martes, 26 de enero de 2016

La participación de los vecinos y el arbolado urbano en los barrios

Por Ing. Agr. María del Carmen Echenique
Prof. de la Cátedra de Parques, Jardines y Floricultura de la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional del Comahue

Mientras que en algunos vecinos se observa una preocupación importante en mejorar su entorno y aspectos que hacen a su calidad de vida, entre los que el arbolado de calles y avenidas ocupa un lugar importante, otros desconocen el rol social que el arbolado cumple, no lo conciben a escala de la ciudad e ignoran el carácter integrador que este puede aportar a su barrio, no le reconocen valor como generador de un ambiente agradable en la vereda, que invite al encuentro entre vecinos y que favorezca la vida social del barrio.

En la mayoría de nuestras ciudades se observan barrios desiertos en los que el árbol está casi ausente o, en los que aún estando, se halla representado por individuos que no reciben riego, mutilados, sobreviviendo en espacios reducidos o afectados por plagas. Es decir que numerosos problemas impiden que los árboles de vereda cumplan el rol que se espera de ellos.

La situación que se plantea revela planes de actuación erróneos, desconocimiento de las funciones que el árbol cumple, del manejo que debe recibir en el ecosistema urbano y el rol poco participativo que asume la comunidad.

Se considera que nuestro accionar como ciudadanos será distinto a partir de tener un acabado conocimiento del efecto benéfico que ejercen los árboles en el ambiente urbano y en las veredas de nuestros barrios.

En una ciudad como Mendoza, ejemplo en nuestro país del tratamiento que deben recibir las arboledas públicas ya el 26 de septiembre de 1883 se establecía tal como aparece en una publicación de esa Municipalidad (Municipalidad de la Ciudad de Mendoza, 1998) que “Los que destruyan los árboles de las calles, plazas y otros paseos públicos o los dejen morder por animales, son responsables del año…” Quienes así lo hicieran deberán reponer el árbol y pagar una multa”. El resultado de esta preocupación mantenida a lo largo de los años ha llevado a que Mendoza en el año 1998 disponga de 48000 ejemplares de distintas especies, lo cual equivale a un bosque de 300 Has (Municipalidad de la Ciudad de Mendoza, 1998) con el consiguiente efecto sobre la calidad de vida de sus habitantes.

En este sentido cabe consignar que diversos autores han desarrollado este tema en distintas publicaciones: Decourt, 1978; Fundación Biosfera y FCAyFUNLa Plata, 1995; Ros Orta, 1996. Estos coinciden en que el árbol de alineación es un elemento esencial por su valor como mejorador de la calidad del medio ambiente, como elemento estético que forma parte de la expresión del paisaje urbano; en el plano psicológico y social, por tener una acción sedante y calmante sobre el hombre e invitar a la reunión bajo sus copas y desde el punto de vista patrimonial, por su longevidad, se convierten en testigos vivientes de la historia.

Durand, R (1998) afirma que el entorno de muchas ciudades y barrios periféricos suelen ser torres de viviendas que no son más que muros de cemento sin árboles donde la gente vive en un ambiente inhumano, sosteniendo que el hombre no puede vivir sin el elemento vegetal y que esto contribuye a la explosión social.

Cambiar la situación actual, mejorar las condiciones del arbolado urbano requiere de la participación de todos, así lo expresa Roberto Mulieri (2002) quien considera que los nuevos paisajes urbanos o rurales, o de la interfase urbano rural, deben ser planificados como fruto de procesos democráticos participativos desterrando todo modelo burocrático administrativo, para sí plantear proyectos que valoricen los recursos naturales, humanos y culturales, haciendo posible la sustentabilidad de los mismos y generando espacios que favorezcan el encuentro social y estimule la solidaridad.

También Sonia Berjman (sonia.berjman@fibertel.com.ar) (2002), como historiadora urbana e investigadora del Conicet, se manifiesta en este aspecto reconociendo que en nuestras ciudades derivadas de la cultura española, árabe e indígena, se usaba la calle como un espacio de encuentro entre vecinos, en el que los chicos jugaban a la pelota, a la rayuela, andaban en bicicleta a la sombra de los árboles.



Hoy los chicos en muchas ciudades ya no viven la vereda, las relaciones sociales entre vecinos han ido desapareciendo. Sostiene que los problemas de seguridad han hecho que la calle y aún la plaza del barrio hallan ido perdiendo sentido y que la solución debería pasar por hacer que las plazas y las calles dejen de ser tierra de nadie y vuelvan a ser  tierra de todos, para lo cual por sobre todo hace falta educar.

Si bien es responsabilidad de los poderes locales proteger el patrimonio arbóreo de las ciudades y velar por su correcta gestión, al mismo tiempo la protección de este  patrimonio por los ciudadanos contribuye a desarrollar  el sentimiento de pertenencia y el compromiso de éstos respecto de su propia comunidad, a la vez que la colaboración entre el sector público y los habitantes de las ciudades constituye un componente importante del crecimiento y desarrollo armónicos de éstas.

Generar espacios de trabajos compartidos es nuestra responsabilidad, la de los poderes locales, la de la Universidad, la de las asociaciones no gubernamentales, la de las juntas vecinales. Todos aprendemos con este modo de trabajo a enfrentar y resolver conflictos, a respetar la diversidad, a descubrir capacidades propias, a establecer redes de participación.

Avanzar en este sentido, uniendo esfuerzos será avanzar en una sociedad más sostenible fundada en el respeto hacia la naturaleza, según lo expresado en la Carta de Río o carta de la Tierra 1997: ”La capacidad de la recuperación de la comunidad de vida y el bienestar de la humanidad dependen de la preservación de una biosfera saludable y de nuestra comprensión del significado de sustentabilidad”.

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