domingo, 26 de abril de 2015

SIN EL FESTEJO, CRECEN SIN SENTIRSE DESEADOS NI CELEBRADOS: La mitad de los niños pobres no soplan las velitas

El dato surge del Barómetro de la Deuda Social de la Infancia, un informe de la UCA. La cifra trepa al 61% cuando ingresan en la edad escolar. Josefina Licitra.



Más de la mitad de los niños pobres menores de cinco años (el 51,6%) no festejó su último cumpleaños. Ésta es una de las tantas sorpresas que arroja la reciente edición del Barómetro de la Deuda Social de la Infancia, un informe elaborado anualmente por el Departamento de Investigación Institucional de la Universidad Católica Argentina –al que se suman los aportes de la Fundación Arcor– con el fin de armar un mapa de las condiciones de vida de la niñez y la adolescencia. Si se cruzan los datos del Barómetro con las estadísticas de indigencia infantil del INDEC, el resultado es que hay cerca de 250 mil chicos que no son “celebrados” y, en consecuencia, crecen sin tener plena conciencia del paso del tiempo, sin enfrentarse al misterio que supone un regalo (por menor que sea) y –todavía peor– sospechando vagamente que su llegada al mundo no es un motivo de celebración.

Un cuarto de millón de niños pobres, en síntesis, quedó afuera de la instancia simbólica fundamental que encierra el festejo de un cumpleaños. “Este tipo de eventos marca un hito en varios sentidos, porque puede leerse como la ocasión que tiene el niño de ser mirado por un ‘otro’ que lo autorice a tener palabra propia –explica el doctor Manuel Rubio, psicoanalista y docente de la UCA–. Dada la prematurez biológica con que nace el bebé, requiere no sólo de alimentos sino también de un estímulo social que exige la participación del otro. Desde los estudios clásicos de la década del 40 se sabe que para sostenerse vivo al sujeto no le basta con haber sido ‘cuidado’, sino que se requiere que un deseo humano haya sido puesto en él. Y el festejo del cumpleaños pone en acto muchos factores vinculados con ese deseo”.

Esta falta de celebración no mejora con el tiempo, sino todo lo contrario: una vez en edad escolar, los chicos de nivel socioeconómico más bajo pasan su cumpleaños sin recibir un reconocimiento en un 61,2% de los casos. ¿De qué se pierde una criatura que no es festejada? Los cumpleaños –como cualquier fiesta familiar– son instancias donde se ponen en acto las relaciones de parentesco y las transmisiones simbólicas. El psicoanalista Manuel Rubio pone un ejemplo: “Imaginemos que llegan los abuelos con un regalo, una cosa es que el regalo sea sólo para el que cumple años y otra es que les lleven regalo a todos los hermanos. En ese solo gesto se juega la posibilidad y la aceptación de la diferencia. Una vez con el regalo en la mano (sea cual fuere), una cosa es que el niño lo comparta con sus pares invitados y otra que no lo haga”.

Estas relaciones, estas formas de inscribirse en lo que los especialistas llaman el “entramado social”, empiezan a tallar en los niños durante la primera infancia: una etapa con funciones de bisagra en cualquier ser humano. “Los primeros cinco años de vida son bastante importantes en la construcción de la subjetividad –explica Lea Waldman, licenciada en Educación y responsable de las preguntas realizadas para la encuesta del Barómetro–. Hay cosas que suceden allí, y que adquieren una dimensión importante en función del desarrollo global. En lo que refiere al festejo de un cumpleaños, ahí se pone en juego el nivel de reconocimiento de la familia, la escuela o el ámbito donde el chico se mueva; es un reflejo de la importancia que se le da a la llegada de él al mundo”.

Según el relevo realizado por el Barómetro de la Deuda Social, existen niños de clase media y alta cuyos cumpleaños pasan, también, sin pena ni gloria. Pero son los menos, ya que la relación entre el festejo y la situación socioeconómica es estrecha: las chances de celebrar que tiene un niño perteneciente al 10% más pobre de la población son trece veces menores a las que registran los niños del 10% más rico. “Con los chicos que se desarrollan en condiciones de pobreza hay una serie de indicadores que se van concatenando y que tienen que ver con una construcción óptima de la subjetividad –explica Waldman–. Casualmente, los chicos más pobres son los que conviven con varios tipos de carencia. No se trata sólo de alimentación, sino de otras ausencias que afectan el desarrollo de la personalidad. Y que no se solucionan con pastillas, vitaminas o respuestas inmediatas. Por eso son tanto más difíciles de reparar”.

A 9 DE CADA 10 NUNCA LE LEYERON UN CUENTO.


El informe del Barómetro para la Deuda Social también advierte que tres de cada cuatro niños pobres y menores de cinco años no tienen quien les cuente un cuento. Esto significa que hay 350 mil chicos en situación de extrema pobreza que, además de carecer de recursos estrictamente vitales, no tienen instancias de comunicación didáctica con un adulto. “El relato de un cuento es un momento dedicado al niño, donde además se da respuesta a ciertas cosas que ocurren muchas veces en la fantasía del chico, y que tienen una relación muy directa con el tema del desarrollo del lenguaje”, advierte Lea Waldman. En el caso de la llamada “segunda infancia” (de los 6 a los 12 años) la situación es aún peor: el 88,5% de los niños más pobres no escucharon nunca el relato de un cuento. Y eso significa que carecen de muchas otras cosas. Con un cuento, el niño aprende a escuchar y a ser escuchado, y además alimenta su curiosidad. Pero, por sobre todas las cosas, con un cuento –una de las tantas formas del lenguaje– un niño logra ponerle nombre a la realidad en la que está. Un paso importante, fundamental, para poder cambiarla en el futuro.

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