viernes, 1 de marzo de 2013

Los ecosistemas se adaptan la sequía mejor de lo que pensábamos; hasta que colapsan

Uno de los temas que más intriga últimamente a la comunidad científica es el efecto del cambio climático antropogénico en los ecosistemas. ¿Cómo serán las montañas, los bosques y los océanos en un mundo uno o dos grados más cálido que el actual?, ¿Cómo van a encajar los ecosistemas cambios tan rápidos e importantes en el régimen de temperaturas y precipitaciones como los que ya se están produciendo en muchas partes del mundo?
En el equipo de Guillermo E. Ponce Campos, investigador mexicano del Southwest Watershed Research del Departamento de los Estados Unidos para la Agricultura (USDA según sus siglas en inglés) en Tucson (Arizona, EEUU), llevan tiempo haciéndose preguntas de este tipo. Esta semana la prestigiosa revista científica Nature les ha publicado un estudio en el que dan respuesta a algunas de ellas (1). Estos autores se han preguntado hasta qué punto los diversos ecosistemas del mundo tienen la capacidad de soportar periodos de sequía mucho más largos de lo habitual manteniendo sus funciones más básicas.

La respuesta a esta cuestión no es baladí, los años 2000-2009 ha sido los más cálidos del periodo de 130 años entre 1830 y 2009. Durante este tiempo se han producido agudas sequías en distintas partes del mundo, lo que ha ocasionado incendios y pérdidas de cosechas agrícolas. A lo largo del siglo XXI se prevé un aumento de la incidencia de sequías particularmente largas en África, Europa del Sur, Oriente Medio, la mayor parte del continente americano, Australia y el Sudeste Asiático. Según algunos modelos predictivos dichas sequías pueden provocar grandes cambios en la vegetación de estas zonas, sin embargo, muy pocos estudios han documentado si este proceso ya está ocurriendo. Uno de ellos, y hasta ahora uno de los más amplios, es el del equipo de Ponce-Ramos.

Los autores de este estudio han estudiado el efecto de la sequía de 2000-2009 en la producción primaria neta de distintos tipos de ecosistemas en América y Australia. La producción primaria neta hace referencia a la cantidad total de materia orgánica producida en un ecosistema a lo largo de un periodo determinado y tiene una enorme importancia, pues es ampliamente utilizada para evaluar la "salud" de los ecosistemas.

Para analizar el efecto de la sequía en los ecosistemas estos científicos han utilizado los datos climatológicos y de vegetación procedentes de varias redes de parcelas forestales experimentales y han analizado los cambios en los mismos a lo largo de dos periodos; 1975-1998, considerado "normal" y 2000-2009, considerado muy seco. Dichos datos incluyen ecosistemas de muy distinto tipo; bosques tropicales secos y húmedos, sabanas, áreas de matorral y estepas semidesérticas.

Los resultados del trabajo indican que la mayoría de los ecosistemas estudiados poseen una elevada" resiliencia" o capacidad de adaptación a la sequía; en ellos la mayoría de las plantas son no sólo capaces de tolerar años con precipitaciones muy bajas sino que además aprovechan enormemente aquellos en los que estas son mayores. Sin embargo, si los periodos de sequía son excesivamente largos (más de siete u ocho años) esta capacidad de adaptación colapsa, apareciendo una importante mortalidad. Y ello, sorprendentemente, ocurre primero en aquellos ecosistemas que tradicionalmente se han considerado como más resistentes a la sequía tales como las estepas semidesérticas. En ellas, esta elevada mortalidad supone un umbral de degradación a partir del cual el ecosistema pierde la capacidad de volver a su estado original y se reorganiza totalmente, transformándose en algo muy distinto a lo que era.

Es decir, la vegetación de la mayor parte de los ecosistemas se adapta a la escasez de agua mejor de lo que pensábamos, pero hasta un límite, y llegados a ése límite los "alumnos aventajados" en la adaptación a la sequía son paradójicamente los que más sufren.

Las conclusiones de este trabajo son muy importantes porque están basadas en datos de campo reales, no en modelos teóricos, y reflejan un fenómeno que ya está ocurriendo, no que puede ocurrir. Sin embargo, los autores, como buenos científicos, son cautos, y señalan que sus resultados hacen referencia a tendencias a gran escala, no a escalas locales, en donde tienen lugar muchos otros procesos a parte de la sequía, y en donde es mucho más difícil saber qué es lo que va a ocurrir.

En similares términos se expresaba hace unos años Melanie Harsch en un trabajo comentado por Víctor García en esta misma página (2) en el que detectaba un importante avance de las líneas de arbolado en las montañas. Sus resultados eran contundentes pero los expresaba de forma humilde, reconociendo que aún nos quedaban muchas cosas por saber sobre el tema y que en algunos casos las cosas podían no ser exactamente así. Este ejercicio de honestidad profesional fue aprovechado por la página web negacionista española Libertad Digital, de oscura financiación privada, para afirmar que las conclusiones del estudio de Harsch eran las opuestas. En aquel caso quedó claro que el reconocimiento de los límites de un trabajo no puede utilizarse para deslegitimar el mensaje del mismo. Respecto al caso que hoy nos ocupa, esperemos que no aparezca ninguna reseña periodística del artículo de Ponce Campos durante los próximos días afirmando que los ecosistemas del mundo resisten la sequía y que por tanto, esta última no tiene por qué ser un problema, porque sería mentira y lo denunciaríamos igual que hicimos entonces. Ecoportal.net

Notas:

(1) Ponce-Campos G.E., Moran M.S., Huete A., Zhang Y., Bresloff C., Huxman T.E., Eamus D., Bosch D.D., Buda A.R., Gunter S.A., Scalley T.H., Kitchen S.G., McClaran M.P., McNab W.H., Montoya D.S., Morgan J.A., Peters D.P.C., Sadler E.J., Seyfried M.S., Starks P.J. (2013). Ecosystem resilience despite large-scale altered hydroclimatic conditions. Nature 494: 394-352.
(2) http://www.globalizate.org/global300809.html
Fuente: http://www.ecoportal.net

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