domingo, 24 de noviembre de 2013

"La cocina es un espacio de resistencia"

Soledad Barruti es la autora de "Malcomidos", una investigación profunda de la industria alimentaria argentina que deja al desnudo las perversiones del sistema dominante de producción. Lo que hay que saber de la comida y no sale en las etiquetas.
Si es cierto aquello de que somos lo que comemos, en la Argentina estamos hechos de apariencias y mentiras, de alimentos diseñados para parecer diversificados, saludables y seguros, pero que provienen de una matriz enferma, monopolizada y que prioriza las ganancias antes que la salud de los consumidores. Sobre esta misma cuerda de denuncia y desenmascaramientos, Soledad Barruti (Buenos Aires, 1981) construye Malcomidos, una investigación en formato de ensayo periodístico, que en su subtítulo se propone mostrar “cómo la industria alimentaria argentina nos está matando”.

Explorar la trama que configura el mapa de donde salen los alimentos que los argentinos llevamos a la mesa fue el primero de sus objetivos cuando comenzó el trabajo, un recorrido que desarrolló en un año de viajes, escritura y aprendizajes y que, desde su publicación en septiembre pasado, ya lleva tres ediciones que se agotan en librerías de todo el país.

El logro más importante de la industria alimentaria para volverse inmensamente poderosa fue volver invisibles todos sus procesos de producción. Podemos creer que sabemos qué comemos pero la realidad es que no sabemos nada: ni de dónde vienen los pollos que aparecen en la pollería, ni por qué hay tomates en julio, o de dónde surge el salmón que comanda la moda del sushi”, dice Soledad, quien comenzó el proyecto con las mismas preguntas que podría hacerse cualquier persona delante de una góndola de supermercado. “Si supiéramos cómo se producen nuestros alimentos –bajo qué condiciones de crueldad con las especies y con las personas, con qué cantidad inmensa de drogas y químicos venenosos, y con qué tremendos efectos a mediano plazo sobre el medio ambiente y la sociedad toda– probablemente no podríamos permanecer impávidos”, apunta.

Estado lamentable
Desde el pollo que crece en criaderos superpoblados, donde se les cortan los picos y se sobrealimentan hasta que sus patas no pueden sostenerlos, a los agrotóxicos que comemos a través de verduras envenenadas sistémicamente, el tráfico de carne de caballo o los pueblos condenados a desaparecer por el cultivo intensivo de soja, la cadena de la producción de alimentos comienza y termina en un estado lamentable.

La crisis de este sistema es muy notoria y los desastres que produce no van a dejar prácticamente nada en pie”, sigue la autora, y agrega el dato de los 12 millones de personas que están siendo fumigadas con 300 millones de litros de agrotóxicos por año, con el caso de las Madres de Ituzaingó como testigo de la situación. “El cáncer y otras patologías son lo único que crece en proporción directa a la pobreza y la marginalidad. Nuestros suelos están perdiendo su fertilidad a pasos acelerados, nuestros recursos ictícolas se agotan y nadie hace nada. En nombre de todos se toman decisiones como subvencionar los corrales de engorde de ganado, quitando a las vacas del campo”.

Esas vacas, que ya no comen pasto, son apenas uno de los múltiples tentáculos con los que se mueve la maquinaria. Malcomidos indaga el escenario sin dejar afuera a quienes somos parte necesaria de que siga así.

Es un sistema que está siendo fuertemente criticado en todo el mundo y que, a medida que las personas se enteran, va quedando atrás”, agrega Barruti, y señala que buena parte del problema consiste en una distorsión en la percepción de quienes consumimos. “Todavía tenemos en el imaginario la idea de un país natural, donde los criaderos, plantaciones y productos que se dicen alimentos cuando no lo son, pertenecen a países como Estados Unidos. Pero lo cierto es que los problemas ya nos llegaron”.

El dato de que somos el país latinoamericano con mayor cantidad de niños obesos menores a 5 años es parte del diagnóstico, sumado a que la diabetes tipo 2 ya está considerándose epidemia y crecen las estadísticas de enfermedades cardiovasculares y distintos tipos de cáncer relacionados con la dieta.

Algo que ver
–¿Qué papel que juegan las políticas públicas en tu investigación y cuál es el papel del consumidor?

–El papel del Estado está muy presente al momento de apoyar e incentivar los negocios de un puñado de grandes corporaciones, y nulos al momento de pensar políticas productivas que incluyan a quienes históricamente han sabido producir alimentos sanos. Alcanza con leer el Plan Estratégico Agroalimentario 2020 para darse cuenta de que en este país no importa el chacarero, ni la agricultura familiar, ni mucho menos las comunidades campesinas u originarias. Los incentivos están dados en primer lugar a los que producen commodities de exportación (multinacionales sojeras o maiceras), y luego a quienes apuesten a la producción intensiva e industrial (las compañías detrás del boom del pollo, por ejemplo, o de los corrales de engorde de ganado) que no piensan en la calidad, ni en la diversidad, sino en la maximización de ganancias a como dé lugar.

El valor de los individuos aparece entonces, según Barruti, a la hora de decidir quiénes deciden. “Es importante que los argentinos nos demos cuenta de que éste es un país agroexportador y que nosotros, como consumidores, no representamos una fuerza poderosa. Sí, en cambio, lo hacemos como figuras políticas. Creo que el día que nos demos cuenta de que el Estado somos todos y empecemos a reclamar que los que gobiernan cumplan sus funciones de cuidado de los productos que llegan a nuestra mesa, de nuestra cultura y de nuestros bienes comunes (como el suelo), vamos a poder concretar cambios significativos”, define.

Salida soberana
Y hasta entonces ¿qué comemos? La pregunta es lo que primero aparece detrás del velo que corre Malcomidos. Un circuito tan cerrado de producción y consumo sólo puede desarmarse a partir la difusión 2 de información y de las grietas que algunos individuos están comenzando a convertir en un movimiento alternativo: la soberanía alimentaria.

Cuando empezás a ver de dónde vienen los alimentos industriales entendés que la única salida está en volver a humanizar todo el asunto. En todas las provincias del país hay productores que están reconvirtiéndose a la agroecología, y que quieren producir sin poner su salud en riesgo. O sea, que están produciendo sin químicos, lejos de los galpones de cría intensiva de animales, y en espacios sustentables, que, además, les garantice la durabilidad de su tierra. Comprarles a ellos no siempre es más caro que comprar en un supermercado aunque sí es cierto que implica una dedicación más grande, ya que todavía no es un proceso de compra que esté al alcance de la mano”.

En muchas universidades del país, la cátedra de Soberanía alimentaria es ya parte de los contenidos con los que se forman las nuevas camadas de profesionales y cada vez son más los sectores interesados en corregir el rumbo. Así, los encuentros de productores comienzan a dar forma a una contracultura cada vez más cercana a la alimentación saludable, mientras otros, como los Médicos de Pueblos Fumigados, aportan información científica sobre el tema y lo hacen visible desde sus efectos.

La soberanía alimentaria, es decir la capacidad de producir los alimentos que necesitamos, no sólo es posible sino que es el único camino a adoptar si no queremos seguir siendo un gran espacio de tierra que se va muriendo mientras cultivamos los granos que exige China”, aporta la periodista.

Y añade que parte de esa soberanía también se ejerce en la elección de los productos que consumimos: pescados argentinos en lugar de salmón industrial chileno, por ejemplo. “Porque mientras nosotros consumimos ese pescado que es producido en las condiciones más deplorables, en espacios llenos de químicos, colorantes y antibióticos, nuestros recursos ictícolas son desde hace varios años una moneda de cambio político, y se rematan y se sobreexplotan hasta la desaparición”, agrega.

El lugar de la resistencia
Perder la conciencia es parte de los acuerdos que hicimos como sociedad, reflexiona Barruti, y que han llevado a un estado de situación que hoy parece lejos de la voluntad de los individuos. Pero no todo está perdido, y el último tramo de Malcomidos se dedica a revisar experiencias, testimonios y casos de personas y colectivos que lograron revertir y revolucionar lo establecido.

Creo que todos debemos acercarnos más a la cocina, un espacio de verdadera resistencia: cocinar nos enseña cómo tienen que ser los productos: desde los tomates hasta un pedazo de carne”, explica la autora y dice que en lo personal, el trabajo le sirvió para modificar hábitos.

–¿Por qué se volvió tan difícil alimentarse y tan fácil comer?

–Porque comer se convirtió en un acto de consumo como cualquier otro y para incentivarlo y mantener la maquinaria en funcionamiento se fue volviendo de todo antes que alimentación. Alimentarse naturalmente es algo en el fondo aburrido, o no marketineable. En cambio comer puede ser altamente emotivo, divertido, entretenido. Todo el sistema de la industria alimentaria está puesto en transmitir mensajes en torno a la comida que no tienen que ver con alimentación sino con un universo paralelo.

–¿Por qué estuvimos tanto tiempo distraídos acerca de un asunto fundamental como la comida?

–Si bien gran parte de nuestros problemas sociales, culturales, políticos, medioambientales y de salud tienen que ver con nuestra matriz productiva, pareciera que los problemas siempre son otros y que hablar de alimentos es casi una cuestión secundaria o, peor, un esnobismo. El lugar de los alimentos en las noticias tiene que ver con su precio, absurdamente caro y en relación con este lugar periférico de la soja que ocupa hoy la comida.

No mirar sirve para no ver, y en este punto Barruti entiende que hay una relación directa entre la ignorancia de la población acerca del sistema productivo y los agroquímicos que nos llegan a la mesa con las ensaladas, las bacterias peligrosísimas relacionadas con el uso de antibióticos en la cría de animales, la mayor cantidad de grasas saturadas que tiene toda la comida.

O cuando se vuelve evidente que el crecimiento del monocultivo corrió a las personas de sus lugares rurales para volverlas masa política que malvive en barrios sociales o en asentamientos marginales y que eso tiene relación directa con el crecimiento de la violencia. O cuando es tan claro que determinadas catástrofes naturales son consecuencia directa del desmonte. Entonces es inevitable entender que la discusión sobre qué y cómo se produce debería ocupar un espacio central en nuestras preocupaciones”, define.

–¿Cómo se podría recuperar la cultura chacarera, las huertas familiares y el desarrollo de un sistema alternativo?

–Con apoyo directo del Estado. Así como todo está orientado actualmente para que crezcan un puñado de corporaciones, habría que alentar un programa serio de reinserción rural, de trabajo digno en el campo. Así como se hizo una ley de extranjerización, habría que hacer una ley de uso de tierra. Porque si se la usa para hacer plantaciones extensivas de soja de Grobocopatel o de un japonés que ni pisa el país da lo mismo. Se deberían subsidiar las producciones diversificadas, o promoverlas con compras directas del Estado a estos emprendimientos. Hay que revalorizar y rescatar los saberes antes de que se pierdan.

–¿Cuál es el modo de recuperar la responsabilidad sobre los alimentos?

–Hay que reconocer qué es un alimento y qué no lo es. También subrayar que hay comidas que producen daño, y que por lo general son los que vienen graciosamente presentados. Tenemos que lograr que nos den de comer personas y no empresas. Las empresas no tienen ninguna obligación en cuidar a nadie, ni en nutrir, ni en nada que se le parezca. Fuente: www.lavoz.com.ar/
Libro: Malcomidos. Cómo la industria alimentaria nos está matando
Soledad Barruti / Editorial Planeta

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