jueves, 12 de julio de 2012

Análisis de un poema de Pablo Neruda. No me lo pidan


No me lo pidan

Piden algunos que este asunto humano
con nombres, apellidos y lamentos
no lo trate en las hojas de mis libros,
no le dé la escritura de mis versos:
dicen que aquí murió la poesía,
dicen algunos que no debo hacerlo:
la verdad es que siento no agradarles,
los saludo y les saco mi sombrero
y los dejo viajando en el Parnaso
como ratas alegres en el queso.
Yo pertenezco a otra categoría
y sólo un hombre soy de carne y hueso,
por eso si apalean a mi hermano
con lo que tengo a mano lo defiendo
y cada una de mis líneas lleva
un peligro de pólvora o de hierro,
que caerá sobre los inhumanos,
sobre los crueles, sobre los soberbios.
Pero el castigo de mi paz furiosa
no amenaza a los pobres ni a los buenos:
con mi lámpara busco a los que caen,
alivio sus heridas y las cierro:
y éstos son los oficios del poeta
del aviador y del picapedrero:
debemos hacer algo en esta tierra
porque en este planeta nos parieron
y hay que arreglar las cosas de los hombres
porque no somos pájaros ni perros.
Y bien, si cuando ataco lo que odio,
o cuando canto a todos los que quiero,
la poesía quiere abandonar
las esperanzas de mi manifiesto
yo sigo con las tablas de mi ley
acumulando estrellas y armamentos
y en el duro deber americano
no me importa una rosa más o menos:
tengo un pacto de amor con la hermosura:
tengo un pacto de sangre con mi pueblo.



El poema “No me lo pidan” forma parte del libro “Canción de Gesta”, publicado en 1960, por el poeta chileno Pablo Neruda. El título del libro menciona el género medieval, que eran largos poemas narrativos en los que se exaltaba las hazañas de un héroe. En este sentido el poemario, que fue publicado un año después del triunfo de la revolución Cubana en 1959, es un homenaje a ésta, sugiere qué tipo de actos pueden ser considerados heroicos en ese momento histórico.

Como el lector sabe de sobra, la victoria de la Revolución Rusa a principios de siglo influencia ideológicamente a América Latina y a sus movimientos de izquierda. A mediados de siglo se producen levantamientos y luchas sociales de diversos tipos a lo largo de todo el continente. El triunfo en Cuba de la Revolución Socialista trajo esperanzas y renovó las fuerzas para lograr lo que se creía imposible: un cambio radical en las relaciones sociales.

A este clima esperanzado y de lucha responde el poemario “Canción de Gesta” en el que no solo se exalta la propia revolución de Cuba sino que se vislumbra esperanza para el resto de América Latina.
“No me lo pidan” defiende un tipo de literatura que fue (y es) menospreciada por cierto grupo de intelectuales: la de compromiso. No sólo Neruda sale en su defensa, entre otros Gabriel Celaya en “La poesía es un arma cargada de futuro”.

Se entiende que el poner a la literatura al servicio de fines políticos o sociales, o, más radicalmente, realizar una literatura comprensible para el pueblo, es rebajarla al nivel de la masa, de la cual esta intelectualidad quiere diferenciarse desesperadamente. A esta intelectualidad elitista se dirige en el poema al declarar su deseo de que “No me lo pidan”.

El “pedido” está detallado en los primeros versos, y propone aislarse del “asunto humano/con nombres, apellidos y lamentos”. El arte debe apartarse de lo concreto y mundano (como puede ser los nombres y apellidos), y del sufrimiento de los hombres, de la realidad y sus necesidades concretas (los “lamentos”).

El acto de crear un poema de protesta en donde se declara que ese tipo de poemas significa (para los otros) la muerte de la poesía, es, en si mismo un acto de rebeldía: “Dicen algunos que no debo hacerlo”, y dice esto mientras lo hace.

Un tono irónico invade los siguientes versos en donde declara fingido pesar porque no agrade su poesía: “la verdad es que siento no agradarles, / los saludo y les saco mi sombrero”. Para terminar se aleja definitivamente de quienes ostentan esta opinión y los deja: “viajando en el Parnaso/ como ratas alegres en el queso”. La referencia al movimiento literario francés, el Parnasianismo, se debe a que éste movimiento busca realizar una literatura impersonal en donde los sentimientos del autor no “contaminen” la perfección y belleza del poema. La comparación con las ratas demuestra el desprecio que siente por esta postura. Neruda podría hacer suyas las palabras del español Gabriel Celaya del poema citado más arriba: “Maldigo la poesía concebida como un lujo/cultural por los neutrales/que, lavándose las manos, se desentienden y evaden./Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse”

El segundo momento comienza diciendo: “Yo pertenezco a otra categoría/ y solo un hombre soy de carne y hueso”. Al declararse solamente un hombre, tan determinado por su existencia material como cualquier otro, no se degrada sino que por el contrario manifiesta la grandeza de esta condición.
La necesidad de defender a su igual (“a mi hermano”), surge de la conciencia de clase. Su hermano no es cualquier hombre, sino el apaleado: el explotado.

Y el arma que utilizará para defenderlo es su oficio: el arte. La literatura es lo que tiene “a mano”, y por eso “cada una de mis líneas lleva/un peligro de pólvora o de hierro”. El arte es un arma que debe ser utilizado con fines revolucionarios.

Y, como toda arma, tiene dos funciones fundamentales: ofensiva y defensiva. Con ella atacará al enemigo (“caerá sobre los inhumanos,/ sobre los crueles, sobre los soberbios”) y defenderá a sus iguales, sus hermanos, los apaleados, a quienes busca darle consuelo, apoyo y fuerzas en su propia lucha: “Pero el castigo de mi paz furiosa/ no amenaza a los pobres ni a los buenos:/ con mi lámpara busco a los que caen,/ alivio sus heridas y las cierro”.
Define a su arma, además, como “mi paz furiosa”, haciendo referencia al doble carácter del arma que utiliza: porque a la vez que es esencialmente pacífica, está cargada de furia ante la injusticia y el dolor del hombre.

El artista, por su parte, es visto como un trabajador (“éstos son los oficios del poeta/ del aviador y del picapedrero”), Celaya dirá: “Me siento un ingeniero del verso y un obrero/
que trabaja con otros a España en sus aceros”. Este concepto del artista como un trabajador y la escritura como un oficio surge a mediados del S XIX, en el momento en el que el capitalismo, después de pasar por su momento de esplendor, comienza su decadencia, y en el que el trabajo pierde el carácter denigrante que tuvo a lo largo de toda la historia de la humanidad, y es concebido como un elemento que dignifica al hombre, quien a través de él mejora el mundo que lo rodea. Por este motivo dice: “debemos hacer algo en esta tierra/ porque en este planeta nos parieron/ y hay que arreglar las cosas de los hombres/ porque no somos pájaros ni perros”. Carlos Marx declara en “El Capital” que lo que distingue el trabajo humano de cualquier actividad laboriosa en los animales es la conciencia y el propósito. Estos dos elementos se encuentran presentes en estos breves versos de Neruda: la conciencia de la injusticia del mundo y el propósito de “arreglar las cosas de los hombres”.

En esta doble finalidad ya analizada (“cuando ataco lo que odio/ o cuando canto a todos los que quiero”) el deseo es de trascender de lo escrito, de lo meramente declarado en palabras y llegar a influenciar la realidad material: “la poesía quiere abandonar / las esperanzas de mi manifiesto/ yo sigo con las tablas de mi ley/ acumulando estrellas y armamentos”. No basta el arte como arma, debe ser acompañada por un compromiso activo con la causa de los explotados.

Arnold Hauser termina su libro “Historia social de la Literatura y el Arte” refiriéndose al disfrute del arte: “la participación de las grandes masas puede ser en él aumentada y profundizada. Las premisas para mitigar el monopolio cultural son, ante todo, económicas y sociales. No podemos hacer sino luchar por la creación de estas premisas”.

El poema termina con dos versos paralelos: “tengo un pacto de amor con la hermosura: tengo un pacto de sangre con mi pueblo”. Estos dos versos están unidos por los dos puntos que sugieren que el segundo es consecuencia del primero, no son planteados como pactos separados e independientes. El primer pacto es con la belleza, y lo que lo une a ella es el amor, el segundo, inquebrantable, es con su pueblo.

El amor y la búsqueda de la belleza no puede hacerse desde una torre de marfil, desde el aislamiento de la realidad que aqueja a los hombres… y otra vez Celaya: “Porque vivimos a golpes, porque/ apenas si nos dejan/decir que somos quien somos,/nuestros cantares no pueden ser, sin pecado, un adorno”.

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