Los campos de concentración
de la “conquista del desierto"
Los sobrevivientes de la
llamada “Conquista del Desierto” holocausto argentino fueron “civilizadamente”
trasladados, caminando encadenados 1.400 kilómetros, desde los confines
cordilleranos hacia los puertos atlánticos. A mitad de camino se montó un
enorme campo de concentración en las cercanías de Valcheta, en Río Negro. El
colono Galés John Daniel Evans recordaba así aquel siniestro lugar: “En esa
reducción creo que se encontraba la mayoría de los indios de la Patagonia. (…) Estaban cercados por
alambre tejido de gran altura; en ese patio los indios deambulaban, trataban de
reconocernos; ellos sabían que éramos galeses del Valle del Chubut. Algunos
aferrados del alambre con sus grandes manos huesudas y resecas por el viento,
intentaban hacerse entender hablando un poco de castellano y un poco de galés:
‘poco bara chiñor, poco bara chiñor’ (un poco de pan señor)”.1
La historia oral, la que
sobrevive a todas las inquisiciones, incluyendo a la autodenominada “historia
oficial” recuerda en su lenguaje: “La forma que lo arriaban…uno si se cansaba por ahí,
de a pie todo, se cansaba lo sacaban el sable lo cortaban en lo garrone. La
gente que se cansaba y…iba
de a pie. Ahí quedaba nomá, vivo, desgarronado, cortado. Y eso claro… muy triste, muy largo
tamién… Hay
que tener corazón porque…
casi prefiero no contarlo porque é muy triste. Muy triste esto, dotor, Yo me
recuerdo bien por lo que contaba mi pobre viejo paz descanse. Mi papa; en la
forma que ellos trataban. Dice que un primo d’él cansó, no pudo caminar más, y
entonces agarraron lo estiraron las dos pierna y uno lo capó igual que un
animal. Y todo eso… a
mí me…
casi no tengo coraje de contarla. Es historia… es una cosa muy vieja, nadie la va a
contar tampoco, ¿no?...único yo que voy quedando… conocé… Dios grande será… porque yo escuché hablar mi
pagre, comersar…porque
mi pagre anduvo mucho… (…)”. 2
De allí partían los
sobrevivientes hacia el puerto de Buenos Aires en una larga y penosa travesía,
cargada de horror para personas que desconocían el mar, el barco y los mareos.
Los niños se aferraban a sus madres, que no tenían explicaciones para darles
ante tanta barbarie.
Un grupo selecto de hombres,
mujeres y niños prisioneros fue obligado a desfilar encadenado por las calles
de Buenos Aires rumbo al puerto. Para evitar el escarnio, un grupo de
militantes anarquistas irrumpió en el desfile al grito de “dignos”, “los bárbaros
son los que les pusieron cadenas”, en un emocionado aplauso a los prisioneros
que logró opacar el clima festivo y “patriótico” que se le quería imponer a
aquel siniestro y vergonzoso “desfile de la victoria”.
Desde el puerto los vencidos
fueron trasladados al campo de concentración montado en la isla Martín García.
Desde allí fueron embarcados nuevamente y “depositados” en el Hotel de
Inmigrantes, donde la clase dirigente de la época se dispuso a repartirse el
botín, según lo cuenta el diario El Nacional que titulaba “Entrega de indios”:
“Los miércoles y los viernes se efectuará la entrega de indios y chinas a las
familias de esta ciudad, por medio de la Sociedad de Beneficencia”.3
Se había tornado un paseo
“francamente divertido” para las damas de la “alta sociedad”, voluntaria y
eternamente desocupadas, darse una vueltita los miércoles y los viernes por el
Hotel a buscar niños para regalar y mucamas, cocineras y todo tipo de
servidumbre para explotar.
En otro articulo, el mismo
diario El Nacional describía así la barbarie de las “damas” de “beneficencia”,
encargadas de beneficiarse con el reparto de seres humanos como sirvientes,
quitándoles sus hijos a las madres y destrozando familias: “La desesperación,
el llanto no cesa. Se les quita a las madres sus hijos para en su presencia
regalarlos, a pesar de los gritos, los alaridos y las súplicas que hincadas y
con los brazos al cielo dirigen las mujeres indias. En aquel marco humano unos
se tapan la cara, otros miran resignadamente al suelo, la madre aprieta contra
su seno al hijo de sus entrañas, el padre se cruza por delante para defender a
su familia”.
Los promotores de la
civilización, la tradición, la familia y la propiedad, habiendo despojado a
estas gentes de su tradición y sus propiedades, ahora iban por sus familias. A
los hombres se los mandaba al norte como mano de obra esclava para trabajar en
los obrajes madereros o azucareros.
Dice el Padre Birot, cura de
Martín García: “El indio siente muchísimo cuando lo separan de sus hijos, de su
mujer; porque en la pampa todos los sentimientos de su corazón están
concentrados en la vida de familia”.4
Se habían cumplido los
objetivos militares, había llegado el momento de la repartija del patrimonio
nacional.
La ley de remate público del
3 de diciembre de 1882 otorgó 5.473.033 de hectáreas a los especuladores. Otra
ley, la 1552 llamada con el irónico nombre de “derechos posesorios”, adjudicó
820.305 hectáreas a 150 propietarios. La ley de “premios militares” del 5 de
septiembre de 1885, entregó a 541 oficiales superiores del Ejército Argentino
4.679.510 hectáreas en las actuales provincias de La Pampa, Río Negro, Neuquén,
Chubut y Tierra del Fuego. La cereza de la torta llegó en 1887: una ley
especial del Congreso de la Nación premió al general Roca con otras 15.000
hectáreas.
Si hacemos números,
tendremos este balance: La llamada “conquista del desierto” sirvió para que
entre 1876 y 1903, es decir, en 27 años, el Estado regalase o vendiese por
moneditas 41.787.023 hectáreas a 1.843 terratenientes vinculados estrechamente
por lazos económicos y/o familiares a los diferentes gobiernos que se
sucedieron en aquel período.
Desde luego, los que
pusieron el cuerpo, los soldados, no obtuvieron nada en el reparto. Como se
lamentaba uno de ellos, “¡Pobres y buenos milicos! Habían conquistado veinte
mil leguas de territorio, y más tarde, cuando esa inmensa riqueza hubo pasado a
manos del especulador que la adquirió sin mayor esfuerzo ni trabajo, muchos de
ellos no hallaron –siquiera
en el estercolero del hospital–
rincón mezquino en que exhalar el último aliento de una vida de heroísmo, de
abnegación y de verdadero patriotismo”.5
Los verdaderos dueños de
aquellas tierras, de las que fueron salvajemente despojados, recibieron a modo
de limosna lo siguiente: Namuncurá y su gente, 6 leguas de tierra. Los caciques
Pichihuinca y Trapailaf, 6 leguas. Sayhueque, 12 leguas. En total, 24 leguas de
tierra en zonas estériles y aisladas.
Ya nada sería como antes en
los territorios “conquistados”; no había que dejar rastros de la presencia de
los “salvajes”. Como recuerda Osvaldo Bayer, “Los nombres poéticos que los
habitantes originarios pusieron a montañas, lagos y valles fueron cambiados por
nombres de generales y de burócratas del gobierno de Buenos Aires. Uno de los
lagos más hermosos de la Patagonia, que llevaba el nombre en tehuelche de “el
ojo de Dios”, fue reemplazado por el Gutiérrez, un burócrata del ministerio del
Interior que pagaba los sueldos a los militares. Y en Tierra del Fuego, el lago
llamado “Descanso del horizonte” pasó a llamarse “Monseñor Fagnano”, en honor
del cura que acompañó a las tropas con la cruz” 5.
Referencias:
1 Walter Delrio, “Sabina
llorar cuando contaban. Campos de concentración y torturas en la Patagonia”,
ponencia presentada en la Jornada: “Políticas genocidas del Estado argentinos:
Campaña del Desierto y Guerra de la Triple Alianza”, Legislatura de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, Poder Autónomo, Buenos Aires, 9 de mayo de 2005.
Citado por Fabiana Nahuelquir en “Relatos del traslado forzoso en pos del
sometimiento indígena a fines de la conquista al desierto”, publicado en
http://www.elhistoriador.com.ar/…/sometimiento_indigena_con….
2 Testimonio recogido en
Perea Enrique: “Y Félix Manuel dijo”, Fundación Ameghino, Viedma, 1989. Citado
por Fabiana Nahuelquir, op. cit.
3 El Nacional, Buenos Aires,
31 de diciembre de 1878.
4 Álvaro Yunque, Historia de
los argentinos, Buenos Aires, Anfora, 1968.
5 Manuel Prado, La guerra al
malón, Buenos Aires, Eudeba, 1966.
6 Osvaldo Bayer, “Rebelde
amanecer”, Buenos Aires, Página/12, 8 de noviembre de 2003.
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Fuente:
www.elhistoriador.com.ar