocidos que van por
la calle?
El estudio Latinoamérica Indígena en el Siglo XXI elaborado
por el Banco Mundial con apoyo del Laboratorio de Equidad se propuso
homogeneizar los datos disponibles sobre los indígenas y conocer cuál era su
situación luego de la “década dorada” de comienzos del 2000 en la región.
Por un lado, los pueblos originarios tienen una mayor
visibilidad y reconocimiento en las decisiones políticas pero por otro las
diferencias persisten: sin ir más lejos, una familia indígena tiene casi tres
veces más probabilidades de vivir en pobreza extrema que una que no lo es,
según el estudio.
En esta entrevista, Germán Freire, especialista en
desarrollo social del Banco Mundial, explica algunos de los principales
hallazgos del estudio.
Pregunta: ¿Cuál es la
situación actual de los pueblos indígenas?
Respuesta: Desde el punto de vista político, es mucho mejor.
Especialmente en términos de reconocimiento de sus derechos y de inclusión en
la toma de decisiones. Hay representantes indígenas en todos los niveles de
gobierno, incluso en los niveles más altos, como la presidencia de Evo Morales
en Bolivia. Y esto se debe en gran parte a la tenacidad de los movimientos
indígenas, que han experimentado un despertar político. Han logrado imponer en
las discusiones de alto nivel sus propias visiones del desarrollo y sus
derechos. Lo que llama la atención es que la población indígena no experimentó
un progreso tan contundente como la mayoría de la región en los últimos 15
años. La brecha persiste. Ellos siguen estando en el último vagón del tren. Un
tren que ha avanzado, pero si llegan a darse retrocesos, ellos serán los
primeros en sufrir las consecuencias.
P.: Es ampliamente
aceptada la perspectiva de que la pobreza está relacionada con ciertas metas de
desarrollo. ¿Qué significa ser pobre para los pueblos indígenas de América
Latina?
R.: La pobreza tiene muchas maneras de entenderse y la
visión de los indígenas sobre lo que los hace pobres no coincide necesariamente
con lo que nosotros concebimos como pobreza. Ser indígena no es intrínsecamente
ser pobre. Es decir, en muchos casos la pobreza monetaria y el acceso a
servicios los hace vulnerables, porque no les permite alcanzar sus propias
metas de desarrollo. Pero hay otros aspectos de pobreza, para ciertas
poblaciones, que los expone a formas de vulnerabilidad y exclusión que son más
relevantes para ellos. La pobreza monetaria o el acceso a luz eléctrica pueden
no ser tan relevantes para una comunidad en el medio del Amazonas, por ejemplo,
que se autoabastece de alimentos y conserva sus propias formas de organización,
pero la tenencia de la tierra sí los hace muy vulnerables.
En estos puntos de tensión es donde la educación puede jugar
un rol importantísimo para ayudar a las poblaciones indígenas a desarrollarse
sin tener que renunciar a sus culturas y sus propias visiones de desarrollo. Y
ahí también ha habido avances. La brecha de acceso a la escuela ha
prácticamente desaparecido entre indígenas y no indígenas en países como
México, Nicaragua y Bolivia. Sin embargo, el reto ahora es lograr que sea una
educación relevante para ellos. Como en el resto de la región, la educación que
reciben las niñas y niños indígenas es de baja calidad, pero en su caso también
es culturalmente insensible, lo que no solo limita las oportunidades de los indígenas
de insertarse en el mercado y superar la exclusión, sino que contribuye a la
pérdida de conocimientos tradicionales.
Solo uno de cada tres jóvenes indígenas habla una lengua
nativa al culminar la escuela primaria, menos del 6% al terminar el secundario
y menos del 2% cuando terminan la educación terciaria.
P.: Sorprende el dato
de que más del 50% de los indígenas de la región viven en entornos urbanos, en
ciudades ¿Por qué?
R.: Tiene que ver con la representación social que tenemos
de los indígenas, que está un poco desactualizada. Un indígena no es menos
indígena por vivir en una ciudad, como un boliviano no es menos boliviano por
vivir en Brasil. Tenemos que empezar a ver a la población indígena en su
heterogeneidad y también comprender los obstáculos por los que atraviesa una
familia indígena en contextos urbanos. En el estudio encontramos que solo por
el hecho de auto-identificarse indígena una familia tiene mayor probabilidad de
ser pobre y menor probabilidad de acceder al mercado laboral formal y a los
servicios en la ciudad. De hecho, tienen casi el doble de probabilidades de
vivir en asentamientos informales, y el número de indígenas que vive en
entornos urbanos pero en casas con pisos de tierra es casi 6 veces más alto que
el de no indígenas. Es decir, identificarse como indígena suma una variable de
exclusión importante también en entornos urbanos.
P.: ¿Qué
recomendaciones hace el estudio?
R.: Por un lado, necesitamos profundizar la participación
para proteger sus derechos y reducir la exclusión social. La experiencia de las
últimas décadas nos ha enseñado una y otra vez que sin la inclusión de las
comunidades indígenas los programas de desarrollo tienden a reproducir
prejuicios que limitan su éxito. Además, es necesario trabajar en la adecuación
cultural de los servicios, especialmente en materia educativa, que es una
herramienta única para alcanzar un desarrollo con identidad y respeto por sus
culturas. El tercer elemento es responder a las necesidades y nuevas realidades
de la población indígena actual y comenzar a entenderla en su heterogeneidad.
Son poco menos de 800 culturas, que hablan más de medio millar de lenguas y
viven en entornos tan diversos como la selva Amazónica y Buenos Aires. Además,
tienen diferentes vulnerabilidades y visiones de lo que colectivamente quieren
para su futuro. En su interior también hay grupos más vulnerables que otros,
las familias lideradas por mujeres tienden a ser mucho más excluidas que las
lideradas por hombres. Tenemos que empezar a complejizar un poco la visión que
tenemos en la región sobre “lo indígena”
y trabajar para cambiar los términos de su inclusión en formas que respeten sus
culturas, sus anhelos y su dignidad. Fuente: elpais.com
María Victoria Ojea es productora online del
Banco Mundial
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