lunes, 17 de agosto de 2015

Las inundaciones, la soja, la política y el gran bonete.


La Pampa húmeda está bajo agua. Hoy y ayer tuvimos que escuchar a AAPRESID, la asociación de productores por siembra directa, saliendo a desmentir que esa metodología de cultivo sea la causante de las inundaciones. Yo, en su lugar, haría silencio. Salir a contestarle a un intendente desesperado no parece atinado ni sabio. Más aún cuando -les guste o no a los productores- se es parte del problema. Para colmo, las palabras del funcionario le vinieron como anillo al dedo a quienes quieren justificar lo injustificable desde los escritorios donde se planifica el país: la culpa ahora es de un método de siembra.

Ni una cosa ni la otra. Sería tan bueno, por una vez, salir de esta insoportable antinomia gobierno-antigobierno, que ya reedita la época de la 125, con toda la cantidad de consignas golpistas repetidas por periódicos de una parte y con toda la sarta de idioteces que gobernantes con altísimas responsabilidades dijeron por otra, repetidas como por loros en ciertos pasquines por toda la geografía argentina.

Yo pregunto a los presentes, diría Viglietti (total, de desalambrar se encargaron los pooles de siembra): ¿Alguien, algún abuelo, un diario antiguo recuerda a todo el pueblo de Sandford tapado por el agua? Yo no conozco noticia sobre el tema en los últimos cien años al menos.

A ver, es cierto que en los pueblos se impermeabiliza cada vez más los suelos. Pero la masa de agua que tapó Sandford no viene por el asfalto creciente de esa localidad. ¡Viene del campo!

¿Entonces, qué pasó? ¿La desidia de los políticos, que no hacen los canales? Hace tiempo que sabemos que haciendo canales trasladás el problema (el agua) de un lado a otro, y el problema sigue. Pero la pregunta es: ¿y antes qué? ¿Estaban hechos los canales? ¿Porqué las inundaciones son ahora, si esta cantidad de agua se repite en ciclos de 11 años?  ¿Entonces?

¿A quién diablos le podemos echar la culpa, a San Pedro?

Las culpas, me parece, están repartidas, pero la piñata se la lleva el modelo productivo que adoptamos en nuestro país. No los productores, el modelo. ¿Se entiende? Ah, pero a este modelo lo quieren todos: el gobierno, los productores, especialmente los grandes, y también los medianos, y hasta los chicos también, qué joder. ¿De qué vamos a vivir?

Bueno, es un buen momento para preguntárnoslo.

Vamos cascote por cascote.

La siembra directa es un método que evita la remoción del suelo. Cuando al suelo lo "dabas vuelta" con el arado, quedaba expuesto al impacto de las lluvias y se impermeabilizaba su superficie, de tal manera que el agua caída se deslizaba por ella engrosando canales y pequeñas lagunas que se formaban en los bajos. Ahora, clavando profundo la sembradora en un suelo sin remover, se siembra sin necesidad de pasar arados, discos y escardillos, herramientas que combatían las malezas.

¿Y qué pasa con los yuyos entonces? ¿Crecen, se multiplican y ahogan la soja? No, m'hijito: a los yuyos ahora se los puede matar con glifosato, que no mata la soja, se le puede aplicar arriba sin que la planta lo "sienta".

Entonces no hay que cambiar la bocha. Mostrar fotos de un suelo cubierto de rastrojos de maíz y yuyos como la imagen de las bondades de la siembra directa y decir que ese suelo va a retener con sus poros el agua de lluvia no es hacer honor a la verdad. Debería mostrarse la liza superficie de un suelo post-cosecha de soja y mostrar, además, que a veinte, treinta centimetros, el suelo no es capaz de retener agua.

Es así: lo des vuelta o no lo des vuelta, el suelo al que no se le aporta materia orgánica no retiene suficiente agua como para evitar grandes desplazamientos después de las lluvias.

Todos somos cómplices de esta gran "avivada argentina": los productores, porque quien más, quien menos, prefirieron ser rentistas y dejar que los pooles de siembra se ocupen de sus campos; y aunque ahora retomen la producción, el daño está hecho y siguen prefiriendo la seguridad de la soja. Los grandes productores, que no hicieron más que absorber ávidos los campos de los pequeños productores que, rendidos por tener mucho en contra, dejaron la actividad. Y el gobierno que debe programar las políticas agropecuarias necesarias para que deje de desaparecer el monte, el maíz, el trigo, las pasturas, los tambos, la ganadería y las economías regionales, a expensas de nuestro becerro de oro verde: doña Glicine max.

Porque en algo acierta AAPRESID en su defensa a la siembra directa: no es ella sino el monocultivo el que deteriora los campos. Pero tengo la sensación de que esta entidad se ha convertido de pronto en una especie de organización científica que sólo defiende un método de siembra. Como si no hubiera sido en todo estos años la representante de la siembra de soja en Argentina. Hicieron lobby, investigaciones y congresos para la promoción del cultivo de la soja RR y los agroquímicos asociados. Sabiendo que es imposible aplicar siembra directa sin una batería de químicos que permitan controlar las malezas.

En los tiempos en los que no se tapaban los pueblos con agua, ¿cómo se producía?. Con rotación, amigos, con rotación.

Esto comenzó en 1996, cuando el menemista Felipe Solá autorizó entre gallos y medianoche la producción de la primera soja resistente a glifosato en Argentina, sin las pruebas necesarias para prever las consecuencias. Que, sabíamos ya entonces, no iban a ser solamente la contaminación con químicos, sino profundamente ecobiológicas: malezas, bichos y enfermedades resistentes, impermeabilización de suelos.
Antes de la soja "RR", que redujo notablemente los costos de producción de la oleaginosa, se producía rotando los cultivos. Ahí sí había cobertura para que la lluvia no dejara los campos asfaltados. Se sembraba pastura para el tambo o el engorde de vacunos, se rotaba una parte del campo cada año con maíz, se hacía descansar una parte del año los lotes. Todo pasó al olvido: la carne se produce en corrales, los tambos pequeños desaparecieron, el trigo sigue en picada. Y sembramos soja.

¿Y para qué es la soja? Para su mesa, señora? No, señor. no. A la mesa no llega la soja. Y si llega, no la coma por favor.

La soja que producimos tiene harina que va a engordar animales a europa y china y aceite que va a producir combustible. En nuestros suelos no producimos comida para humanos. Aquéllos profesionales que abrazaron la agronomía para combatir el hambre en el mundo deberían replantear su mirada. Por este lado no es.

¿Quién tiene dudas de que este modelo productivo no nos lleva a ningún lado? La producción de alimentos, lo dice cada vez con más insitencia la ONU, debe provenir de cultivos agroecológicos locales. Es mentira (¡sí, mentira!) que no es posible producir alimentos a escala comercial sin químicos. Y además, con los beneficios de un suelo con cobertura verde. Algo que cada vez es más raro en nuestra pampa húmeda. Rodeemos las ciudades de nuestra zona núcleo con grandes cinturones verdes agroecológicos, ahí donde ahora no está permitido fumigar con agroquímicos y no sólo combatiremos las inundaciones sino que ganaremos en seguridad alimentaria para nuestros pueblos.

Hace veinte años que se viene imponiendo el monocultivo de soja en Argentina. El gran responsable de ello, tal como dijo la Ing. Giraudo, es el gobierno que jamás implementó políticas que den una ventaja comparativa a otros cultivos frente a la soja. Pero siguen en las responsabilidades los productores, principalmente los grandes, los Grobo, El Tejar, AAPRESID, AACSoja, esos que en su conveniencia se han callado frente a la ausencia de estas políticas nacionales. Curiosamente, el gobierno se codea con ellos: prefiere acordar con grandes antes que tratar con cientos de miles de productores agropecuarios pequeños que, justamente, eran la garantía contra el monocultivo. Y por eso vienen desapareciendo. Y con ellos, las acciones que preservaban nuestro entorno inmediato de estos desastres que, lamentablemente, recién están empezando a aparecer. Fuente: lavanguardiadigital.com.ar

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