Susan George, 04 Octubre 2016
El
geocidio es la acción colectiva de una única especie, de entre millones de
otras especies, que está cambiando el planeta Tierra hasta el punto de que
puede volverse irreconocible e incapaz de albergar vida.
Susan George dictó esta conferencia en un
seminario del Centro Internacional para la Promoción de los Derechos Humanos
(CIPDH) y la UNESCO, titulado “Conciencia:
Diálogo Interreligioso, Intercultural y Cambio Climático” y organizado en
Buenos Aires del 1 al 2 de septiembre de 2016.
Me llama la atención que todas
las religiones tengan sus peregrinajes, ya sea a la Meca, a Santiago de
Compostela, el lugar de la iluminación de Buda en la India, las ciudades
sagradas hindúes de la India o los lugares sagrados de Jerusalén. Las personas
que parten en estos peregrinajes de fe habitualmente buscan la redención o la
salvación, la iluminación, la sanación o la concesión de un deseo especial.
Nuestro peregrinaje común es de
una naturaleza muy distinta. No buscamos bendiciones personales sino la
salvación y la esperanza para todas las personas y para nuestro hogar, la
Tierra. Todos se hallan bajo una terrible amenaza. Nos hemos embarcado en este
viaje porque somos conscientes de que la humanidad nunca se ha encontrado en
mayor peligro que en este momento.
Intento no hablar de “salvar el planeta”. Sea lo que sea que
hagan los seres humanos, el planeta seguirá rotando sobre su eje y orbitando
alrededor del Sol como lo ha hecho durante unos cuatro mil millones y medio de
años. El planeta Tierra, al que consideramos “nuestro”, no es realmente “nuestro”.
Podría seguir perfectamente, aun totalmente alterado, moviéndose en su camino
predefinido sin nosotros. De hecho, se podría argumentar que, como los llamados
“ecologistas profundos”, el planeta
estaría mucho mejor sin nosotros, ya que estos enfatizan que los humanos somos
la especie más depredadora, derrochadora y destructiva que jamás ha pisado la
Tierra en estos cuatro mil millones y medio de años.
No estoy aquí para promover la
perspectiva de la ecología profunda. Estoy aquí para presentar y definir lo que
yo considero un nuevo fenómeno en la historia de la humanidad. Lo llamo el “geocidio”. El geocidio es la acción
colectiva de una única especie, de entre millones de otras especies, que está
cambiando el planeta Tierra hasta el punto de que puede volverse irreconocible
e incapaz de albergar vida. Esta especie está cometiendo geocidio contra todos
los componentes de la naturaleza, ya sean organismos microscópicos, plantas,
animales o incluso la propia humanidad, los Homo sapiens.
El Homo sapiens solo ha existido
durante unos 200.000 años. El tiempo que hemos habitado este planeta, comparado
con su edad total, es infinitesimalmente corto, apenas una fina lámina de
tiempo geológico. Supone un mero 0.00004 por ciento de la existencia de la
Tierra. Y pese a que cualquier especie, ya sea planta o animal (vertebrada o
invertebrada), tiende a durar de media unos diez millones de años, nuestra
especie parece determinada a causar su propia extinción, junto al resto de la
creación, mucho antes de su hora prevista. La muerte de una especie entera es,
en términos geológicos, un suceso común. Algunas extinciones son espectaculares
(pensad en los dinosaurios), la mayoría son desapariciones silenciosas que
apenas dejan rastro. Algunas especies habrán desaparecido para siempre en el
tiempo entre que hemos llegado a este seminario y cuando salgamos. Los
científicos dicen que la “tasa natural”
de extinción es aproximadamente mil veces mayor que la media y algunos han
comenzado a llamar a nuestra era “la
sexta gran extinción”. La anterior, la extinción del Pérmico, ocurrió hace
unos 250 millones de año. Cerca del 95% de las especies de la Tierra fueron
aniquiladas, probablemente debido a que la actividad volcánica y las altas
temperaturas causaron grandes emisiones de metano desde los océanos.
Las especies desaparecen
masivamente porque no pueden adaptarse con suficiente rapidez a condiciones
rápidamente cambiantes. Algunas, incluidos los humanos, se pueden adaptar a una
amplia variedad de entornos y diversidad de temperaturas, desde Siberia o
Groenlandia hasta Pakistán o el Sahel, pero ninguna especie es infinitamente
adaptable y todas tienen sus límites.
La nuestra es la única especie
entre millones que ha recibido el don de la lengua, habilidades de creación de
herramientas y sobre todo la conciencia, la capacidad para la imaginación, el
pensamiento y la espiritualidad. Aun así, el fin de nuestra propia existencia
parece estar fuera de nuestra capacidad de comprensión colectiva: es demasiado
terrible y demasiado definitiva para nuestra consideración. La extinción no nos
puede suceder a nosotros: los humanos somos demasiado brillantes
tecnológicamente, podemos encontrar la solución a cualquier problema, somos los
amos de la creación y no podemos fracasar, y mucho menos desaparecer. Hemos
sido testigos de episodios horribles de asesinatos masivos en nuestras propias
vidas y, como hemos reconocido este horror, podemos nombrarlo. Todas las
lenguas han sido obligadas a añadir esta palabra terrible, “genocidio”, a sus vocabularios.
¿Somos siquiera capaces de
imaginar, ya no digamos admitir, que también somos capaces de cometer geocidio?
En mi mente, este término va más allá del “ecocidio”
que hasta ahora parece limitado a entornos o puntos geográficos concretos como
la devastación de un bosque o la polución masiva de, digamos, el Golfo de
México. El geocidio es, lamentablemente, algo más general: es un asalto masivo
contra la naturaleza de la que solo somos una parte, contra toda la vida
terrestre y contra la creación, así como la completa negación de los derechos
humanos: yo sostengo que este acto de destrucción definitiva está en marcha y
que necesitamos un nombre para él. Sin un nombre, no tenemos concepto y sin
concepto no podemos combatirlo. Por eso busqué una nueva palabra.
Puede que penséis que soy
alarmista. Dejadme contaros unos pocos de los más recientes hallazgos
científicos relativos a la velocidad y avance del cambio climático. La mayoría
son derivados del reciente State of the Climate Report (Informe sobre el Estado
del Clima) dirigido por la Administración Oceánica y Atmosférica de los Estados
Unidos de América (NOAA, por sus siglas en inglés). Se basa en las
contribuciones de cientos de científicos de 62 países.
En 2015, se establecieron nuevos
registros en las temperaturas, la subida del nivel del mar y sucesos de clima
extremo. Como en 2014, 2015 ha sido el año más caliente registrado y 2016
probablemente volverá a batir ese récord. Los océanos no pueden absorber todos
los gases de efecto invernadero que estamos produciendo y que producen un
calentamiento veloz. El año pasado, el Pacífico Oriental estuvo dos grados más
caliente y el Océano Ártico alcanzó un récord de ocho grados más que en medias
históricas. La capa de hielo marítima del Ártico fue la más baja desde que los
satélites empezaron a medirla hace 37 años. El calentamiento oceánico está
causando un gran florecimiento de algas tóxicas que se propagan por el Pacífico
noroccidental y hasta la costa de Australia, matando corales, peces, aves y
mamíferos. Científicos y periodistas han inventado el término “olas de calor
marinas”. Las especies marinas del Ártico están luchando por adaptarse a las
grandes migraciones de competidores atraídos por las aguas cálidas y por
comerse la cantidad limitada de comida. Si el hielo de Groenlandia se derrite
por completo, su desaparición hará subir los niveles marinos unos sorprendentes
siete metros. El año pasado, la mitad de su superficie se estaba deshaciendo.
También debemos esperar altas
tasas de muertes humanas debido a más inundaciones, más sequías, más incendios
forestales y más tormentas violentas, así como más personas desplazadas y más
refugiados climáticos en busca de un hogar habitable. La escasez de comida y
agua, especialmente para las decenas de millones que dependen de los glaciares
para su suministro de agua, también será más común. Algo de lo que se comenta
menos, aunque están muy presentes en el pensamiento de estrategas militares
como los del Pentágono, son el esperado aumento de la inestabilidad política,
las hostilidades, los llamados “Estados
fallidos”, y los conflictos armados abiertos. Los expertos reconocen ahora
que la guerra en Siria se debió en parte a la larga sequía en sus regiones de
cultivo de trigo.
El cambio climático no es
aritmético: en otras palabras, 1+1+1+ no necesariamente supone una bonita línea
recta en un gráfico. El cambio es exponencial, lo que implica que cada aumento
en calor puede provocar mayores aumentos. A esto se le llama “retroalimentación positiva” y puede
continuar hasta que el cambio climático “fuera
de control” llegue y se vuelva imparable. Entre los ejemplos más
espeluznantes en este momento se encuentra el derretimiento del permafrost en
Siberia y Alaska. Se estima que unos 1.400 miles de millones de toneladas están
aprisionados en este permafrost y el gas metano es veinte veces más poderoso
que el CO2. Dependiendo de lo rápido que el permafrost se derrita, esta reserva
colosal de gases de efecto invernadero podría provocar un cambio climático
irreversible y tendría lugar geocidio. Incluso los ricos, que son propensos a
considerarse completamente exentos de las leyes de la naturaleza, no podrían
escapar de las consecuencias.
Puede que ya hayamos pasado el
punto de no retorno. Pero puesto que nadie lo sabe con toda seguridad, debemos
actuar como si aún tuviéramos una oportunidad de aturar y revertir el cambio
climático. Las personas presentes en este seminario son extremadamente
diversas, pero todos nosotros somos serios y estamos bien informados,
profundamente preocupados por el cambio climático, los derechos humanos y,
frecuentemente, con las dimensiones espirituales de la vida. Por tanto, también
hemos elegido resistir en contra y hacer tanto como podamos para asegurarnos de
que la aventura humana puede continuar.
Pero me llama la atención
precisamente porque, aunque personas serias, pensativas y éticas ya han tomado
su decisión, pueden tener una dificultad particular a la hora de aceptar que no
todo el mundo comparte su ética o su compromiso. Haceos esta pregunta: ¿tendéis
a pensar que los riesgos del cambio climático saltan tan a la vista y son tan
universales que todas las personas normales deben necesariamente apoyar los
mismos objetivos que vosotros? ¿Creéis, por ejemplo, que, puesto que tenemos la
tecnología, el conocimiento y el dinero para hacer la gran transición a un
mundo libre de combustibles y basado en la energía renovable, aquellos que no
comparten nuestro sentido de la urgencia simplemente están desinformados? ¿Que
solo necesitan más información y mejores explicaciones?
Si pensáis eso, debo asumir el
riesgo de ofenderos. Para ser tajante, temo que esa visión es totalmente
errónea. Sin lugar a dudas, aún existen personas que no conocen los peligros
del cambio climático, pero esas no son las personas al cargo de los asuntos
mundiales.
No. El problema real es que nos
enfrentamos a adversarios decididos y bien organizados que no se preocupan en
absoluto de los derechos humanos o del cambio climático; que se reirían ante la
simple mención del geocidio. Solo quieren una cosa: que todo siga como hasta
ahora en un mundo en que puedan acumular una interminable cantidad de dinero
usando todos los recursos disponibles, sin importar los costes para la
naturaleza y la vida humana. A menos que aceptemos esta realidad y nos
enfrentemos a estos adversarios, así como a las organizaciones públicas y
privadas a las que sirven, mucho me temo que no tenemos oportunidad alguna de
prevenir el geocidio.
Los enemigos reales existen. No
les afectarán los argumentos racionales, la exhortación, la plegaria ni el
ejemplo moral. Enfrentarse a ellos se hace más difícil aún porque ocupan
posiciones prestigiosas y de poder, y pueden intimidar a aquellos que intenten
detenerles. En este punto, puede resultar útil citar las palabras del
historiador británico del siglo XIX Lord Acton. Él escribió, memorablemente,
que “el poder corrompe y el poder
absoluto corrompe absolutamente”. Y añadió que “los grandes hombres son casi sin excepción malos hombres…” El poder
corrompe porque permite a las personas, instituciones o gobiernos imponer su
voluntad y dar forma al mundo para que encaje con sus intereses inmediatos. En
el pasado, esto se hacía con la guerra, y así otro gran pensador del siglo XIX,
el estratega militar Karl von Clausewitz, define la guerra como “un acto de violencia para forzar al
adversario a actuar según nuestra voluntad”.
Combinad a Clausewitz y Acton,
situadlos en el siglo XXI y podréis definir el poder como la capacidad de
imponer la voluntad de cualquier sistema al que sirva esa persona poderosa.
Hoy, los poderosos en las esferas pública y privada, particularmente dominantes
en los países occidentales, sirven a los intereses de un sistema capitalista
avanzado en el que corporaciones transnacionales gigantescas son actores
políticos importantes. A menudo, estas empresas de petróleo, gas o carbón, así
como sus bancos, son más ricos y más poderosos que muchas docenas de Estados.
Su objetivo, como dice Clausewitz, es forzar a todo el mundo a “actuar según su voluntad”. Las
corporaciones no quieren ni necesitan emplear el conflicto armado abierto ni
métodos brutales. Están provistas de un personal extremadamente bien pagado y
altamente recompensado por servir a sus objetivos. Cualquiera que rechace
sacrificar la ética personal para conseguir el objetivo de mayores beneficios e
influencia no permanecerá como empleado por mucho tiempo.
Estos ejecutivos están
satisfechos con vivir en un mundo cortoplacista y hoy todos nosotros estamos
obligados a vivir en él, incluso aunque sabemos que la perspectiva a largo
plazo es vital para alcanzar a comprender conceptos como “cambio climático
fuera de control” o “geocidio”. El
liderazgo de las grandes corporaciones de combustible fósil y bancos es elegido
por su disposición a sacrificar cualquier valor que sea necesario para alcanzar
el objetivo de mayores beneficios. Ningún presidente corporativo tiene el poder
de cambiar esto. Todos saben que sus posiciones individuales dependen de seguir
las reglas; ellos sirven a sus instituciones, a las que nuestros gobiernos nacionales
protegen, promueven y obedecen con tanta frecuencia. Denunciar, destituir y
sustituir a personas no es la cuestión. Para ellos, el futuro de la humanidad y
el destino de la Tierra tampoco son la cuestión, desafortunadamente.
Debemos luchar para mantener los
combustibles fósiles bajo el suelo y la única fuerza que puede contener a las
corporaciones es la fuerza de la ley. La ley solo cambiará bajo la influencia
de una opinión pública fuerte y bien organizada. Necesitamos el compromiso de
personas como vosotros, que sois líderes y podéis influenciar a grandes
segmentos de la opinión pública para crear presión. Necesitamos
desesperadamente esa presión sobre los gobiernos para obligarles a actuar
enérgicamente y enfrentarse al poder corporativo.
Tal vez penséis que estoy
realizando acusaciones generales. Para concluir esta conferencia, dejadme
hablar brevemente sobre algunas de las estrategias corporativas orientadas a
obtener una mayor libertad y mayores beneficios. Puesto que nos queda poco
tiempo, voy a dejar de lado los detalles sobre el poder de las empresas más
grandes y ricas del mundo. También dejaré de lado los sectores del transporte
terrestre y aéreo, así como las empresas, especialmente situadas en el Sur,
involucradas en la desforestación masiva. Las empresas involucradas pueden ser
públicas o privadas. Esta es mi breve selección de influencias corporativas
poco conocidas sobre el aumento del cambio climático.
Lobbies
El uso corporativo de los lobbies
ha crecido exponencialmente estas últimas décadas. Los lobbies son ahora una de
las principales industrias de servicios, con muchos miles de millones de
dólares. Se pueden distinguir tres tipos: el primero es el más simple y
directo: empresas individuales contratan personal interno de publicidad,
comunicaciones y relaciones públicas para presentar su mejor cara y
perspectiva, no solo para mejorar las ventas sino también para influir sobre la
opinión pública, los líderes de opinión, los medios y los gobiernos. Ejemplo:
una gran empresa de petróleo como BP decide renovar su imagen como “empresa energética” aunque el 98 por
ciento de sus actividades consiste en combustibles fósiles y las fuentes
renovables apenas suponen una mínima parte.
Segundo: las empresas promueven
la denegación del cambio climático. Por ejemplo, Exxon-Mobil aprendió hace casi
cuarenta años de sus propios científicos que el cambio climático es una
realidad peligrosa, pero aun así ha seguido gastando millones para financiar a
“think-tanks” y científicos corruptos
cuyo único trabajo es aportar argumentos y propaganda, supuestamente
demostrando que el cambio climático es inexistente o no es nada de lo que haya
que preocuparse. Cuantos más negadores del cambio climático puedan crear, más
tiempo pueden obstruir que la legislación controle su comportamiento. Los
lobistas saben que suele bastar con crear la suficiente duda y ya han tenido un
éxito brillante en los Estados Unidos. Aquí, según encuestas recientes, una de
cada cuatro personas duda de, o niega, la realidad del cambio climático. Ningún
candidato republicano a un cargo público, incluyendo a Donald Trump, se arriesgará a decir en público que el cambio
climático existe: estamos hablando del país que, como sabéis, es con diferencia
el mayor emisor por cápita de gases de efecto invernadero en el mundo.
Finalmente, estas empresas
también pertenecen invariablemente a las organizaciones de lobby que abarcan
toda la industria, cuyo papel es defender los intereses de todo el sector: por
ejemplo, luchar contra cualquier decisión de la Agencia de Protección Ambiental
de Estados Unidos o normativas europeas. Los países donde la industria del
petróleo es un factor clave del propio gobierno, como China o Arabia Saudí,
presentan problemas específicos con los que sus ciudadanos apenas están preparados
para tratar.
En dichos casos, la única
estrategia factible es reducir la demanda total de combustibles fósiles.
Subsidios
La siguiente información se ha
extraído de un Informe del Fondo Monetario Internacional de 2013, una señal de
progreso puesto que el cambio climático no había sido abordado previamente por
el FMI. Los subsidios a los combustibles fósiles son un fenómeno mundial.
Algunos permiten que los consumidores paguen menos que el coste de suministro;
otros permiten a las corporaciones descargar los costes del daño medioambiental
que generan. Los economistas llaman a estos daños “externalidades”, como la polución, la contaminación de los
suministros de agua o la limpieza de los sitios de extracción, y estos costes
deben ser pagados por los gobiernos… o no pagados en absoluto, lo que conlleva
un mayor coste para la salud pública, etc. Según el FMI, el coste total de los
subsidios a los combustibles fósiles alcanza unos sorprendentes
1.900.000.000.000$ (un billón novecientos mil millones de dólares). Si todas
estas ayudas financieras injustificables de los gobiernos fueran eliminadas, y
las empresas tuvieran que pagar por sus propias externalidades, el Fondo
calcula que conllevaría un descenso del 13 por ciento de todas las emisiones
globales de CO2.
Los subsidios no solo hacen que
los combustibles fósiles sean irrealmente baratos y que las fuentes de energía
renovable lo tengan difícil para competir; también reducen el gasto
gubernamental para propósitos mucho más importantes. En el África subsahariana,
los gobiernos están gastando una media de un tres por cierto de sus
presupuestos en subsidios: la misma cantidad que invierten en salud pública. La
mayoría de estos subsidios benefician a personas que ya son ricas: los
africanos pobres no poseen coches y ni siquiera están conectados a la red
eléctrica. Lo mires como lo mires, los subsidios a la energía de combustibles
fósiles son innecesarios, caros y dañinos.
Así que me alegré al saber de
nuestros amigos marroquíes aquí presentes que Marruecos ya ha dejado obsoletos
los combustibles fósiles para poder invertir considerablemente en las
renovables. Y aún más, lo hicieron en tan solo 18 meses, demostrando que se pueden
hacer cambios importantes con rapidez. Así que bravo por Marruecos, que debería
ser un modelo para todos los países.
Tratados comerciales bilaterales y multilaterales
Estos tratados, invariablemente,
incluyen cláusulas denominadas “arbitraje
de diferencias estado-inversor” (o ISDS, por sus siglas en inglés) que
permiten a los inversores corporativos extranjeros, y solo a los extranjeros,
demandar a gobiernos soberanos ante tribunales de arbitraje formados por tres
árbitros-abogados privados para cualquier nueva legislación que la empresa
considere que pueda dañar a sus beneficios presentes o, incluso, futuros. Por
ejemplo, la eliminación de subsidios seguramente será considerada una amenaza y
las empresas extranjeras que los reciban demandarán sin duda alguna al
gobierno. Unos pocos casos actuales incluyen la demanda (y victoria) de
Occidental Petroleum contra Ecuador por negarse a permitir perforaciones en un
área ecológicamente protegida. El tribunal concedió a Occidental una
compensación de mil setecientos millones de dólares. La empresa Lone Pine ha
demandado a la provincia de Quebec por 250 millones de dólares porque le denegó
el permiso de hacer fracking en la cuenca del río Saint Lawrence. En cuanto Obama vetó el oleoducto Keystone con el
que se pretendía transportar unas arenas de alquitrán particularmente sucias
desde Alberta (Canadá) hasta el Golfo de México, la empresa canadiense
TransCanada demandó a los Estados Unidos exigiendo 15 mil millones de dólares.
A menudo, basta con amenazar con la acción legal del ISDS para hacer que un
país se los piense dos veces antes de aprobar una ley para proteger a su gente
o al medioambiente. Un gobierno puede “ganar”
contra una empresa (como lo ha conseguido en un 35% de los casos hasta la
fecha) pero nunca puede ganar realmente puesto que, al haber firmado un
tratado, no puede rechazar la demanda y los costes del arbitraje privado
ascienden a millones de dólares. Las empresas de servicios de combustible fósil
y petróleo también pueden demandar a un gobierno para desalentar a otros
gobiernos de realizar cambios similares.
Para concluir en breve,
permitidme decir que mi esperanza ferviente es que todas las personas hoy
presentes saldrán de este seminario comprendiendo que la toma del poder por
parte de las corporaciones está en camino y que supondrá una contribución fatal
al geocidio. También espero que, además de vuestros compromisos profesionales o
voluntarios, aceptaréis la responsabilidad adicional de dar a conocer, y luchar
contra, este geocidio. Pese a los esfuerzos de buenas personas en todo el mundo
para reducir las huellas de carbono individuales, no será suficiente a menos
que obliguemos a las estructuras actuales a promover que los combustibles
fósiles cambien o desaparezcan.
A menudo me preguntan si soy
optimista o pesimista. No soy ninguno de los dos. No conozco el futuro. Pero
tengo esperanza. Creo que aún tenemos una oportunidad; que los seres humanos
pueden superar incluso amenazas tan aterradoras como la del geocidio. A muchas
personas se les puede incitar a la acción gracias a activistas de los derechos
humanos y líderes religiosos. Asegurémonos todos juntos de que nuestro
peregrinaje común nos lleva a este resultado.
Fuente: tni.org
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