Por Myriam Susana González*
De la mano del crecimiento económico
experimentado, los flujos migratorios suelen incrementarse. Si bien en un
primer momento las mujeres acompañan y se mueven como parte de la familia, su
propio trabajo y la apropiación del territorio permiten que se conviertan en
protagonistas de los procesos migratorios.
La feminización de las migraciones
Históricamente los movimientos migratorios incluyeron la
participación de las mujeres, pero fueron subestimadas como objeto de estudio.
Michel Perrot, en su libro Mi historia de las mujeres, afirma: “Las mujeres han
migrado en todas las épocas y por toda clase de motivos de manera más onerosa,
menos aventurera que los hombres, porque necesitan justificación, contención,
incluso apoyo”. Por su parte, la antropóloga Dolores Juliano plantea que “la
idea de la inmigración femenina como dependiente de la masculina se apoya en un
estereotipo muy consolidado, según el cual el hombre es más móvil
geográficamente. La mujer se caracterizaría por permanecer, mientras que el
hombre tendría unos itinerarios autónomos más amplios. Sin embargo, esto es
falso en su conceptualización misma, dado que la inmensa mayoría de nuestras
sociedades fueron patrilocales, lo que significa que el modelo tradicional de
mujer es el de la mujer que abandona su hogar de origen para ir a vivir al
lugar de su marido. Así podemos hablar de mujeres estructuralmente viajeras en
contraposición a la imagen estereotipada de mujeres accidentalmente viajeras.
Sin embargo, esta movilidad espacial resulta absolutamente invisible”.
No obstante, en las últimas décadas las mujeres fueron
adquiriendo mayor presencia en los estudios sobre migraciones. Uno de los
trabajos pioneros ha sido el de Mirjana Morokvásic, publicado en la revista
International Migration Review en 1984. Allí la autora introduce la perspectiva
de género al considerar a las mujeres en los flujos migratorios no sólo como
acompañantes sino también como autónomas.
Esta creciente visibilidad está asociada a los cambios
producidos en los procesos migratorios. Desde hace un par de décadas las
migraciones internacionales han adquirido nuevas características y dimensiones,
se ha producido un incremento de los movimientos migratorios, se han
diversificado las rutas y conexiones origen-destino y se han complejizado las
modalidades. Cada vez son más los países que intervienen en los procesos
migratorios, ya sea como emisores, receptores o como países de tránsito;
además, países que fueron emisores hoy son receptores e inversamente algunos
países receptores hoy son emisores. Pero ciertamente uno de los cambios más
destacados es sin duda el de la “feminización”, que ha dado lugar a una
creciente producción académica. La feminización no sólo se evidencia en un
aumento cuantitativo del número de mujeres que migran, sino también en aspectos
cualitativos como la modificación del modelo tradicional de mujer acompañante
del varón a un nuevo modelo, el de la migrante autónoma. La inclusión de las
mujeres y de la categoría género en los estudios sobre migraciones se vincula a
la necesidad de explicar el aumento de la participación femenina en la
migración internacional, además de analizar las particularidades de esta
participación, el impacto en las áreas de origen y destino y las
transformaciones que se producen.
Este proceso de feminización de las migraciones se relaciona
con otros procesos como el de la feminización de los mercados de trabajo, e
incluso, como plantea Saskia Sassen, con la denominada feminización de la
supervivencia. La participación de las mujeres en los procesos migratorios
tiene especificidades y significados profundos, asociados tanto a las
transformaciones económicas mundiales y a la reestructuración de los mercados
laborales como a la consolidación de redes sociales y familiares. Desde la
perspectiva de la feminización, la “migrante ideal” es la mujer trabajadora que
migra sin pareja motivada por cuestiones estrictamente laborales o económicas.
Por otra parte, la movilidad de las mujeres hacia los países desarrollados está
asociada al crecimiento de una “cadena mundial de cuidados” basada en la
transferencia transnacional del trabajo reproductivo como respuesta a una
crisis de los cuidados que afecta a los países centrales y que produce una
demanda de mano de obra femenina que ha acelerado los movimientos. Estas
tendencias en los flujos migratorios hacia los países desarrollados se refieren
a realidades sumamente diferentes a las producidas en las migraciones hacia
Latinoamérica y, especialmente, hacia la Argentina.
¿Por qué migran las mujeres? ¿Cuáles
son sus proyectos migratorios?
La experiencia migratoria de las mujeres se distingue de la
de los varones, lo que se verifica en las diferentes etapas del proceso
migratorio: desde los factores que influyen en la decisión de migrar, las
condiciones de traslado, la inserción laboral. La migración femenina no es
homogénea, migran a destinos diversos, por motivos diversos, migran solas o con
el grupo familiar, se trasladan para buscar alternativas económicas y/o
libertad personal.
Una parte del incremento del flujo de mujeres se relaciona
con el reagrupamiento familiar. Esta interpretación obedece al “factor llamada”
de una migración eminentemente masculina y es la interpretación más
tradicional.
También las mujeres constituyen en algunas ocasiones la
avanzada del fenómeno migratorio, siendo las primeras en llegar al país de
destino. Esta segunda explicación se encuentra definida en la denominada “nueva
economía de las migraciones”, donde se interpreta el fenómeno migratorio en
función de la familia, del grupo de referencia y no del sujeto en particular. A
diferencia del individuo, la familia puede adoptar diferentes estrategias para
afrontar varios problemas, animando a alguno de sus miembros a tomar la
decisión de migrar, en este supuesto a una mujer, porque se presume que
encontrará trabajo con más facilidad. Este modelo contempla una cierta cuota de
autonomía para la mujer que lo adopta, respecto del caso de reagrupamiento
familiar, aunque continúa operando dentro de un marco familiar.
Finalmente, un tercer conjunto de explicaciones se fundan en
el creciente número de mujeres totalmente autónomas que asumen la decisión de
migrar. Esta dimensión de vivir la experiencia de la migración en primera
persona es diferente a aceptar la migración como producto del proyecto del
cónyuge o los progenitores. Sin embargo, ninguna de las tres explicaciones
anteriores es excluyente, la migración es un proceso sumamente complejo.
La información estadística disponible muestra que las
mujeres constituyen casi la mitad de los migrantes en el mundo, representan la
mayoría de la migración interna en los países latinoamericanos y predominan en
muchos de los flujos interregionales en América latina. En nuestro país, según
datos del Censo 2010, las mujeres representan el 54% del total de la población
nacida en el extranjero, valores que se elevan para el caso de migrantes de
algunos países latinoamericanos como Paraguay con un 55,7% de mujeres, o el
caso de las migrantes peruanas, quienes constituyen el 55% del total de los
migrantes provenientes de ese país. Precisamente fueron las mujeres peruanas
quienes durante la década de los noventa personificaron el proceso de
feminización de las migraciones en nuestro país.
En cuanto a la migración boliviana, los datos muestran un
aumento de la presencia de mujeres en la composición total de la migración si
consideramos los dos últimos censos. Para el año 2001 se registra una leve
mayoría de varones, quienes representan el 50,3%, y según datos del último
censo son las mujeres quienes se encuentran por encima de los valores
correspondientes a los varones, con un 50,4%. Por otra parte, como lo muestran
especialistas en la inmigración boliviana hacia la Argentina, las mujeres
bolivianas llegan a nuestro país en la mayoría de los casos como acompañantes
del varón, quien suele ser el que inicia el movimiento, o bien a través de
relaciones familiares previas. Los casos de mujeres viajando sin pareja, que
tienen una fuerte presencia en la migración de bolivianas hacia España, son la
excepción en los movimientos de ese colectivo hacia nuestro país.
El papel del territorio en los
procesos migratorios
La migración constituye un proceso eminentemente espacial ya
que supone espacios de salida, espacios de llegada y un proceso de traslado
donde las estrategias son territoriales. También interesan los impactos de la
migración que son sociales pero también territoriales y colectivos. Es por ello
que resulta necesario pensar las migraciones en términos dinámicos:
circulación, movilidad, trayectorias, en donde el territorio cobra un papel
fundamental.
Por otra parte, la actual movilidad de la población
establece nuevas formas de territorialidad e identidad. La territorialidad,
entendida como el modo en que las personas utilizan el territorio, cómo se
organizan y cómo dan significado al lugar, en síntesis, la territorialidad está
ligada a la identificación y apropiación del territorio. La migración modifica
la identidad y la apropiación territorial. Se crean nuevas territorialidades,
es decir, la apropiación de nuevos espacios que son cada vez más
territorializados: barrios étnicos, espacios comerciales, espacios
transfronterizos, entre otros.
El caso de estudio: migrantes
bolivianas en una ciudad patagónica
Los relatos de mujeres bolivianas que viven en Comodoro
Rivadavia forman parte del material empírico analizado y a partir del cual
presentamos aquí algunas reflexiones sobre las trayectorias y experiencias de
mujeres migrantes. Esta ciudad patagónica, localizada en el sureste de la
provincia de Chubut, se ha conformado esencialmente por el aporte migratorio en
poco más de un siglo desde su fundación. Durante los años noventa, en el
contexto de la reestructuración territorial y crisis económica, los flujos
migratorios disminuyeron, tanto en lo que respecta a migrantes internos como
internacionales. Desde fines de 2002 la ciudad inició una etapa de reactivación
económica debido a la explotación petrolera y, en menor medida, a la pesca,
proceso que se proyecta en el mediano y largo plazo. La mencionada reactivación
produjo efectos de expansión en el comercio y en la construcción, como demandas
en otros sectores de la economía, lo que ha derivado en una disminución de la
desocupación, siendo una de las más bajas del país. En este marco es importante
la llegada de migrantes internos e internacionales, principalmente bolivianos.
Como se mencionó, la ciudad ha crecido a partir de los
aportes migratorios, aportes que a lo largo de la historia han ido variando
tanto en número como en diversidad de orígenes. Si bien es cierto que en las
primeras décadas la población migrante fue mayoritariamente masculina, las
mujeres no estuvieron ausentes en este proceso. Sin embargo, en los estudios
sobre migraciones no se hace referencia a las mujeres. Textos pioneros en la
temática como los de Marcos Budiño y de Lelio Mármora publicados en la década
de los setenta plantean la migración a la ciudad en términos masculinos, sin
considerar la posibilidad de la migración de mujeres solas, a pesar de la
existencia de casos que reproducen ese tipo de movilidad. Recién en las últimas
décadas algunos trabajos van a considerar el papel de la mujer migrante aunque
no todos desde una perspectiva de género.
Por otra parte, la ciudad no ha sido un centro de atracción
tradicional para la migración boliviana, la que se instala a partir de la
década de los noventa y en especial a partir de 2002. Se trata de una migración
reciente y que en muchos casos proviene directamente de Bolivia, lo que indica
la potencialidad de las redes migratorias. Este modelo de migración, que
muestra diferencias frente a otros modelos migratorios que caracterizaron a la
ciudad, mantiene algunas características similares a las que presenta en otros
destinos del país pero con singularidades propias en esta ciudad patagónica.
Asimismo, se produce en un momento de fuerte crecimiento económico que promueve
una demanda de mano de obra masculina en el sector de la construcción en la que
se insertan mayoritariamente los migrantes bolivianos, pero también hay una fuerte
demanda de mano de obra femenina en sectores que habitualmente ocupan las
mujeres migrantes como el empleo doméstico y otros, no tradicionales, como es
el caso de la pesca en el que se emplean las mujeres bolivianas.
¿Qué características presentan las mujeres
bolivianas que viven en Comodoro? ¿Cómo son sus proyectos migratorios?
Los relatos de las mujeres bolivianas entrevistadas muestran
proyectos migratorios que no se ajustan al modelo de migrantes autónomas, hay
una permanencia del modelo tradicional, ya que se trata de una migración
familiar en la que mayoritariamente el varón es pionero. La mayoría de las
mujeres migran con su pareja y para quienes migran solas es fundamental el
papel de las redes. De allí que podemos afirmar que la familia sigue siendo el
referente pues las decisiones relacionadas con los proyectos migratorios son
más familiares que individuales.
En numerosos estudios sobre mujeres migrantes se plantea la
migración como una línea divisoria en la historia de vida (un antes y un después);
en las entrevistas realizadas se evidencia que la migración es parte de sus
historias de vida, la movilidad espacial no es excepcional en el caso de la
población boliviana, existe una “cultura de la movilidad”. El mayor ejemplo de
lo planteado lo constituye el departamento de Cochabamba, donde la migración ha
sido una constante, y es justamente de donde provienen gran parte de quienes se
asientan en Comodoro Rivadavia. La movilidad en la mayoría de las mujeres
entrevistadas se constituye en una práctica basada en un “saber circular” que
produce territorialidades caracterizadas por su complejidad. A través de sus
historias de vida pueden reconstruirse los recorridos realizados y la forma en
que se van articulando lugares, redes y flujos materiales e inmateriales.
También el proceso migratorio produce situaciones
paradójicas para las migrantes. Mientras algunos autores sostienen que las
migraciones abren nuevos espacios para las mujeres, otros estudios evidencian
que pueden significar pérdidas y cargas adicionales, aumento de las demandas
económicas por parte de sus familias en el lugar de origen, así como también
nuevos vínculos de dependencia y abuso en las relaciones laborales en el país
de destino, es decir, se refuerzan las desigualdades de género.
Las cuestiones planteadas pueden visualizarse a través de la
inserción laboral de las mujeres bolivianas. Existe una segmentación del
mercado laboral en términos de género y etnia, ser mujer y migrante, ser mujer
y boliviana. Es por ello que una de las primeras opciones la constituye el
trabajo en las plantas pesqueras, una actividad sumamente dura. El empleo
doméstico es otra alternativa de inserción laboral. En ambos casos se trata de
empleos de baja cualificación, en general en situaciones de precariedad e
informalidad. Otras mujeres han iniciado proyectos a través de la vía
emprendedora incorporándose en sectores del comercio minorista, fenómeno global
que se evidencia también en otras ciudades de fuerte atracción migratoria. Se
trata de mujeres que llegaron a la ciudad sin capital incorporándose al mercado
de trabajo a través de empleos precarios y en sus trayectorias de movilidad
laboral han desarrollado estrategias de autoempleo. Estos espacios comerciales
posibilitan la apropiación y resignificación del territorio, constituyen un
factor primordial para la incorporación de los migrantes a la sociedad, tanto
desde una perspectiva económica como espacial, ya que son a la vez elementos
culturales que se incorporan al espacio público.
En cuanto a la percepción de una mayor autonomía, en los
relatos no aparece en el inicio de la migración. Sin embargo, algunas
entrevistadas hacen referencia a ciertos cambios asociados a una
redistribución-renegociación en el interior del grupo familiar, como la
participación en las decisiones sobre el uso de los ingresos y el intercambio
de los roles vinculados a las tareas domésticas, entre otros. Igualmente en las
estrategias adoptadas para conciliar trabajo productivo y reproductivo
involucran a otras mujeres también migrantes, en algunos casos familiares
(sobrinas, primas).
Otro punto a destacar es el papel de las mujeres en la
articulación entre el lugar de origen y el de destino, tanto en la reproducción
de la cotidianeidad (comidas, costumbres) como en las acciones que se traducen
en una creciente visibilidad en el espacio público a través de estrategias de
identificación étnica como son las fiestas, ferias y organizaciones civiles.
Como plantea Michel Perrot, son las mujeres migrantes quienes mantienen las
tradiciones, la lengua materna, la cocina y los hábitos religiosos.
Los avances de los estudios de género en los últimos años
han permitido visibilizar a las mujeres migrantes. Las mujeres se mueven,
acompañan, trabajan, utilizan las redes y también las crean, construyen
entramados socioterritoriales y son actoras de nuevas formas de
territorialidad. Finalmente, aunque permanezcan aún ciertas formas de
vulnerabilidad, estas mujeres migrantes, de ser actores pasivos e
invisibilizados, se convierten en protagonistas esenciales en los procesos
migratorios.
*Magíster en Impactos Territoriales de la Globalización -
Licenciada en Geografía. Dpto. de Geografía, Universidad Nacional de la
Patagonia SJB