Mudarse a una ecoaldea "no se trata de
volver a la época del garrote, sino de recuperar la capacidad de tomar las
propias decisiones".
Por Marcela Valente
BUENOS AIRES, feb (Tierramérica) - Casi inadvertidos, los
asentamientos sostenibles que integran vida comunitaria y preservación de los
recursos naturales se multiplican en Argentina como alternativa al consumismo
desenfrenado.
Laboratorios de vida en estrecho contacto con la naturaleza,
las aldeas ecológicas con huertas comunes se expanden en las provincias de
Buenos Aires, Santa Fe y Misiones (este y noreste), Córdoba (centro-norte),
Catamarca (noroeste), San Luis (oeste), Río Negro (sur) e inclusive en la
capital.
Algunas nacen como proyectos familiares que se afianzan y
sirven de núcleo para la formación de una villa. Otras arrancan como idea
colectiva de amigos que comparten una misma visión del mundo.
"Es un poco
recuperar la libertad", define Tania Giuliani, una bióloga con una
maestría en desarrollo sustentable que participa de la creación de una aldea
ecológica en una isla del Tigre, en el tramo final del delta del río Paraná, al
noreste de la capital argentina.
Giuliani mantiene un cargo docente en Buenos Aires pero ya
se despidió de su apartamento en la ciudad para acelerar los trabajos de
construcción de su casa en la isla, hecha con materiales del entorno, en
armonía con el paisaje del humedal.
En el proyecto i-tekoa (aldea de agua en lengua guaraní) y
participan además de Giuliani otros siete amigos que aceptaron el reto.
Planifican levantar las ocho casas y un centro comunitario donde brindarán
talleres de arte, huerta y permacultura.
La permacultura –que puede entenderse como la contracción de
"permanente agricultura" o
de "permanente cultura"–
surgió en la década de 1970 en Australia. Según explica Carlos Straub a
Tierramérica, "se trata de diseñar
modelos de desarrollo sustentable donde el ser humano pueda vivir en armonía
con la naturaleza".
Straub fue uno de los pioneros de la permacultura en
Argentina en los años 90, junto a los fundadores de Gaia, la primera villa
ecológica del país que funciona desde 1996 en la localidad de Navarro,
provincia de Buenos Aires.
Además de comprender viviendas construidas con materiales
naturales, en Gaia funciona el Instituto Argentino de Permacultura que brinda
talleres de capacitación a quienes están interesados en reproducir esta
experiencia.
Los asistentes aprenden los principios de la cocina
naturista, la huerta ecológica, la producción de semillas, la construcción
natural, las energías renovables y las alternativas de saneamiento sustentable
y de vida comunitaria.
Gaia es parte de la Red Mundial de Ecoaldeas (GEN, por sus
siglas en inglés) que enlaza a miles de iniciativas de este tipo.
Straub coordina ahora el Centro de Investigación, Desarrollo
y Enseñanza de la Permacultura (Cidep) en una chacra situada a 15 kilómetros de
El Bolsón, Río Negro, en la austral Patagonia.
Junto a la sede de Cidep, que dicta talleres desde 2004, se
está erigiendo otra aldea ecológica para 20 familias. Mientras se construye,
ocho personas viven en instalaciones del centro.
Además, Straub dicta cursos en comunidades de la Patagonia
argentina y en Chile. "Hay un
movimiento muy grande de gente que está emigrando de las ciudades y busca
comprar terrenos con otros para iniciar esta experiencia", comenta.
Antes de lanzarse al proyecto i-tekoa, Giuliani vivió en una
ecoaldea en Nueva Zelanda. Para ella, el capitalismo impone un estilo de vida
individualista, consumista y antinatural del que cada vez más personas buscan
escapar.
"Uno lleva una
vida solitaria y materialista, trabajando todo el día para regresar a un
apartamento y tener que comprar alimentos con químicos", describió a
Tierramérica.
Junto a amigos tan descontentos como ella con su estilo de
vida, adquirió el predio y está erigiendo las viviendas y un centro
comunitario. Las obras se realizan sin rellenar ni disecar el terreno que es
pantanoso, para respetar la función purificadora del humedal.
Los árboles de especies introducidas son talados y su madera
empleada en la construcción de las viviendas. En su lugar se siembran especies
nativas. Para el saneamiento, están debatiendo si usar baños secos o un
biodigestor.
"Vivir solamente
de la naturaleza nos parece un poco utópico. La idea es vivir de la huerta y de
los talleres que vamos a brindar en el centro y, de a poco, ir soltando los
trabajos que tenemos en la ciudad, en la medida en que se pueda",
aventuró.
Para Straub la tendencia se multiplica como reacción a un
estilo de vida agotado. "Se busca
una vida más tranquila, en la que se puedan realizar viejos sueños sin esperar
a jubilarse", opinó.
"No se trata de
volver al primitivismo o a la época del garrote, sino de recuperar la capacidad
de tomar las propias decisiones. Puede no ser la ecoaldea la solución para
todos, pero el proyecto ayuda a recuperar una visión más humana de la vida",
dijo.
Se trata de "transformar
la mirada". "El milagro
debe ocurrir dentro nuestro, y con ese cambio uno puede vivir en la ecoaldea o
volver a plena ciudad, pero ya no sometido a las condiciones del sistema",
subraya.
Él mismo no vive en el Cidep, sino en El Bolsón, situado a
15 kilómetros de la villa. No está seguro de querer vivir allí, pero sí cree
que puede ser parte del proceso como productor de semillas.
Lo interesante, dice, es que cada vez son más los que se
animan a transitar ese proceso. "En
Gaia, cuando comencé, éramos 15 o 20, y hace poco participé de un encuentro en
el que éramos 500 los que nos habíamos sumado a la experiencia".
* Este artículo fue publicado originalmente el 9 de febrero
por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.
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