No me lo pidan
Piden algunos que este asunto humano
con nombres, apellidos y lamentos
no lo trate en las hojas de mis libros,
no le dé la escritura de mis versos:
dicen que aquí murió la poesía,
dicen algunos que no debo hacerlo:
la verdad es que siento no agradarles,
los saludo y les saco mi sombrero
y los dejo viajando en el Parnaso
como ratas alegres en el queso.
Yo pertenezco a otra categoría
y sólo un hombre soy de carne y hueso,
por eso si apalean a mi hermano
con lo que tengo a mano lo defiendo
y cada una de mis líneas lleva
un peligro de pólvora o de hierro,
que caerá sobre los inhumanos,
sobre los crueles, sobre los soberbios.
Pero el castigo de mi paz furiosa
no amenaza a los pobres ni a los buenos:
con mi lámpara busco a los que caen,
alivio sus heridas y las cierro:
y éstos son los oficios del poeta
del aviador y del picapedrero:
debemos hacer algo en esta tierra
porque en este planeta nos parieron
y hay que arreglar las cosas de los hombres
porque no somos pájaros ni perros.
Y bien, si cuando ataco lo que odio,
o cuando canto a todos los que quiero,
la poesía quiere abandonar
las esperanzas de mi manifiesto
yo sigo con las tablas de mi ley
acumulando estrellas y armamentos
y en el duro deber americano
no me importa una rosa más o menos:
tengo un pacto de amor con la hermosura:
tengo un pacto de sangre con mi pueblo.
El poema “No me lo pidan” forma parte del libro “Canción de
Gesta”, publicado en 1960, por el poeta chileno Pablo Neruda. El título del
libro menciona el género medieval, que eran largos poemas narrativos en los que
se exaltaba las hazañas de un héroe. En este sentido el poemario, que fue
publicado un año después del triunfo de la revolución Cubana en 1959, es un
homenaje a ésta, sugiere qué tipo de actos pueden ser considerados heroicos en
ese momento histórico.
Como el lector sabe de sobra, la victoria de la Revolución
Rusa a principios de siglo influencia ideológicamente a América Latina y a sus
movimientos de izquierda. A mediados de siglo se producen levantamientos y
luchas sociales de diversos tipos a lo largo de todo el continente. El triunfo
en Cuba de la Revolución Socialista trajo esperanzas y renovó las fuerzas para
lograr lo que se creía imposible: un cambio radical en las relaciones sociales.
A este clima esperanzado y de lucha responde el poemario
“Canción de Gesta” en el que no solo se exalta la propia revolución de Cuba
sino que se vislumbra esperanza para el resto de América Latina.
“No me lo pidan” defiende un tipo de literatura que fue (y
es) menospreciada por cierto grupo de intelectuales: la de compromiso. No sólo
Neruda sale en su defensa, entre otros Gabriel Celaya en “La poesía es un arma
cargada de futuro”.
Se entiende que el poner a la literatura al servicio de
fines políticos o sociales, o, más radicalmente, realizar una literatura
comprensible para el pueblo, es rebajarla al nivel de la masa, de la cual esta
intelectualidad quiere diferenciarse desesperadamente. A esta intelectualidad
elitista se dirige en el poema al declarar su deseo de que “No me lo pidan”.
El “pedido” está detallado en los primeros versos, y propone
aislarse del “asunto humano/con nombres, apellidos y lamentos”. El arte debe
apartarse de lo concreto y mundano (como puede ser los nombres y apellidos), y
del sufrimiento de los hombres, de la realidad y sus necesidades concretas (los
“lamentos”).
El acto de crear un poema de protesta en donde se declara que
ese tipo de poemas significa (para los otros) la muerte de la poesía, es, en si
mismo un acto de rebeldía: “Dicen algunos que no debo hacerlo”, y dice esto
mientras lo hace.
Un tono irónico invade los siguientes versos en donde
declara fingido pesar porque no agrade su poesía: “la verdad es que siento no
agradarles, / los saludo y les saco mi sombrero”. Para terminar se aleja
definitivamente de quienes ostentan esta opinión y los deja: “viajando en el
Parnaso/ como ratas alegres en el queso”. La referencia al movimiento literario
francés, el Parnasianismo, se debe a que éste movimiento busca realizar una
literatura impersonal en donde los sentimientos del autor no “contaminen” la
perfección y belleza del poema. La comparación con las ratas demuestra el desprecio
que siente por esta postura. Neruda podría hacer suyas las palabras del español
Gabriel Celaya del poema citado más arriba: “Maldigo la poesía concebida como
un lujo/cultural por los neutrales/que, lavándose las manos, se desentienden y
evaden./Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse”
El segundo momento comienza diciendo: “Yo pertenezco a otra
categoría/ y solo un hombre soy de carne y hueso”. Al declararse solamente un
hombre, tan determinado por su existencia material como cualquier otro, no se
degrada sino que por el contrario manifiesta la grandeza de esta condición.
La necesidad de defender a su igual (“a mi hermano”), surge
de la conciencia de clase. Su hermano no es cualquier hombre, sino el apaleado:
el explotado.
Y el arma que utilizará para defenderlo es su oficio: el
arte. La literatura es lo que tiene “a mano”, y por eso “cada una de mis líneas
lleva/un peligro de pólvora o de hierro”. El arte es un arma que debe ser
utilizado con fines revolucionarios.
Y, como toda arma, tiene dos funciones fundamentales:
ofensiva y defensiva. Con ella atacará al enemigo (“caerá sobre los inhumanos,/
sobre los crueles, sobre los soberbios”) y defenderá a sus iguales, sus
hermanos, los apaleados, a quienes busca darle consuelo, apoyo y fuerzas en su
propia lucha: “Pero el castigo de mi paz furiosa/ no amenaza a los pobres ni a
los buenos:/ con mi lámpara busco a los que caen,/ alivio sus heridas y las
cierro”.
Define a su arma, además, como “mi paz furiosa”, haciendo
referencia al doble carácter del arma que utiliza: porque a la vez que es
esencialmente pacífica, está cargada de furia ante la injusticia y el dolor del
hombre.
El artista, por su parte, es visto como un trabajador
(“éstos son los oficios del poeta/ del aviador y del picapedrero”), Celaya
dirá: “Me siento un ingeniero del verso y un obrero/
que trabaja con otros a España en sus aceros”. Este concepto
del artista como un trabajador y la escritura como un oficio surge a mediados
del S XIX, en el momento en el que el capitalismo, después de pasar por su
momento de esplendor, comienza su decadencia, y en el que el trabajo pierde el
carácter denigrante que tuvo a lo largo de toda la historia de la humanidad, y
es concebido como un elemento que dignifica al hombre, quien a través de él
mejora el mundo que lo rodea. Por este motivo dice: “debemos hacer algo en esta
tierra/ porque en este planeta nos parieron/ y hay que arreglar las cosas de
los hombres/ porque no somos pájaros ni perros”. Carlos Marx declara en “El
Capital” que lo que distingue el trabajo humano de cualquier actividad
laboriosa en los animales es la conciencia y el propósito. Estos dos elementos
se encuentran presentes en estos breves versos de Neruda: la conciencia de la
injusticia del mundo y el propósito de “arreglar las cosas de los hombres”.
En esta doble finalidad ya analizada (“cuando ataco lo que
odio/ o cuando canto a todos los que quiero”) el deseo es de trascender de lo
escrito, de lo meramente declarado en palabras y llegar a influenciar la
realidad material: “la poesía quiere abandonar / las esperanzas de mi
manifiesto/ yo sigo con las tablas de mi ley/ acumulando estrellas y
armamentos”. No basta el arte como arma, debe ser acompañada por un compromiso
activo con la causa de los explotados.
Arnold Hauser termina su libro “Historia social de la
Literatura y el Arte” refiriéndose al disfrute del arte: “la participación de
las grandes masas puede ser en él aumentada y profundizada. Las premisas para
mitigar el monopolio cultural son, ante todo, económicas y sociales. No podemos
hacer sino luchar por la creación de estas premisas”.
El poema termina con dos versos paralelos: “tengo un pacto
de amor con la hermosura: tengo un pacto de sangre con mi pueblo”. Estos dos
versos están unidos por los dos puntos que sugieren que el segundo es
consecuencia del primero, no son planteados como pactos separados e
independientes. El primer pacto es con la belleza, y lo que lo une a ella es el
amor, el segundo, inquebrantable, es con su pueblo.
El amor y la búsqueda de la belleza no puede hacerse desde
una torre de marfil, desde el aislamiento de la realidad que aqueja a los
hombres… y otra vez Celaya: “Porque vivimos a golpes, porque/ apenas si nos
dejan/decir que somos quien somos,/nuestros cantares no pueden ser, sin pecado,
un adorno”.
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