Por: Darío Aranda
Viaje a Naturaleza Viva, la granja que produce
alimentos sanos, en gran cantidad y calidad, que llegan a veinte provincias y
10.000 familias. Sin transgénicos ni agrotóxicos, brinda trabajo, desarrollo
local y confirman las ventajas del modelo campesino.
Guadalupe Norte, en el extremo de Santa Fe (cerca de los
límites con Corrientes y Chaco). A tres cuadras de la ruta 11, árboles
frondosos y un cártel de madera y colores anuncia “Granja agroecológica Naturaleza Viva”. Una casa centenaria, cocina
amplia y Remo Vénica sentado al lado de la cocina, pava y mate en mano. “Vivimos engañados durante años. Hasta que
nos dimos cuenta que podíamos producir sin químicos, sin transgénicos, sin
depender de las multinacionales”, explica con pasión, mientras ceba un
mate.
La chacra tiene 220 hectáreas y trabajan quince familias
(como referencia: en un campo de soja de 5000 hectáreas solo trabaja una
persona). El campo está rodeado de transgénicos, pero ellos apostaron a otro
modelo, diverso: tambo (leche, quesos, yogur), gallinas (proveedoras de huevos
y, claro, carne), chanchos, ganadería para autoconsumo y venta, girasol (y
aceite), trigo (y harina), soja orgánica, frutales (desde mandarina hasta
banana), mandioca, lechuga, tomate, maíz y decenas de plantas que casi no se
conocen en el mundo urbano, como el amaranto (una planta de entre 50
centímetros de alto a más de dos metros, donde el grano se utiliza como cereal
y harinas, y las hojas verdes para sopas y ensaladas).
“Fue un proceso de
prueba y error. Nos equivocamos mucho y también aprendimos”, afirma Irmina,
sentada al otro lado de la mesa, mientras ofrece un pan casero y mermelada
realizada por sus manos. Confiesa que ellos creyeron en la “revolución verde”, corriente de
pensamiento impulsada en la década del 50, mediante la investigación
corporativa de laboratorio, que prometía mayor producción y “acabar con el hambre del mundo (a fines de
los ’80 comenzó la llamada “segunda revolución verde”, impulsada por las compañías de biotecnología, de transgénicos y
agroquímicos)”.
También probaron, y erraron, cuando técnicos del INTA
(Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria) y de la Secretaría de
Agricultura llegaron con promesas de bienestar de la mano de la plantación de
duraznos y, luego, de la cría de nutrias. En ambos casos, el resultado fue
desastroso. Quedaron al borde la quiebra.
Dejaron de tomar como palabra santa los dichos de los
técnicos, ingenieros agrónomos y veterinarios. Y reforzaron la ganadería, el
tambo y la agricultura. “Nos decían que
un tambo con pocas vacas no era rentable… los que se llenaron de vacas luego se
fueron a la quiebra”, recuerda Remo, ex dirigente de las Ligas Agrarias en
la década del ’70 (junto con Irmina, perseguidos por la dictadura
cívico-militar y exiliados).
Irmina precisa que dos hechos clave fueron el no vender
materia prima, sino alimentos (no girasol, sí aceite; no leche, sí quesos) y
tejer redes de comercialización. Así evitaron intermediarios (que acaparan un
alto porcentaje del precio de venta). Se sumaron, y también construyeron,
espacios de comercialización. Un trabajo lento pero con resultados duraderos:
envían sus cajas de productos a veinte provincias. A lo largo del año llegan a
las mesas de 10.000 familias.
También realizan trueques. Un productor de Choele Choel
(valle de Río Negro) trae bolsones de nueces y se lleva frutas, verduras,
quesos. Lo propio con yerbateros de Misiones y viñateros de Cuyo.
Remo invita a una recorrida, junto a Claudio Ferrero (un
joven pasante que aprende y trabaja durante la semana). Se interna en un corto
sendero y muestra las casas hechas en barro, con techos “naturales” (nada de chapa o cemento, tierra y pasto). Son igual o
más duraderas que las de ladrillos, mucho más económicas y más eficiente en
energía (mantienen el calor en invierno, son frescas durante el verano).
Ya en la quinta, muestra decenas de plantas, de todo tipo.
Amaranto, zapallos, maíz, mandioca, rosella (se hacen ricos jugos, nada que
envidiar a los famosos sobres con polvo de color que se venden en los
supermercados). Un vivero con cientos de plantines. “En esta chacra sembramos 20.000 árboles”, avisa Remo, y recuerda
que era tierra empobrecida, sometida a décadas de agricultura extractiva, que
empobreció suelos y demoró largos años en recuperar.
Muestra plantas experimentales de arroz (hace mejoramiento
natural de semillas). De esa prueba y error logró una semilla muy productivo
que compartió con un productor de Corrientes que no utiliza químicos. El primer
año cosechó dos mil kilos. Fue aumentando la superficie. En 2015 logró 50.000
kilos, de mejor calidad de la que obtienen las grandes empresas del sector y,
claro, también se comercializa en Naturaleza Viva.
Un breve paso por el gallinero. Hay un centenar de animales,
docenas y docenas de huevos. También hay un gran piletón-reserva de agua, de 70
metros de largo por 30 de ancho, que ahora disfrutan los patos y es
imprescindible en épocas de sequía. Caminar unos cien metros, y frutales.
Decenas de árboles de mandarina y naranja, pruebas experimentales de moringa y
bananas. Curiosidad (o no), cambio climático mediante: están funcionando muy
bien cultivos que son de otras latitudes, más tropicales.
Muestra mandiocas, porotos, tomates. Y, en medio de la
quinta, rosales de hasta dos metros de altura, flores blancas y amarillas.
Caminata de otra cuadra y el tambo de 82 vacas. Números: 350
litros de leche cada mañana, 25 quesos diarios (de casi tres kilos cada uno),
diez kilos de dulce de leche. Los estantes de la sala frigorífica están
semivacíos. “Hay una demanda
impresionante, no damos abasto. Nos pone muy contentos que quienes compran una vez
el queso seguro se hacen consumidores permanentes”, celebra Remo, mientras
corta una rodaja y convida.
A un lateral del tambo, un enorme tanque de chapa, de unos
cuatro metros de alto y cinco (o más) de diámetro. Es el biodigestor (un
contenedor hermético en el que deposita el material orgánico a fermentar
–excrementos de animales– y que produce gas y fertilizantes orgánicos). Provee
de gas a toda la granja.
Irmina explica que producen un promedio de 12.000 kilos de
alimentos por mes. Destaca que las “granjas
integrales”, como denominan a Naturaleza Viva, pueden alimentar a toda la
población argentina, aunque también reconoce que no cuentan con el apoyo de
políticos ni de políticas de Estado.
“Es simple. Tierra
sana, alimentos sanos, personas sanas. Alimentos industriales, con venenos, es
igual a mala salud y necesidad de hospitales”, explica Irmina, y señala la
necesidad de volver al modelo campesino de producción de alimentos. “Acá demostramos que se puede”, destaca.
Remo lamenta que las históricas cooperativas agropecuarias
de los pueblos se hayan transformado en simples negocios de venta de
agroquímicos de grandes compañías internacionales. “Son un ejemplo más de la dependencia de los productores y de la derrota
de ese modelo”, afirma.
Última parte del recorrido, a veinte metros de la casa, un
monte de cañas de bambú muy altas (de hasta seis metros). Un gran círculo, casi
perfecto, y no se ve el sol. En el medio, cuatros largas mesas y bancos de madera.
En un extremo, leña y lugar para parrilla. “Todos
los domingos hacemos acá un asado a la estaca, siempre numeroso, para compartir
lo que nos brinda la Pachamama”, explica Remo. Fuente: darioaranda.com.ar
La carne, claro, también es de la Granja
Naturaleza Viva.