WASHINGTON, feb (IPS) - El mundo transita de una era de
abundancia de alimentos a una de escasez. En la última década, las reservas
mundiales de granos se redujeron un tercio. Los precios internacionales de los
comestibles se multiplicaron más del doble, disparando una fiebre por la tierra
y dando pie a una nueva geopolítica alimentaria.
Análisis de Lester R. Brown
Los alimentos son el nuevo petróleo. La tierra es el nuevo
oro.
Esta nueva era se caracteriza por la carestía de los
alimentos y la propagación del hambre.
Del lado de la demanda, el aumento demográfico, una
creciente prosperidad y la conversión de alimentos en combustible para
automóviles se combinan para elevar el consumo a un grado sin precedentes.
Del lado de la oferta, la extrema erosión del suelo, el
aumento de la escasez hídrica y temperaturas cada vez más altas hacen que sea
más difícil expandir la producción. A menos que se pueda revertir esas
tendencias, los precios de los alimentos continuarán en ascenso, y el hambre
seguirá propagándose, derribando el actual sistema social.
¿Es posible revertir estas tendencias a tiempo? ¿O acaso los
alimentos son el eslabón débil de la civilización de comienzos del siglo XXI,
en buena medida como lo fue en tantas de las civilizaciones anteriores cuyos
vestigios arqueológicos se estudian ahora?
Esta reducción de los suministros alimentarios del mundo
contrasta drásticamente con la segunda mitad del siglo XX, cuando los problemas
dominantes en la agricultura eran la sobreproducción, los enormes excedentes de
granos y el acceso a los mercados por parte de los exportadores de esos
productos.
En ese tiempo, el mundo tenía dos reservas estratégicas:
grandes remanentes de granos (con una cantidad en la basura al iniciarse la
nueva cosecha) y una amplia superficie de tierras de cultivo sin utilizar, en
el marco de programas agrícolas estadounidenses para evitar la sobreproducción.
Cuando las cosechas mundiales eran buenas, Estados Unidos
hacía que más tierras estuvieran ociosas. En cambio, cuando eran inferiores a
lo esperado, volvía a poner las tierras a producir.
La capacidad de producción excesiva se usó para mantener la
estabilidad en los mercados mundiales de granos. La grandes reservas de granos
amortiguaron la escasez de cultivos en el planeta.
Cuando el monzón no llegó a India en 1965, por ejemplo,
Estados Unidos envió la quinta parte de su cosecha de trigo al país asiático
para evitar una hambruna de potencial catastrófico. Y gracias a las abundantes
reservas, esto tuvo poco impacto sobre el precio mundial de los granos.
Al iniciarse este período de abundancia alimentaria, el
mundo tenía 2.500 millones de personas. Actualmente tiene 7.000 millones.
Entre 1950 y 2000 hubo ocasionales alzas en el precio de los
granos, a raíz de eventos como una sequía severa en Rusia o una intensa ola de
calor en el Medio Oeste de Estados Unidos. Pero sus efectos sobre el precio
tuvieron corta vida.
En el plazo de un año, las cosas volvieron a la normalidad.
La combinación de reservas abundantes y tierras de cultivo ociosas convirtió a
ese período en uno de los que se gozó de mayor seguridad alimentaria en la
historia.
Pero eso no duraría. Para 1986, el constante aumento de la
demanda mundial de granos y los costos presupuestarios inaceptablemente altos
hicieron que se eliminara el programa estadounidense de reserva de tierras
agrícolas.
Actualmente, Estados Unidos tiene algunas tierras ociosas en
el marco de su Programa de Reserva para la Conservación, pero se trata de
suelos muy susceptibles a la erosión. Se terminaron los días en que había
predios con potencial productivo listos para poner a cultivar rápidamente si se
presentaba la necesidad.
Ahora el mundo vive apenas con la mira puesta en el año
siguiente, siempre esperando producir suficiente para cubrir el aumento de la
demanda. Los agricultores de todas partes realizan denodados esfuerzos para
acompasar ese acelerado crecimiento de la demanda, pero tienen dificultades
para lograrlo.
La escasez de alimentos conspiró contra civilizaciones
anteriores. Las de los sumerios y los mayas fueron apenas dos de las muchas
cuyo declive, aparentemente, se debió a la incursión en un sendero agrícola que
era ambientalmente insostenible.
En el caso de los sumerios, el aumento de la salinidad del
suelo a consecuencia de un defecto en su sistema de irrigación, que a no ser
por eso estaba bien planificado, terminó devastando su sistema alimentario y,
por ende, su civilización.
En cuanto a los mayas, la erosión del suelo fue una de las
claves de su desmoronamiento, como lo fue para tantas otras civilizaciones
tempranas.
La nuestra también está en ese sendero. Pero, a diferencia
de los sumerios, lo que padece la agricultura moderna es el aumento de los
niveles de dióxido de carbono en la atmósfera. Y, como los mayas, también está
manejando mal la tierra y generando pérdidas sin precedentes de suelo a partir
de la erosión.
En la actualidad, también enfrentamos tendencias más nuevas,
como el agotamiento de los acuíferos, el estancamiento de los rendimientos de
los granos en los países más avanzados desde el punto de vista agrícola y el
aumento de la temperatura.
En este contexto, no resulta sorprendente que la
Organización de las Naciones Unidas reporte que ahora los precios de los
alimentos se han duplicado en relación al período 2002-2004.
Para la mayoría de los ciudadanos de Estados Unidos, que
gastan en promedio nueve por ciento de sus ingresos en alimentos, esto no es
mayor problema. Pero para los consumidores que gastan entre 50 y 70 por ciento
de sus ingresos en comida, que se dupliquen los precios es un asunto muy serio.
Estrechamente ligada a la reducción de las reservas de
granos y al aumento del precio de los alimentos está la propagación del hambre.
En las últimas décadas del siglo pasado, la cantidad de
personas hambrientas en el mundo se redujo, cayendo a 792 millones en 1997.
Luego empezó a aumentar, trepando a 1.000 millones. Lamentablemente, si se
siguen haciendo las cosas como de costumbre, las filas de los hambrientos
continuarán creciendo.
El resultado es que para los agricultores del mundo se está
volviendo cada vez más difícil acompasar la producción a la creciente demanda
de granos.
Las existencias mundiales de granos decayeron hace una
década y no ha sido posible reconstruirlas. Si no se logra hacerlo, lo
esperable es que, con la próxima mala cosecha, se encarezcan los alimentos, se
intensifique el hambre y se propaguen los disturbios vinculados a la alimentación.
El mundo está ingresando a una era de escasez alimentaria
crónica, que conduce a una intensa competencia por el control de la tierra y
los recursos hídricos. En otras palabras, está comenzando una nueva geopolítica
de los alimentos.
* Lester Brown es presidente del Earth Policy Institute y
autor de "Full Planet, Empty Plates: The New Geopolitics of Food
Scarcity" (Planeta lleno, platos vacíos: La nueva geopolítica de la
escasez alimentaria. W.W. Norton: Octubre de 2012).
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