Soledad
Barruti es la autora de "Malcomidos", una investigación profunda de
la industria alimentaria argentina que deja al desnudo las perversiones del
sistema dominante de producción. Lo que hay que saber de la comida y no sale en
las etiquetas.
Si es cierto aquello de que somos
lo que comemos, en la Argentina estamos hechos de apariencias y mentiras, de
alimentos diseñados para parecer diversificados, saludables y seguros, pero que
provienen de una matriz enferma, monopolizada y que prioriza las ganancias
antes que la salud de los consumidores. Sobre esta misma cuerda de denuncia y
desenmascaramientos, Soledad Barruti (Buenos Aires, 1981) construye Malcomidos,
una investigación en formato de ensayo periodístico, que en su subtítulo se
propone mostrar “cómo la industria
alimentaria argentina nos está matando”.
Explorar la trama que configura
el mapa de donde salen los alimentos que los argentinos llevamos a la mesa fue
el primero de sus objetivos cuando comenzó el trabajo, un recorrido que
desarrolló en un año de viajes, escritura y aprendizajes y que, desde su publicación
en septiembre pasado, ya lleva tres ediciones que se agotan en librerías de
todo el país.
“El logro más importante de la industria alimentaria para volverse
inmensamente poderosa fue volver invisibles todos sus procesos de producción.
Podemos creer que sabemos qué comemos pero la realidad es que no sabemos nada:
ni de dónde vienen los pollos que aparecen en la pollería, ni por qué hay
tomates en julio, o de dónde surge el salmón que comanda la moda del sushi”,
dice Soledad, quien comenzó el proyecto con las mismas preguntas que podría
hacerse cualquier persona delante de una góndola de supermercado. “Si supiéramos cómo se producen nuestros
alimentos –bajo qué condiciones de crueldad con las especies y con las
personas, con qué cantidad inmensa de drogas y químicos venenosos, y con qué
tremendos efectos a mediano plazo sobre el medio ambiente y la sociedad toda–
probablemente no podríamos permanecer impávidos”, apunta.
Estado lamentable
Desde el pollo que crece en
criaderos superpoblados, donde se les cortan los picos y se sobrealimentan
hasta que sus patas no pueden sostenerlos, a los agrotóxicos que comemos a
través de verduras envenenadas sistémicamente, el tráfico de carne de caballo o
los pueblos condenados a desaparecer por el cultivo intensivo de soja, la
cadena de la producción de alimentos comienza y termina en un estado
lamentable.
“La crisis de este sistema es muy notoria y los desastres que produce no
van a dejar prácticamente nada en pie”, sigue la autora, y agrega el dato
de los 12 millones de personas que están siendo fumigadas con 300 millones de
litros de agrotóxicos por año, con el caso de las Madres de Ituzaingó como
testigo de la situación. “El cáncer y
otras patologías son lo único que crece en proporción directa a la pobreza y la
marginalidad. Nuestros suelos están perdiendo su fertilidad a pasos acelerados,
nuestros recursos ictícolas se agotan y nadie hace nada. En nombre de todos se
toman decisiones como subvencionar los corrales de engorde de ganado, quitando
a las vacas del campo”.
Esas vacas, que ya no comen
pasto, son apenas uno de los múltiples tentáculos con los que se mueve la
maquinaria. Malcomidos indaga el escenario sin dejar afuera a quienes somos
parte necesaria de que siga así.
“Es un sistema que está siendo fuertemente criticado en todo el mundo y
que, a medida que las personas se enteran, va quedando atrás”, agrega
Barruti, y señala que buena parte del problema consiste en una distorsión en la
percepción de quienes consumimos. “Todavía
tenemos en el imaginario la idea de un país natural, donde los criaderos,
plantaciones y productos que se dicen alimentos cuando no lo son, pertenecen a
países como Estados Unidos. Pero lo cierto es que los problemas ya nos llegaron”.
El dato de que somos el país
latinoamericano con mayor cantidad de niños obesos menores a 5 años es parte
del diagnóstico, sumado a que la diabetes tipo 2 ya está considerándose
epidemia y crecen las estadísticas de enfermedades cardiovasculares y distintos
tipos de cáncer relacionados con la dieta.
Algo que ver
–¿Qué papel que juegan las
políticas públicas en tu investigación y cuál es el papel del consumidor?
–El papel del Estado está muy
presente al momento de apoyar e incentivar los negocios de un puñado de grandes
corporaciones, y nulos al momento de pensar políticas productivas que incluyan
a quienes históricamente han sabido producir alimentos sanos. Alcanza con leer
el Plan Estratégico Agroalimentario 2020 para darse cuenta de que en este país
no importa el chacarero, ni la agricultura familiar, ni mucho menos las
comunidades campesinas u originarias. Los incentivos están dados en primer
lugar a los que producen commodities de exportación (multinacionales sojeras o
maiceras), y luego a quienes apuesten a la producción intensiva e industrial
(las compañías detrás del boom del pollo, por ejemplo, o de los corrales de
engorde de ganado) que no piensan en la calidad, ni en la diversidad, sino en
la maximización de ganancias a como dé lugar.
El valor de los individuos
aparece entonces, según Barruti, a la hora de decidir quiénes deciden. “Es importante que los argentinos nos demos
cuenta de que éste es un país agroexportador y que nosotros, como consumidores,
no representamos una fuerza poderosa. Sí, en cambio, lo hacemos como figuras
políticas. Creo que el día que nos demos cuenta de que el Estado somos todos y
empecemos a reclamar que los que gobiernan cumplan sus funciones de cuidado de
los productos que llegan a nuestra mesa, de nuestra cultura y de nuestros
bienes comunes (como el suelo), vamos a poder concretar cambios significativos”,
define.
Salida soberana
Y hasta entonces ¿qué comemos? La
pregunta es lo que primero aparece detrás del velo que corre Malcomidos. Un
circuito tan cerrado de producción y consumo sólo puede desarmarse a partir la
difusión 2 de información y de las grietas que algunos individuos están
comenzando a convertir en un movimiento alternativo: la soberanía alimentaria.
“Cuando empezás a ver de dónde vienen los alimentos industriales
entendés que la única salida está en volver a humanizar todo el asunto. En
todas las provincias del país hay productores que están reconvirtiéndose a la
agroecología, y que quieren producir sin poner su salud en riesgo. O sea, que
están produciendo sin químicos, lejos de los galpones de cría intensiva de
animales, y en espacios sustentables, que, además, les garantice la durabilidad
de su tierra. Comprarles a ellos no siempre es más caro que comprar en un
supermercado aunque sí es cierto que implica una dedicación más grande, ya que
todavía no es un proceso de compra que esté al alcance de la mano”.
En muchas universidades del país,
la cátedra de Soberanía alimentaria es ya parte de los contenidos con los que
se forman las nuevas camadas de profesionales y cada vez son más los sectores
interesados en corregir el rumbo. Así, los encuentros de productores comienzan
a dar forma a una contracultura cada vez más cercana a la alimentación
saludable, mientras otros, como los Médicos de Pueblos Fumigados, aportan
información científica sobre el tema y lo hacen visible desde sus efectos.
“La soberanía alimentaria, es decir la capacidad de producir los
alimentos que necesitamos, no sólo es posible sino que es el único camino a
adoptar si no queremos seguir siendo un gran espacio de tierra que se va
muriendo mientras cultivamos los granos que exige China”, aporta la
periodista.
Y añade que parte de esa
soberanía también se ejerce en la elección de los productos que consumimos:
pescados argentinos en lugar de salmón industrial chileno, por ejemplo. “Porque mientras nosotros consumimos ese pescado
que es producido en las condiciones más deplorables, en espacios llenos de
químicos, colorantes y antibióticos, nuestros recursos ictícolas son desde hace
varios años una moneda de cambio político, y se rematan y se sobreexplotan
hasta la desaparición”, agrega.
El lugar de la resistencia
Perder la conciencia es parte de
los acuerdos que hicimos como sociedad, reflexiona Barruti, y que han llevado a
un estado de situación que hoy parece lejos de la voluntad de los individuos.
Pero no todo está perdido, y el último tramo de Malcomidos se dedica a revisar
experiencias, testimonios y casos de personas y colectivos que lograron
revertir y revolucionar lo establecido.
“Creo que todos debemos acercarnos más a la cocina, un espacio de
verdadera resistencia: cocinar nos enseña cómo tienen que ser los productos:
desde los tomates hasta un pedazo de carne”, explica la autora y dice que
en lo personal, el trabajo le sirvió para modificar hábitos.
–¿Por qué se volvió tan difícil
alimentarse y tan fácil comer?
–Porque comer se convirtió en un
acto de consumo como cualquier otro y para incentivarlo y mantener la
maquinaria en funcionamiento se fue volviendo de todo antes que alimentación.
Alimentarse naturalmente es algo en el fondo aburrido, o no marketineable. En
cambio comer puede ser altamente emotivo, divertido, entretenido. Todo el
sistema de la industria alimentaria está puesto en transmitir mensajes en torno
a la comida que no tienen que ver con alimentación sino con un universo
paralelo.
–¿Por qué estuvimos tanto tiempo
distraídos acerca de un asunto fundamental como la comida?
–Si bien gran parte de nuestros
problemas sociales, culturales, políticos, medioambientales y de salud tienen
que ver con nuestra matriz productiva, pareciera que los problemas siempre son
otros y que hablar de alimentos es casi una cuestión secundaria o, peor, un
esnobismo. El lugar de los alimentos en las noticias tiene que ver con su
precio, absurdamente caro y en relación con este lugar periférico de la soja
que ocupa hoy la comida.
No mirar sirve para no ver, y en
este punto Barruti entiende que hay una relación directa entre la ignorancia de
la población acerca del sistema productivo y los agroquímicos que nos llegan a
la mesa con las ensaladas, las bacterias peligrosísimas relacionadas con el uso
de antibióticos en la cría de animales, la mayor cantidad de grasas saturadas
que tiene toda la comida.
“O cuando se vuelve evidente que el crecimiento del monocultivo corrió a
las personas de sus lugares rurales para volverlas masa política que malvive en
barrios sociales o en asentamientos marginales y que eso tiene relación directa
con el crecimiento de la violencia. O cuando es tan claro que determinadas
catástrofes naturales son consecuencia directa del desmonte. Entonces es inevitable
entender que la discusión sobre qué y cómo se produce debería ocupar un espacio
central en nuestras preocupaciones”, define.
–¿Cómo se podría recuperar la
cultura chacarera, las huertas familiares y el desarrollo de un sistema
alternativo?
–Con apoyo directo del Estado.
Así como todo está orientado actualmente para que crezcan un puñado de
corporaciones, habría que alentar un programa serio de reinserción rural, de
trabajo digno en el campo. Así como se hizo una ley de extranjerización, habría
que hacer una ley de uso de tierra. Porque si se la usa para hacer plantaciones
extensivas de soja de Grobocopatel o de un japonés que ni pisa el país da lo
mismo. Se deberían subsidiar las producciones diversificadas, o promoverlas con
compras directas del Estado a estos emprendimientos. Hay que revalorizar y
rescatar los saberes antes de que se pierdan.
–¿Cuál es el modo de recuperar la
responsabilidad sobre los alimentos?
–Hay que reconocer qué es un
alimento y qué no lo es. También subrayar que hay comidas que producen daño, y
que por lo general son los que vienen graciosamente presentados. Tenemos que
lograr que nos den de comer personas y no empresas. Las empresas no tienen
ninguna obligación en cuidar a nadie, ni en nutrir, ni en nada que se le parezca.
Fuente: www.lavoz.com.ar/
Libro: Malcomidos. Cómo la
industria alimentaria nos está matando
Soledad Barruti / Editorial Planeta