viernes, 27 de marzo de 2020

La Covid-19 y las epidemias del neoliberalismo


La enfermedad revela la torpeza de los gobiernos autoritarios populistas de derecha que atacaron a la ciencia y la salud pública


Las epidemias regresan cada cierto tiempo para recordarnos nuestra vulnerabilidad. Vulnerabilidad ante la enfermedad y ante el poder. En pocos meses, algo que parecía una catástrofe distante se ha convertido en una tragedia cotidiana. Esta enfermedad producida por un insidioso agente infeccioso —popularmente conocida como coronavirus— se ha extendido a casi todos los rincones del planeta; revelando la torpeza de los gobiernos autoritarios populistas de derecha que atacaron a la ciencia y la salud pública —seguramente para que sus seguidores no piensen racionalmente— y crearon las condiciones para la desinformación, el estigma y el caos que ahora sufrimos.

Esta pandemia no es más que la última de una triste secuela que empezó en los años ochenta del siglo pasado cuando la mayor parte de los gobiernos del mundo abrazaron el neoliberalismo y su envenenada doctrina que pregonaba una drástica reducción del gasto público y el desmantelamiento de la intervención del Estado en los programas sociales. De esta manera se creó una cultura adonde el lucro estaba por encima de todo y de todos; adonde valía el recorte de los recursos humanos de los sistemas de salud, tanto nacionales como internacionales, y donde se banalizaron un rosario de desastres sanitarios como el sida, dengue, SARS, H1N1, ébola, zika y ahora la epidemia que nos abruma.

Estas epidemias magnificaron la relación entre los sistemas económicos injustos y las adversas condiciones de vida, y confirmaron la persistencia del racismo (solo basta recordar las infelices frases del presidente de los Estados Unidos sobre un virus foráneo y su deliberada asociación con los chinos que ha alentado actos de violencia contra la población de origen asiático). Una doctrina que idealiza el estilo de vida y que guarda silencio sobre la vulnerabilidad estructural en que viven la mayoría de las personas. No es que no sea importante la higiene personal y el autoaislamiento; pero estas medidas no reflejan la realidad de una gran mayoría de familias pobres de comunidades periurbanas que sobreviven apiñadas en espacios diminutos con acceso limitado al agua, distantes de centros de salud y con personas mayores ya víctimas de los principales determinantes sociales de las enfermedades respiratorias: la pobreza, la falta de abrigo y descanso adecuados y la mala alimentación.

Las pandemias antes mencionadas surgieron o se agravaron por la discriminación, el deterioro del cambio climático, la violencia contra la naturaleza ejercida por fuerzas extractivas sin regulación y la negación de los derechos humanos, como el derecho a la salud de cualquier persona, que abierta o subrepticiamente glorificó el neoliberalismo. Estos llegaron con una trivialización de muertes y enfermedades evitables y la reproducción de estereotipos criminales contra las víctimas de las epidemias como las minorías sexuales, los pobres, los indígenas y las mujeres. La terrible epidemia que estamos viviendo es el testimonio no solo de las fuerzas económicas, sociales y ambientales que desató el neoliberalismo sino de su incapacidad de construir un futuro inclusivo. También marca la erosión, casi irreparable, de una de las leyes supranacionales más valiosas y que ahora casi nadie recuerda: el Reglamento Sanitario Internacional del 2005.

Según este Reglamento, que todos los países del mundo firmaron, la Organización Mundial de la Salud (OMS) iba a coordinar las repuestas a las pandemias. Fue hecha después de numerosas discusiones de acuerdos fundamentales que se remontan a comienzos del siglo XX. Como es evidente casi desde el inicio de covid-19, cada país, estado o municipio ha hecho lo que ha querido, citando cuando le conviene a la OMS. Es importante recordar la recurrente falta de financiamiento internacional que tuvo ese Reglamento y la persistente deslegitimación de esta agencia multilateral de Naciones Unidas —que provocó que las respuestas al ébola en África de hace pocos años fuesen tardías—. Asimismo, es importante mencionar la diferencia entre la crisis económica del 2008 y la crisis de salud del 2020.

En el 2008 el Gobierno norteamericano consiguió en pocos días más de 700 mil millones de dólares para salvar a los bancos privados. En contraste, en la epidemia de covid-19, el Gobierno norteamericano inicialmente pidió al congreso norteamericano solamente poco más de dos mil millones de dólares (felizmente el congreso aumentó en algunos miles de millones más esta cifra, pero los recursos son todavía claramente insuficientes). A eso se suma el hecho que en los últimos años la Casa Blanca cortó cerca de 700 millones de dólares para uno de los mejores centros epidemiológicos del mundo, el Centers for Disease Control, y acabó con el equipo encargado de vigilar los brotes epidémicos internacionales que funcionaba al interior de la Presidencia de los Estados Unidos.

La recurrencia a usar fondos públicos para los ricos en esta emergencia está escondida en una medida de algunos gobiernos para “estabilizar la economía.” El Gobierno de los Estados Unidos va a inyectar poco más de un billón de dólares, de los cuales solo un pequeño porcentaje irá directamente a las familias más necesitadas y las pequeñas empresas, mientras que el grueso será usado para rescatar a empresas privadas tangenciales a los pobres, como las cadenas de hoteles de cinco estrellas, los conglomerados de aerolíneas, las empresas de cruceros y los restaurantes de lujo.

A pesar de ello, a veces las calamidades nos presentan oportunidades únicas para reflexionar y ser mejores. En un mundo donde diferentes escándalos compiten para acaparar los medios de comunicación, las enfermedades epidémicas son una ocasión para que la salud pública, los científicos y los historiadores de la salud revindiquemos en voz alta la importancia de nuestros trabajos.

Para recordar la relevancia de enfermedades endémicas prevenibles que siguen azotando a la sociedad y con cuya existencia nos hemos vuelto transigentes. Para cuestionar las prioridades del mundo adonde la mayoría de los gastos de los Estados se van en armas y adonde celebramos el dispendio de sumas millonarias en el opio del pueblo: las élites del futbol y del cine. También, para desenmascarar la letalidad del negacionismo científico, para reivindicar la importancia crucial de la prevención y la solidaridad y para redirigir los fondos y los funcionarios públicos que no pueden ser sirvientes de los intereses económicos privados.

Algunos historiadores nos hemos dedicado alguna vez a pensar las epidemias y hemos concluido que la ausencia de liderazgo de gobernantes ciegos, así como la xenofobia y la desesperación agravan la calamidad. En el caso de covid-19, existen temas urgentes que requieren del concurso de profesionales de las ciencias socio-médicas como la adhesión de la población a los consejos médicos, la organización de los recursos humanos para hacer frente a las limitaciones de hacer los exámenes y los centros médicos desbordados y para responder con justicia social al grave impacto económico que se proyecta. Como en las valerosas respuestas a otras epidemias de parte de la comunidad, sanitaristas y científicos es importante responder al presente y al mismo tiempo mirar al futuro. Al parecer, en países pobres y de ingresos medios los medios efectivos más baratos son el distanciamiento social (por lo menos un metro y medio entre las personas), las cuarentenas y —además de la cancelación de eventos y reuniones— la suspensión del transporte público, que se está convirtiendo en el gran vector urbano de la Covid-19.

Según el historiador de la medicina Charles Rosenberg, las epidemias tienen un ciclo que empieza por la negación, pasa por la resignación y acaba en el olvido. Como en otras epidemias uno de los principales peligros que enfrentamos no es solamente que se intensifique la globalización de la Covid-19 sino que cuando pase la tragedia volvamos a ignorar a la ciencia y la salud pública; que se pierda una oportunidad para acabar con la retroalimentación entre respuestas fragmentadas e insuficientes y la recurrencia de las epidemias. La esperanza de quien escribe es que ahora la historia sea diferente: que podamos no solo controlar, mitigar y planificar las medidas de salud pública sino acabar de convencernos de que la salud pública es intrínsicamente global y que debemos dedicar ingentes recursos a la gobernanza sanitaria mundial y a la investigación; incluyendo la investigación histórica, que nos puede decir mucho más de los desafíos de la salud del pasado para comprender y actuar en el presente y planificar con esperanza el futuro.
Marcos Cueto es historiador de la medicina, Fiocruz, Brasil. Fuente: elpais.com

jueves, 19 de marzo de 2020

El contagio de la desinformación


Las especulaciones y los rumores en Internet siembran desconfianza ante el control de la Covid-19


La semana pasada se publicó un artículo científico que estableció un nuevo récord. Poco después de aparecer en Internet, su “puntuación altmétrica” —que mide la atención que reciben los ensayos de investigación en la prensa y las redes sociales— había sobrepasado ya a cualquier otro estudio anterior. El artículo, publicado en una página web dedicada a resultados preliminares, aseguraba que el nuevo coronavirus que estaba extendiéndose en China tenía fragmentos de código genético similares al VIH, lo que desató las teorías de la conspiración de que el virus se había creado mediante ingeniería genética. Solo había un inconveniente: el artículo tenía defectos importantes y fue desacreditado por los principales investigadores genéticos. Ante las críticas, los autores se apresuraron a retirar el estudio.

El brote de Covid-19 en China ha ido acompañado de la difusión de especulaciones y rumores, que a menudo llegan más lejos y más deprisa que el propio virus. ¿Pero por qué es tan contagiosa esa desinformación? Tanto en los virus como en la información viral, los brotes dependen de qué es lo que se propaga y de las interacciones de la gente que lo propaga. Varias investigaciones recientes han demostrado que algunos contenidos en la Red pueden prender con facilidad. Los análisis de las noticias difundidas en Twitter entre 2006 y 2017 revelan que las falsas tienden a propagarse más y más deprisa que otras. ¿El motivo? La gente parece apreciar la novedad y las noticias falsas, por definición, contienen más datos nuevos que las verdaderas.

Además de la novedad, las emociones pueden influir en que se popularice la información. Entre los factores más poderosos que impulsan la información están el miedo y la repugnancia, por lo que las historias que suscitan esos sentimientos suelen propagarse con más facilidad. También en este caso hay una explicación evolutiva: el miedo y la repugnancia nos han ayudado históricamente a evitar lo que nos podía hacer daño. Esas emociones se explotan ahora para conseguir que los usuarios difundan informaciones nocivas.

Ese carácter contagioso no necesariamente se arregla con el tiempo. Durante un brote, siempre hay especulaciones sobre si el virus está evolucionando y haciéndose más peligroso. Aunque no existen pruebas de que el coronavirus se haya hecho más contagioso desde que apareció en diciembre, lo que probablemente sí está evolucionando son los rumores sobre él, que se propagan cada vez mejor. En 1932 el psicólogo Frederic Bartlett publicó un estudio que mostraba lo que ocurre en la divulgación de una información. Ordenó a los participantes en el experimento que hicieran una especie de juego del “teléfono roto”: uno le contaba una historia a otro, que, a su vez, se la contaba al siguiente, y así sucesivamente. A medida que las historias recorrían la cadena, se volvían más breves y sencillas. La gente también prescindía de los elementos que le resultaban desconocidos y los sustituía por otros que le parecían que tenían más sentido. En la era de Internet, este proceso es todavía más rápido: las ideas complejas y delicadas pueden convertirse rápidamente en historias sencillas, que prescinden de detalles esenciales porque no encajan con las opiniones de quienes las cuentan.

La sencillez se valora especialmente en la Red y el efecto se refuerza por los tipos de interacciones que tenemos. El sociólogo Damon Centola ha destacado que las ideas y opiniones complejas, muchas veces, necesitan un refuerzo social para extenderse: quizá tuiteemos un vídeo de gatos después de ver que lo ha compartido una persona, pero, en general, necesitamos ver a muchas personas publicando una opinión política sutil antes de pensar en unirnos a ellos. Centola llama a estos conceptos complicados “contagios complejos” porque, a diferencia de los “simples” virus biológicos —que se pueden propagar en un solo contacto personal—, la gente tiene que estar expuesta a ellos muchas veces antes de atraparlos. Por eso la estructura de las redes sociales de Internet —en las que lo que domina no son las relaciones con grupos íntimos de amigos, sino los contactos con personas a las que se conoce de forma superficial— ofrece una enorme ventaja a los contenidos contagiosos “simples”, que no necesitan pensar ni discutir mucho antes de difundirlo.

Las redes sociales no solo facilitan la difusión de ideas sencillas y emocionales; también ayudan a que se propaguen más deprisa. Una persona suele tardar alrededor de 20 segundos en compartir una entrada viral de Facebook: si cada usuario, por término medio, la comparte con dos más, el brote se extenderá a toda velocidad. En cambio, una persona infectada con el coronavirus, en general, tarda varios días en contagiar a otras.


El brote de Covid-19 tiene un alcance sin precedentes, con 35 países afectados en las seis semanas transcurridas desde que se notificó. Para hacer frente a la infección hay que reducir la transmisión, pero también hay que abordar las especulaciones y los rumores que se extienden rápidamente, siembran la desconfianza y debilitan los esfuerzos para contener el virus. Ya tenemos una enfermedad que está rompiendo récords. No podemos permitirnos el lujo de que la desinformación también los rompa.
Fuente: elpais.com

sábado, 14 de marzo de 2020

Un médico afirma que el pánico ante el coronavirus es consecuencia del “acoso científico generado por la OMS”


Pablo Goldschmidt, un médico argentino que vive en Europa hace décadas, habló con Jorge sobre el coronavirus e indicó que el pánico es “injustificado”.



El virólogo argentino Pablo Goldschmidt habló sobre el avance del coronavirus. “Este virus es como cualquier otro respiratorio”, aseguró el médico.

Ante las medidas tomadas por los distintos países del mundo luego que la OMS definió al COVID-19 como una pandemia, Pablo Goldschmidt indicó que el número de contagios sólo demuestra que no se está cuidando de la gente y que la salud pública “es un negocio”.

Pablo Goldschmidt es un virólogo argentino doctorado en farmacología molecular en la Universidad Pierre y Marie Curie. Fue voluntario de la OMS, y trabaja en misiones humanitarias en África.

El médico aseguró que “hay un nuevo fenómeno que lo llamaría el acoso científico, en el cual todo un planeta está siendo acosado por noticias que crean pánico y terror, que se generan en Suiza en la OMS”.

El poder político sigue la consigna de la OMS. Esta gente dice que hay que cerrar aeropuertos y usted lo tiene que hacer porque sino no cumple con el consejo de esta autoridad que no tiene ningún tipo de discurso que se oponga”, manifestó Goldschmidt.

El virólogo consideró: “Nos resfriamos todos los años. La gente se resfría y puede toser. Hay seres humanos que están predispuestos a que un resfrío banal se transforme en una neumonía. Cuando una persona tiene neumonía hay que saber si la mando a la casa o si la interno”.

La salud como negocio

Desgraciadamente la salud cuesta“, aseguró Goldschmidt, quien añadió: “Este virus no es responsable de ningún tipo de enfermedad más grave de lo que ya conocemos. Pero está denunciando que hubo un abuso en la manera en que ciertas autoridades cortaron presupuesto de salud, sacaron servicios de terapia intensiva”.

En la misma línea, el virólogo explicó: “Estamos mal atendidos, mal cuidados. La salud pública no es un derecho constitucional, pero es un negocio. No se está teniendo en cuenta que hay que cuidar bien a la gente, a la gente mayor, a los fumadores, a los que están muy suprimidos, a la gente que está mal alimentada…”.

Esto no es para crear pánico, esto es un alerta para decir hay que cuidar más a la gente“, aseguró Goldschmidt. El médico también consideró que “todo esto se está inflando, se mete en burbujas y se habla de tasa de contagios, y no se compara con otros virus y con otros años. Yo no creo que sea más peligroso el corona que otros”.

Este virus es como cualquier otro respiratorio, que produce resfrío y gripe y a la gente mal atendida produce pulmonía. Y cuando la gente que atiende a la gente con pulmonía está mal formada y no tiene equipos, el paciente se le va a morir. Yo no me asusto, no creo en el concepto de pandemia. Hay que mostrar la realidad. La realidad es que estamos con un virus del resfrío que produce resfrío o gripe, que se puede complicar y que para la complicación hay que tener gente formada, bien equipada para atender”, concluyó Goldschmidt.


miércoles, 11 de marzo de 2020

Muchos países están tomando medidas nunca antes vistas para frenar el coronavirus. ¿Qué es el coronavirus? ¿Qué han aprendido los científicos?



Empecemos por el principio: ¿qué son los virus?

Los virus son "seres microscópicos" muy particulares: ni siquiera son "seres vivos" porque necesitan meterse dentro de las células para poder multiplicarse.
Necesitan la maquinaria de las células para hacer copias de sí mismos.

¿Por qué se les llama “coronavirus?

A esta familia de virus se les llama "coronavirus" por la forma que tienen. Mirados al microscopio electrónico, parece que tienen una especie de "corona solar" alrededor.

Mirad esta fotografía:


¿Es este el primer coronavirus que conocemos?

No. Este nuevo coronavirus es el séptimo coronavirus que conocemos que puede infectar a los seres humanos.
De los otros 6 coronavirus conocidos, hay 4 que causan enfermedades muy leves como resfriados.
(Los nombres de estos 4 coronavirus son: el HCoV-HKU1, el HCoV-NL63, el HCoV-OC43 y el HCoV-229E).
Muchos de vosotros ya habréis tenido alguno de estos coronavirus.
Sólo 2 coronavirus conocidos hasta ahora causaban enfermedades graves: el SARS CoV-1 y el MERS-CoV.
Fallecieron el 10% de las personas infectados por el SARS Cov-1, mientras que el MERS-CoV causa la muerte del 30% de los pacientes.

El nuevo coronavirus está compuesto simplemente por 3 elementos:
1) Material genético (su "manual de instrucciones" llamado ARN).
2) Unas proteínas útiles para "engancharse" a las células humanas.
3) Una envoltura de grasa (una membrana) que lo protege todo.



¿Y de dónde sale un nuevo virus?

Para saber "de dónde ha salido" el nuevo coronavirus, lo primero que podemos hacer es leer el material genético, el ARN del virus.
Son 30.000 "letras" (traducidas a ADN) como las que muestro aquí:


Conociendo el genoma del virus, hemos aprendido que se parece mucho a coronavirus que ya conocíamos en los murciélagos.

Aquí podéis ver "el árbol genealógico" del virus.

Aún no sabemos si saltó directamente de los murciélagos al ser humano o si pasó por algún otro animal.


¿Y es esto normal? ¿La mayoría de los virus pasan al ser humano desde los animales?

Sí. Mirad. Aquí tenéis desde qué animales han saltado los otros coronavirus que ya conocíamos.



¿Y qué enfermedad provoca este coronavirus?

La enfermedad tiene síntomas muy parecidos a la gripe: fiebre, tos, dificultad respiratoria.
Pero en los casos más graves, el paciente desarrolla una neumonía que en las personas mayores puede resultar mortal.


En algunos sitios escucho hablar de "COVID-19" y en otros de "SARS-CoV-2". ¿Cuál es la diferencia?

"SARS-Cov-2" es el nombre del virus.
"COVID-19" es el nombre de la enfermedad provocada por el coronavirus.

Son dos cosas diferentes.

El virus se transmite en las "gotillas" que echamos al estornudar o al toser.

Además, el virus también puede sobrevivir en las superficies. Cuando tocamos esas superficies y luego nos llevamos las manos a la cara, la boca o los ojos, podemos infectarnos.
Por esa razón es tan importante toserse en el codo, utilizar pañuelos de papel y lavarse las manos con frecuencia.

¿Cuánta aguanta el virus activo en diferentes superficies?

Depende mucho de la superficie y de las condiciones ambientales.
Aquí tenéis una tabla para diferentes coronavirus y diferentes superficies. Pueden aguantar entre unos pocos minutos y algunos días.


¿Cuál es el periodo de incubación desde que "pillas" el virus hasta que empiezas a sentir los primeros síntomas?

El periodo de incubación es de alrededor de 6 días, muy parecido a los otros coronavirus que ya conocemos.



¿Cuál es la tasa de letalidad del coronavirus por grupos de edad comparada con las gripes?

El nuevo coronavirus es la línea azul.
La lucha contra el coronavirus será, fundamentalmente, cuidar de nuestros mayores.



Si ya has pasado la enfermedad provocada por el coronavirus, ¿entonces ya eres inmune?

Eso parece. En su viaje a China, la OMS no encontró ningún caso de reinfección.
Y según un estudio recién publicado, los infectados q pasaron la enfermedad habían desarrollado anticuerpos.

¿Las mascarillas sirven para no infectarse por el coronavirus?

No. Las mascarillas sirven fundamentalmente para que las personas enfermas no vayan "esparciendo" en el aire o en diferentes superficies las "gotillas con el virus" cuando estornudan o tosen.

¿Tendremos pronto una vacuna?

No. Desarrollar una vacuna es un proceso que requiere mucho tiempo (normalmente varios años).

Tened en cuenta de que no sólo hay que "inventar un mecanismo" que funcione, sino que hay que hacer ensayos clínicos.
Cualquier nueva vacuna tiene que pasar ensayos que duran meses o años: para asegurarnos de que la vacuna no genera más problemas.
Imaginad una vacuna q genera un problema grave a 1 de cada 1.000 personas. Y esa vacuna se la pones a 100 millones de personas. Desastre total.
Por esas razones, para esta epidemia desgraciadamente no podremos contar con la ayuda de una vacuna.
En el futuro una vacuna será útil si el nuevo coronavirus se convierte en un virus endémico en el ser humano y "vuelve cada año" como la gripe.
Mientras se transmite, el coronavirus va sufriendo pequeñas "mutaciones" (los virus viven mutando todo el rato).
Así podemos comparar el genoma del virus de un enfermo con el de otro enfermo y descubrir cómo se propagó el virus.
Con esto se está haciendo un trabajo fascinante:



Mirad, esta es la proteína de "la punta" en la corona del coronavirus.

Esto es lo que utiliza el virus para "engañar" a las células humanas y meterse dentro.


Estudiar esta proteína del coronavirus será una de las claves para conseguir desarrollar una vacuna.
Importante: Tomando las medidas adecuadas SÍ es posible frenar la transmisión de coronavirus.

Mirad este gráfico de Corea del Sur.


Las barras verdes son los nuevos casos confirmados cada día. 
FUENTE: Principia Marsupia @pmarsupia (vía @HelenBranswell)


sábado, 7 de marzo de 2020

La Tierra primitiva pudo haber sido un mundo acuático




«Waterworld», la película de los 90 que hundió (en todos los sentidos) a Kevin Costner y probablemente el mayor fiasco del cine, mostraba un futuro postapocalíptico en el que la Tierra estaba completamente cubierta de agua. Si quitamos a los imitadores mojados de Mad Max y los gigantescos decorados de acero, quizás el filme no sea tan disparatado. ¡Al menos si se hace una precuela! Claro que habría que retrotaerse mucho en el tiempo. Una nueva investigación publicada en «Nature Geoscience» sugiere que nuestro planeta pudo ser un mundo acuático, sin ningún gran continente a la vista, hace unos 3.200 millones de años, cuando surgieron las primeras formas de vida.

Los investigadores Benjamin Johnson y Boswell Wing, de la Universidad de Boswell, estudiaron un sitio geológico llamado Panorama, ubicado en el interior del noroeste de Australia. En la actualidad el lugar está compuesto por colinas onduladas repletas de matorrales y cortadas por lechos de ríos secos. Pero ese secarral también es el lugar donde descansa de lado un trozo de corteza oceánica de hace 3.200 millones de años.

Por increíble que parezca, en el transcurso de un día, uno puede caminar a través de lo que solía ser la capa exterior dura del planeta, desde la base de esa corteza hasta los lugares donde el agua una vez burbujeó en el fondo marino por respiraderos hidrotermales.

Los investigadores lo vieron como una oportunidad única para obtener pistas sobre la química del agua del océano de hace miles de millones de años. «No hay muestras de agua oceánica tan antigua, pero sí tenemos rocas que interactuaron con esa agua y recordaron esa interacción», afirma Johnson.

Isótopos de oxígeno

Los investigadores analizaron datos de más de 100 muestras de rocas de todo el terreno seco. Buscaban, en particular, dos sabores diferentes, o isótopos, de oxígeno atrapados en la piedra: un átomo ligeramente más pesado llamado oxígeno-18 y uno más ligero llamado oxígeno-16.

La pareja descubrió que la proporción de esos dos isótopos de oxígeno pudieron haber estado un poco fuera del agua del mar hace 3.200 millones de años, con solo una pizca más de átomos de oxígeno-18 de lo que veríamos hoy. «Aunque estas diferencias de masa parecen pequeñas, son súper sensibles», asegura Wing.

El motivo, según el autor, es que las masas de tierra de hoy están cubiertas por suelos ricos en arcilla que absorben desproporcionadamente los isótopos de oxígeno más pesados del agua, como aspiradoras minerales para el oxígeno-18.

Zonas de tierra seca

El equipo teorizó que la explicación más probable para ese exceso de oxígeno-18 en los antiguos océanos era que simplemente no había continentes ricos en tierra para absorber los isótopos. Sin embargo, eso no significa que no hubiera zonas de tierra seca alrededor.

«No hay nada en lo que hayamos hecho que diga que no se pueden tener pequeños continentes que sobresalen de los océanos», señala Wing. «Simplemente no creemos que haya habido una formación de suelos continentales a escala global como la que tenemos hoy», subraya.

Esto lleva a los investigadores a preguntarse cuándo la tectónica de placas empujó los pedazos de roca que eventualmente se convertirían en los continentes que conocemos. Wing y Johnson no están seguros, pero planean explorar otras formaciones rocosas más jóvenes en sitios desde Arizona hasta Sudáfrica para ver si pueden detectar cuándo las masas de tierra comenzaron a «rugir». «Tratar de llenar ese vacío es realmente importante», dicen los investigadores. Los hallazgos también podrían ayudar a los científicos a comprender mejor cómo y dónde surgieron los organismos unicelulares por primera vez en la Tierra. Costner ya puede comenzar a planificar la precuela. Fuente: www.abc.es

viernes, 6 de marzo de 2020

El mapa de expansión del dengue coincide con el de la sojización y uso del glifosato.


Para quienes seguimos de cerca el desarrollo de los hechos ambientales argentinos, el hecho no pasó desapercibido y tratamos de llamar la atención respecto de ¿qué ocurriría si la especie a propagarse no fuera la perteneciente al Aedes común o al Culex ‘doméstico’ sino el temible Aedes aegypti, vector de la Fiebre Amarilla y el Dengue?. Incluso en 2007 y 2008 hubo casos de fiebre amarilla en Bolivia, Paraguay, Brasil y Norte argentino, que se adjudicó a viajeros provenientes de los países hermanos. En la oportunidad señalamos la equivalencia del mapa correspondiente a la invasión mosquitera, con el que la multinacional Syngenta llamaba de ‘la Repùblica Unida de la Soja’, es decir, la región comprendida por las zonas de Bolivia, Paraguay, Argentina, Brasil y Uruguay sembradas con el mágico poroto transgénico forrajero producido por Monsanto, y rociado abudantemente con su agraciado herbicida ‘matatodo’ glifosato, conocido como Round up, acompañado por sus compañeros de ruta, tales como el 24D, la Atrazina, el Endosulfán, el Paraquat, el Diquuat y el Clorpirifós, entre algunos otros.

En ese momento junto a otros ambientalistas del resto del continente señalamos la rara coincidencia de ambos mapas, mucho mas notable en el caso de la expansión de la epidemia de Fiebre Amarilla de 20072008 y de la epidemia de mosquitos ‘domésticos’ de 2008.

Así las cosas, preferimos suponer, que cualquier vinculación del raro fenómeno ambiental con la utilización masiva y descontrolada del glifosato y el área sojizada, no podía sino ser parte de una conspiración antimosnantiana o de mentes calenturientas que ven catástrofes ambientales por todos lados y no creen lo que dice la empresa multinacional o sus repetidoras de AAPRESID, la FFA, o Clarín Rural, respecto de la ‘absoluta inocuidad’ de los casi trescientos millones de litros de pesticidas arrojados por el complejo sojero sobre el ambiente agropapeano.

Pero.. que las hay, las hay..

Así llegamos a la epidemia de dengue de 2009 y ¡oh, casualidad¡, la misma vuelve a coincidir con gran parte del área sojera sudamericana, y se basa en una expansión desorbitada de la población de mosquitos. Cualquier profesor de Ecología o de Biología no empleado en una multinacional, o en un programa de investigación universitario financiado por ellas preguntaría, ¿es qué habrá desaparecido algún predador natural del mosquito? o ¿es que el mosquito habrá aumentado su fuente de alimentaciòn de manera desorbitante? Pues la primera es la pregunta correcta y por ende le corresponde la respuesta correcta, si es que el docente desea hacerse la pregunta, claro está.

El glifosato, la Atrazina, el Endosulfàn, el 24D, el Clorpirifos, el Diquat y el Paraquat, casualmente matan peces y anfibios sapos, ranas, escuerzos, etc. -es decir a los predadores naturales de los mosquitos, a los que consumen tanto en su estado larval como de adultos. Pero si esto es así cómo es que nadie lo advirtió…

Pero hay más, pues la cosa no es tan directa, sino multivariada y compleja como todos los fenómenos ambientales. Si bien la epidemia de dengue que sorpresivamente ha atacado a nuestro país, tiene su origen en la propagación de la epidemia que afecta a la hermana República de Bolivia, la misma tiene su causa principal en el calentamiento global que afecta a nuestro planeta, que al producir el aumento de las temperaturas mínimas y medias extiende las enfermedades llamadas tropicales, (paludismo, fiebre, amarilla, dengue, malaria y otras) hacia las regiones templadas, es decir la Argentina.

Esa es la razón principal de porqué volvió el dengue a nuestro país, el cual había sido eliminado durante los años cincuenta gracias a la encomiable labor del Dr. Ramón Carrillo. Sin embargo, cabe ubicar algunas otras relaciones causales del múltiple complejo ambiental que afecta a la expansión de una enfermedad como el dengue.

A las políticas de destrucción del Estado y sus controles aplicadas durante los noventa, que cesaron las fumigaciones preventivas, y a la falta de nuevos productos químicos para combatir al insecto vector Aedes aegypty, que las multinacionales del negocio agrotóxico no desarrollan debido a que según ellas ‘no es negocio, pues los países tropicales, principales destinatarios de los productos son malos pagadores’, debemos en el caso argentino sumar la tremenda expansión del área sojizada en Pampa Húmeda y extensas regiones del NEA y del NOA, lindantes con Bolivia, Brasil y Paraguay.

Así, la sojización mantiene una doble línea de influencia sobre la expansión del dengue. Por un lado el complejo de agrotóxicos utilizados para el sistema de la Siembra directa-sojaRR, se basa en el uso masivo de glifosato, endosulfán, clorpirifos, 24D, atrazina, paraquat, y otros pesticiadas. Todos poseen una fuerte acción devastadora sobre la población de peces y anfibios, predadores naturales de los mosquitos, transmisores del dengue y la fiebre amarilla.

Esto puede comprobarse por la casi desaparición de la población de anfibios en pradera pampeana y en sus cursos de agua principales, ríos, arroyos, lagunas y bosques en galería, así como el elevado número de peces que aparecen muertos en los mismos o por la aparición de los mismos con fuertes deformaciones físicas y con graves afectaciones en su capacidad reproductiva, como han informado reiterados estudios e investigaciones de diversas instituciones de Pampa Húmeda. Podríamos señalar sin exagerar que los anfibios –principales predadores de mosquitos y otros insectos son cosa del pasado en el territorio sojizado, arrasado por el cocktail de agrotóxicos utilizados por los productores en el sistema de Siembra Directa.

Un segundo elemento del relación entre la sojización y la epidemia de dengue, se ubica en la enorme deforestación producida en las áreas boscosas y de monte de las regiones del NEA y del NOA, lo cual destruye el equilibrio ambiental de esas regiones, liquidando el refugio y hábitat natural de los predadores de otros predadores de los mosquitos, permitiendo el aumento descontrolado de su población, tal como se viene comprobando en los últimos años, sólo que en este último correspondió a la población de Aedes aegypty y no al Aedes común o al Culex, como en años anteriores. El crecimiento desusado de la población de mosquitos es la causa principal de la expansión de la epidemia del dengue según señalan la mayoría de los especialistas y su relación con los agrotóxicos de la soja es casi directa.

Esta relación no es una relación causaefecto simple, sino parte de las cadenas concatenadas de fenómenos que caracterizan a los procesos ambientales, y que por lo mismo son en general difíciles de estudiar o de señalar, mediante una mirada simplista de la relación causaefecto, sin embargo es imposible negar la relación entre la destrucción de los predadores de los mosquitos que provoca la sojización por vía de los venenos que se usan para su cultivo, como por obra de la depredación de los montes y bosques nativos que produce su cultivo descontrolado, y por ende su responsabilidad central en la existencia de la actual epidemia de dengue. Una mancha más a cargar en el disparate sojero.


Por Alberto J. Lapolla, Ingeniero Agrónomo genetista e Historiador. Director del Instituto de Formación de la CMP